Cannes 2014. Dia 4.

Winter sleep de Nuri Bilge Ceylan, 196 minutos de filosos diálogos entre Aydin, un actor retirado, su esposa Nihal y su hermana Necla. En un hotel en Anatolia, un invierno y mucho tiempo libre harán ir saliendo a la luz sentimientos ocultos, mezquindades y la verdadera naturaleza de los personajes. Una película de esas que gustan en los festivales, pero no por eso una película festivalera (de esas construidas vicariamente pensando en algún premio). En las conversaciones, aun en las aparentemente más amables, siempre subyace un reproche, un ánimo de herir al otro que no parece nacido del odio o el despecho sino, paradójicamente, de alguna forma de amor. El ballet de circunloquios verbales es tan inteligente y entretenido que nos conduce con interés durante las más de tres horas de duración del film. Winter sleep se disfraza de Aydin (su protagonista) y parece por momentos despreciar a todas sus criaturas, destruyendo todas las coartadas que se construyen para crear una mejor imagen de sí mismos, para sobrevivir, mas lo que hace es exponer sus propias contradicciones y mentiras. Pero el realizador no quiere destruirlos sino que intenta comprenderlos. En definitiva, como se proponía el año pasado aquí en La grande bellezza (película en las antípodas formales de ésta), la mentira puede ser la única llave para la supervivencia.

Amour fou, de Jessica Hausner, es una comedia romántica que, vagamente basada en el suicidio del poeta alemán Heinrich von Keist, se adentra en ese género sin pensar en un amor para toda la vida sino en ese sentimiento para toda la muerte. El humor funciona sin acentos ni expliaciones, con actuaciones particularmente despojadas que resaltan el nonsense. Un tono opaco que recuerda a Lourdes (película de la directora que pudo verse en el BAFICI) y una reconstrucción de época entre minimalista y andersoniana (por Wes) funcionan como marco para una reflexión nada pomposa sobre el amor y el sentido de la vida. No está mal que se incluya  este tipo de propuestas en el festival.

Pero lo decíamos ayer, si de movilizar un poco el clima de medianía se trata, la película es la argentina Relatos Salvajes, de Damián Szifrón, con una constelación de estrellas que incluye a quien también lo es aquí, Ricardo Darín (de quien en estos días se anunció que participará en el millonario nuevo proyecto de Cesc Gay). Los relatos de Szifrón comparten el humor y la oscuridad. Reírse por no llorar, eso es lo que hizo la sala Debussy completa que, en algo muy poco habitual en las funciones para la prensa, no sólo se rió (y mucho) durante la proyección sino que aplaudió en esos momentos y no solo al terminar la película. Es que Relatos salvajes, es muy argentina, alude claramente a esa mezcla de españoles, italianos y judíos que seiguimos siendo y dialoga por eso con la también episódica Los monstruos, con el esperpento español que llega hasta Alex de la Iglesia y con el humor judío que sabe reírse de sí mismo. Argentina y universal, sucesivos días de furia son presentados con solidez formal, ritmo narrativo y timing para la comedia. Cada historia, mas allá del tiempo que a ella se le dedica, funciona aceitadamente. No conviene adelantar demasiado, por cuanto la sorpresa (o el ¿hasta dónde se atreverá a a llegar este tipo?) forma parte del disfrute. En lo personal, pienso que lo mejor está antes y después de los títulos de inicio y en el episodio final (como se ordena en el manual del espectáculo, empezar y terminar bien arriba). Pero, como dije, todas las partes (y por lo tanto el todo) conforman una propuesta que significa una bocanada de aire fresco en una algo anodina competencia oficial.

Eso fue ayer, hoy arranco el día con Saint Laurent, de Bertrand Bonello. El director de L’Apollonide sabe re-encontrarse con su mundo en una apuesta que podía derivar hacia el cenagoso terreno del biopic en el que naufragaron Grace de Mónaco y, no tan estrepitosamente, Mr. Turner. Bonello conoce de personajes únicos y marginales, contradictorios y autodestructivos. Como en L’Apollonide la belleza formal puede lindar con el manierismo, pero la maestría en la utilización de los dispositivos cinematográficos al servicio de la moda en este caso se justifican y se valoran. Me quedo con el cine de este autor anterior a L’Apollonide, pero, aun así, Saint Laurent (sí, sin Yves, tal como ahora se llama la marca que lo sobrevive, dejándole el primer nombre como parte inseparable de su individualidad) excede el biopic y el disfrute estético de la moda.

Fuera de competencia, un poco de salvajada australiana con The rover (David Michod, director en 2010 de Animal Kingdom) no viene nada mal. Diez años antes del colapso de Occidente, en algún lugar de Australia perdido en el mapa y hasta un poco en el tiempo, a Eric (Guy Pierce) le roban el auto. Es lo único que tiene (más allá de una sorpresa que nos depara el final) así que la lucha a sangre y tiros para recuperarlo ocupará todo el metraje del film. Parajes solitarios, soledad, mugre, escepticismo (Australia) y alguna posibilidad de compañerismo con un ex-miembro de la banda que perpetró el robo.

El año pasó por Cannes la excelente opera prima de Toscano y Radusky, Los dueños, con título internacional, en inglés, «The owners». Esta edición, en proyección especial fuera de competencia, una película rusa con idéntico nombre plantea un tema parecido (en este caso la lucha por una casa entre sus legítimos dueños, que la heredaron, y quienes la venían ocupando durante 10 años). Sin el filo ni el humor de su predecesora argentina, la intención de generar humor con lo «extraño» de Kazajistán resulta un poco patético.

En Un certain regard no podía faltar la representante de la norteamérica supuestamente indie (aunque el producto venga con el sello de Harvey Weinstein). Este año le tocó a The disappearance of Eleanor Rigby. Pareja que  se separa (Jessica Chastain y James Mcavoy) a raíz de un hecho dramático que al principio nos es ocultado, intentando chantajearnos emocionalmente. Lo mejor: los padres de ella están interpretados por William Hurt e Isabelle Huppert. Ella, francesa, no se despega de la copa de vino, todo le chupa bastante un huevo y parece odiar (con razón) todo lo que pasa en la película.

Última del día: Le mareviglie, de Alice Rohrwacher. Como en Reality, de Mateo Garrone, la única manera que parecen encontrar los italianos para salvarse es a través de los concursos televisivos. Con un realismo mucho más sucio que en la película de Garrone, que también pasó por Cannes, esta familia de apicultores explota un poco a sus cuatro niñas, y su hija mayor, de unos 14 años, es la única que tiene un poco los pies sobre la tierra. Así y todo, la salvación televisiva acecha, así como acecha el hambre y la pobreza la supervivencia de esta familia, que acoge a un pequeño delincuente de origen alemán, para cobrar unos pesos para «rehabilitarlo». Las chicas son todo luz y encanto y generan unos cuantos momentos de felicidad y empatía. No mucho más que eso.

No creo que vaya a la fiesta de Relatos salvajes. Mañana Alonso, Fendrik, Cronenberg y una surcoreanea a la que le tengo ganas en la Quincena. Mejor dormir un poco…

Fernando E. Juan Lima.

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