Barroco

Originalmente publicada en El Amante #266

La venganza de los nerds
Por Nadia Marchione

Julio y Lucas son dos amigos obsesionados con la idea de producir un fotomontaje inspirado en las fotonovelas porno que leían de chicos, pero de ciencia ficción. Una suerte de fábula futurista apocalíptica sobre una Buenos Aires sin gas. La idea, lo atractivo del proyecto (y también de la película) pasa por mezclar fotos de distintas fuentes y unirlas para ilustrar la historia. Así, fotografías de internet, retratos de compañeros de trabajo, fotos familiares de encuentros entre amigos o instantáneas de multitudes en la calle, terminan siendo descontextualizadas y puestas en sistema para juntas -y amalgamadas con el texto- contar una historia completamente ficcional.

La anécdota de una posible estafa en la librería donde trabaja Lucas, casi como si estos chicos quisieran jugar un poco a Nueve reinas, se sostiene y hace a la película consistente en su estructura, y a los personajes mucho más queribles en su torpeza y su ingenuidad.

Julio y Lucas tienen este tipo de intereses. Sus conversaciones versan sobre cómo robar libros, sus novias tocan música barroca y el ex novio de una de ellas toca el clavicordio como los dioses. Julio y Lucas son Julián Larquier Tellarini y Julián Tello, que en teatro protagonizan hace varios años Los talentos, una obra dirigida por Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob que, no casualmente, es uno de los guionistas y actores de Barroco también. En Los talentos, los personajes interpretados por estos dos actores, como en Barroco, también tienen intereses particulares, alejados del lugar común de los jóvenes de su edad y época: leen El libro del buen amor e intentan decodificarlo para ponerlo en práctica en sus posibles conquistas, en un departamento . No es casual tampoco que en una de las fotos del fotomontaje aparezca el tercer actor de la obra teatral como invitado a un asado.

¿Y a dónde apunta todo este excurso sobre la escena teatral porteña? A que en Barroco, como en el fotomontaje que quieren lograr sus protagonistas, aparecen muchos elementos de Los talentos desordenados, barajados y vueltos a dar, como si fueran los mismos personajes jugando con distintos medios expresivos, con obsesiones propias de un universo muy particular, de un grupo de creadores que -se- ponen en escena para contar distintas historias.

Buisel elige sus elementos y los pone a jugar: sus actores, sus intereses, Buenos Aires y su arquitectura, la música siempre presente, recargada, barroca, ineludible. Como en un fotomontaje. Mezcla, ordena y reordena hasta lograr un relato sumamente interesante que atraviesa climas cotidianos desde un modo personal y único, justificado por estos personajes y sus mundos internos.

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