Antes de la medianoche

Before Midnight
Estados Unidos, 2013, 109’

DIRECCIÓN
Richard Linklater

GUION
Richard Linklater, Julie Delpy, Ethan Hawke

FOTOGRAFÍA
Christos Voudouris

MONTAJE
Sandra Adair

MÚSICA
Graham Reynolds

INTÉRPRETES
Ethan Hawke, Julie Delpy, Seamus Davey-Fitzpatrick, Jennifer Prior, Xenia Kalogeropoulou, Walter Lassally.

“A todos los hombres a los que les he jurado inconscientemente amor eterno y no cumplí”.

“¿Amor? ¿Qué es eso? La cura del dolor más natural que existe. AMOR”.

William S. Burroughs

 

Coger, remar, amar
Por Maia Debowicz

Atención: Se cuenta el final de las tres películas.

Las citas introductorias las escribió el polémico escritor estadounidense el 1º de agosto de 1997, un día antes de morir a causa de un ataque al corazón. Cuando los seres más cercanos encontraron semejante mensaje en su diario, quedaron consternados; quién iba a predecir que William S. Burroughs, tan capaz para crear relatos y fórmulas de escritura y tan ignorante en materia afectiva –asesinó “accidentalmente” a su esposa de un disparo mientras jugaban a embocarle la bala a la manzana que posaba encima de su cabeza– iba a despedirse de este mundo preguntándose qué diablos es el amor. ¿Y acaso no es ese el interrogante que nos persigue, a cada uno de nosotros, tormentosamente por la finitud de nuestra existencia? ¿Cómo nace el amor? ¿Cuánto dura? ¿Por qué se muere? ¿Cuál es la receta para lograr que sea inmortal y eterno? La mayor complicación es que a menudo la gente confunde al amor con las relaciones y son dos conceptos muy diferentes: el amor es simple; lo complejo son las relaciones. El sentimiento es sencillo y genuino, el conflicto yace en quienes lo crean: los involucionados seres humanos. Los científicos invierten todo su tiempo investigando cómo se logra vencer a la parca y no reparan en que no tiene sentido sumar cumpleaños mientras sigamos imposibilitados de resolver las incógnitas y misterios del corazón. Producen inventos inútiles e intrascendentes como perfumes en forma de píldoras para seducir a los terrícolas a través de los poros de la piel y pasan los años, las décadas, los siglos y aún nadie ha encontrado la fórmula para mantener viva la llama de la pasión. Nadie ha creado aún la pócima para conservar intacto el amor entre dos personas. Richard Linklater se ha convertido indefectiblemente en ese científico superdotado que todos necesitamos. No porque él lo haya decidido, sino porque fuimos nosotros, como espectadores románticos desesperados, los que hemos depositado esa fe ciega en su sabiduría divina. De alguna manera, el director estadounidense siente el peso de no defraudarnos, pues la historia de amor de Celine (Julie Delpy) y Jesse (Ethan Hawke) se ha vuelto un relato universal como la Biblia, la cual consultamos cada vez que perdemos la fe en la humanidad. En Antes del amanecer (1995) y en Antes del atardecer (2004), Richard Linklater filosofaba sobre el amor pero su última película que cierra –por lo menos momentáneamente, ya que felizmente amenaza con una futura entrega– la trilogía abandona ese desafío y se involucra en uno aun peor: las conflictivas relaciones de pareja. El trío Delpy-Hawke-Linklater, más ácido y honesto que nunca, escriben juntos el último capítulo visible de una gran historia que, ante todo y como todos, lucha a capa y espada por mantener, cuidar, y comprender aquel sentimiento tan extraño y engorroso conocido como “amor”.

 

Beso

El tren está en movimiento y ellos se encuentran dentro de la máquina. El comienzo de Antes del amanecer –la única película de las tres que no escriben Delpy y Hawke junto a Linklater– ya es cine puro: el medio de transporte se desliza por los ejes de las vías, ejes que luego serán manipulados para otro destino muy distinto al proyectado. Jesse y Celine se conocen gracias a un insoportable matrimonio alemán. La pareja discute y balbucea sin cesar; Celine se cansa de ellos y de sus gritos y decide cambiarse de asiento. Así, sin planearlo, quedará situada a unos metros de quien será el gran amor de su vida, el padre de sus hijas mellizas de rizos dorados: Jesse. Finalmente, la señora gritona se levanta y su marido gruñón la sigue mientras continúa la discusión por el pasillo del tren. Jesse y Celine intercambian su primera mirada cómplice. A Jesse le gusta mucho lo que ven sus ojos y, sin dudarlo, saca el arma y dispara: “¿Sabés de qué estaban discutiendo? ¿Hablas inglés?” “Sí. No, lo siento, no hablo alemán muy bien. ¿Sabías que las parejas a medida que envejecen no se oyen al hablar? Supuestamente, los hombres dejan de oír sonidos agudos y las mujeres, los graves. Así que se anulan entre ellos”, le responde Celine con esa actitud pasional que tanto la caracteriza. “La naturaleza ayuda a que las parejas envejezcan juntas sin matarse”, remata Jesse ya encandilado con la bella espontaneidad de la pasajera francesa. Y como debe ser, el hombre hace la gran “dime qué lees y te diré quién eres” y le pregunta cuál es el libro que está leyendo. Celine abraza a Madame Edwarda seguido de El muerto de Georges Bataille; Jesse, en cambio, babea curioso la autobiografía del actor fetiche de Herzog: All I Need is Love de Klaus Kinski. De esta manera, con este intercambio de palabras y de gustos literarios, comienza a escribirse esta historia. Las situaciones personales de ambos son bien diferentes: Jesse viaja sin rumbo, escapando de sus angustias por un rato y Celine está anclada a su futuro y a sus obligaciones de agenda; pero ambos tienen una edad similar, los dos viven esa frescura veinteañera y, como si el chancho del tren fuera Cupido, los post-adolescentes ya no pueden escapar de su destino amoroso. El futuro ya está escrito para ellos.

El amor entre Jesse y Celine nace, crece y persiste gracias a un juego: el de las preguntas y respuestas. A partir de distintos interrogantes –dibujados e impulsados por Celine básicamente– ellos se van conociendo y van comprobando cuánto se gustan, cuánto se atraen y cuánto vale realmente la pena ese desvío inesperado. Celine y Jesse se evalúan y se califican constantemente, como esos programas de televisión noventosos que regalaban dinero a los participantes que contestaban correctamente la fecha de finalización de la guerra de Corea, cuántos electrones tiene el nitrógeno cuando tiene carga neutra o la cantidad de horas que vive una mariposa. La recompensa, en este caso, es la magia que fluye entre ambos cuerpos mientras se movilizan de un lugar a otro. La cámara los acompaña respetuosamente en la totalidad del recorrido pero lo que filma, lo que capta, lo que registra y congela no es solamente el caminar de los personajes. Esas tomas largas de Linklater absorben y reflejan los movimientos internos de Jesse y Celine ya que la exploración no es en Viena, es en el corazón ajeno y de cada uno. Ellos no paran nunca de moverse, caminan sin cesar como Lita de Lazzari, avanzan por las callejuelas laberínticas como los fantasmas del Pac-man, mientras el tiempo se les escurre entre sus dedos debido a la aceleración cardíaca provocada por los efectos del proceso químico del enamoramiento. Y es que los sentimientos generados por la atracción entre dos personas son tan intensos que llegan a estresar el sistema nervioso con toda esta cuestión de convertir al hipotálamo en un cartero que le envía mensajes a las diferentes glándulas del cuerpo, ordenándoles a las glándulas suprarrenales que aumenten inmediatamente la producción de adrenalina y noradrenalina. Cuando Jesse y Celine se encierran en la cabina de la disquería a escuchar la canción “Come Here” de Kath Bloom sucede el evento inexplicable: es tan inabarcable la tensión narrativa –y sexual– que se desprende de la pantalla y de entre los jóvenes, que nos obliga a comportarnos como malditos frágiles enamorados; Linklater nos arranca de la butaca y nos encierra en ese cubículo sediento de amor, esperando ansiosos, mientras las palmas de las manos lagrimean nerviosismo, que ocurra finalmente ese primer beso que los elevará a otra postal de viaje. El contacto está hecho porque la conexión no es solamente física, es espiritual y afectiva. Ya lo anuncia en una escena la bruja que lee sus manos: “Ambos son estrellas. No lo olviden. Cuando las estrellas explotaron hace mil millones de años, formaron lo que es este mundo. Todo lo que conocemos es polvo cósmico. Así que no se olviden de que son estrellas”. Jesse se burla un poco de la situación, quizás porque desconfía o, tal vez, porque cree demasiado en lo que expresa la predicadora del futuro y eso le genera miedo e incertidumbre. Entonces, aparece la armadura más infalible: el humor. Linklater sabe cómo entretejer en la calma de esos diálogos sedosos al oído, chistes ásperos y salvajes que irrumpen en el relato para seguir acrecentando las posibilidades de un incómodo infarto mortal a causa de un orgasmo cinematográfico.“Hay unos monos que lo único que hacen es tener sexo todo el tiempo, ¿sabés? Resultan ser los menos violentos, los más pacíficos, los más felices. Así que andar revolcándose no es tan malo”, le dice Jesse a Celine. Jesse es hombre y Celine mujer y cada uno se comporta como tal: él es pura simpleza y ella es toda complejidad. No lo digo por decir, lo demuestran los hechos; cuando Celine le pregunta al galán americano si quiere volver a verla, Jesse le responde con toda la glucosa del universo que sí. Y agrega: “Si alguien me diera a elegir ahora entre no volver a verte y casarme contigo… me casaría contigo”. Celine, reflexiva y honesta, formula la pregunta que todos nos hacemos, “¿por qué siempre lo complico todo?” “No sé”, le contenta Jesse. Ese “no sé” durará solo unos segundos porque si hay una persona en el mundo que sabe, conoce, entiende y comprende todo lo que siente y piensa Celine, ese es Jesse. El hombre con los huevos más resistentes y elásticos de todo el planeta Tierra.

 

Teta

¿Qué hubiera sucedido si Linklater decidía abandonar a Jesse y Celine en 1995? Seguramente, el público se hubiera dividido en dos: los escépticos al final feliz, más conocidos como pesimistas o “realistas”, y los soñadores que necesitan ver en pantalla grande lo que no les sucede en la vida real. Bueno, la verdad es que fue un poco tajante de mi parte esa división pero algo de eso hay. Pasaron nueve años de suposiciones, fantasías y apuestas hasta que por fin Linklater decidió despejar las dudas y regalarnos la escena concreta: Jesse y Celine jamás se reencontraron seis meses después en la misma estación como lo habían planeado al despedirse en Viena. Antes del atardecer comienza situándonos en París, la cámara registra los paisajes como postales hasta que se detiene en la fachada de la librería “Shakespeare and Company”. Dentro de esa librería se encuentra Jesse, con un par de kilos menos y otro corte de cabello, pero, por sobre todas las cosas, con otra mirada; sus ojos reflejan una fragilidad que bordea la tristeza. El motivo de su visita a la ciudad donde vive Celine es la presentación de su libro This Time, el cual relata lo que vivieron ambos aquel lejano día en la ciudad de Viena. Cuando una señora del público le pregunta al autor si el libro es autobiográfico, Jesse opta por no confesar toda la verdad. “Bueno, digo… ¿no es todo una autobiografía? Es decir, todos vemos el mundo a través de nuestro orificio, ¿no?”, le contesta a la fanática lectora. Hasta que, de repente, vuelve a aparecer la magia: Celine se para a un costado del público y Jesse, como si percibiera su olor, gira su cabeza y la ve. Apenas sus ojos reconocen su brillante cabello rubio, se queda sin aire y sin aliento y da la impresión de que su corazón va a ser despedido de su tórax y caerá en medio del íntimo público de oyentes, desparramando su sangre por todo el negocio literario. Como en la película anterior, Jesse y Celine se moverán de un espacio a otro sin posibilidad de poner “pausa”. Otra vez, los sentimientos y las emociones vibran por fuera y por dentro de la película, y por fuera y por dentro de los personajes. Pero, ellos ya no tienen veinte años y Jesse es marido y es padre. El desafío es el mismo que en 1995: conocerse para ver si se bajan juntos en la misma estación. “Recuerdo que tu barba tiene un poco de rojo… y cómo el sol la hacía brillar esa mañana antes de que te fueras. Recuerdo eso y lo extrañé”, le dice Celine a Jesse. El hombre y la mujer se miran y se reconocen como dos animales que se olfatean y recuerdan que sus cuerpos se pertenecen. Jesse le confiesa a la treintañera Celine que, en el fondo, cree que escribió ese “estúpido” libro para tratar de encontrarla de nuevo. Alabada sea la literatura que logra unir a dos personas de distintos lugares en el mundo y alabado sea el cine que consigue despertarnos de los pronósticos y certezas inservibles de la vida cotidiana. Lo más valioso de Antes del atardecer es que no hay beso –aunque sí hay un abrazo intenso– ni tampoco las típicas frases de las comedias románticas como “te amo”. Nicholas Ray decía que las mejores películas de amor son aquellas en las cuales nunca se dice “te quiero”.

La sutileza narrativa de la película es difícil de explicar, básicamente es una eterna negociación entre Celine y Jesse, y entre Celine con Celine y entre Jesse con Jesse. Pero lo importante no es el resultado, lo relevante no es la decisión final; es el proceso para llegar al desenlace.

 

Concha

“Muchas veces te miré pensando en una vida entera juntos, y me hizo feliz y, al mismo tiempo, plantearme un desafío: cómo conseguir que mientras indefectiblemente con el tiempo vos serías cada vez más bella y yo cada vez más viejo y gruñón, pudiera siempre conquistarte sin dejarte dudas”. No, esta no es una cita de las películas de Linklater; son las últimas palabras que me dejó escritas en una carta con tinta negra mi ex novio cuando nos separamos meses atrás. Ni yo soy Celine ni él es Jesse pero, inevitablemente, tenemos la misma duda y luchamos por la misma causa: mantener con vida el sentimiento del amor, dándole respiración boca a boca desesperados por evitar la muerte súbita. Christian y yo no lo logramos, pero Jesse y Celine afortunadamente sí. Recuerdo que antes del estallido final, recibí un desplante bastante curioso: fui acusada de tener un amante, el cine. Mi intensa y pasional relación con el séptimo arte terminó de desangrar los cadáveres del inminente desenlace. Muchos me han tratado de loca por elegir la ficción antes que la realidad, pero sigo sosteniendo que los amores deben ser de película; cuando la fantasía se transforma en un documental, lo más sano es comenzar a filmar una nueva película. La vida no se parece al cine, el cine se parece a la vida, lo cual no significa que deba asemejarse a la “realidad”. Antes de la medianoche marca con tiza una división rotunda con las dos películas anteriores. La película número quince de Richard Linklater calca con demasiada fidelidad la realidad y esa mímesis genera en mí tantos escalofríos como una necesidad visceral de construirle un altar al director para rezarle todas las noches. En Antes del amanecer y Antes del atardecer no existía la convivencia, no conocían ni conocíamos la palabra “pelea”, y menos que menos, la terrorífica y temida “cotidianidad” ya que ellos no eran aún una pareja; solo eran dos personas que se amaban. Sus vidas y sus “rutinas” ya no son las mismas: han pasado nueve años y ya no están solos: Jesse y Celine son padres de dos encantadoras mini-Celine que duermen como angelitos linklaterianos en la parte trasera del auto familiar. Es demasiada información toda junta: como espectadores tenemos que digerir que ahora son una pareja y al mismo tiempo procesar que, también, son una familia. Jesse y Celine ya no tienen ni veinte y pico de años como en los noventas, ni treinta y pico como en 2004; son padres de dos niñas de siete años –Jesse es además padre de Henry, de 13 años– y bordean la década de los cuarenta. Quizás el mayor defecto y la mejor virtud es que se conocen demasiado el uno al otro. El juego de las preguntas y respuestas sigue vigente pero ya no tiene el mismo efecto: las preguntas son lanzadas con intereses encubiertos y ocultos y las respuestas incorrectas pueden provocar castigos extremos y torturas psicológicas sin precedentes. Por supuesto, de Celine a Jesse porque, como siempre, la complicada es ella y no la pobre víctima paciente masculina. Nota al pie (del hombre): las mujeres siempre ponen a prueba al hombre, le toman exámenes sorpresa en todo momento, esperando que fallen, que contesten las respuestas equivocadas –según las expectativas del cerebro femenino–. Cuando Celine le pregunta a su hombre si tuviera que cambiar algo de ella, qué sería, lo acusa de tramposo y manipulador al escuchar la brillante respuesta del sensible Jesse: “Si pudiera cambiar algo de ti, sería que dejes de querer cambiarme”. Minutos más tarde, Jesse terminará de arrancarnos el corazón cuando le diga a Celine: “Yo acepto todo: la loca y la genial”.

El trasero gigante de la francesa parece estar relleno de reproches, que vomita en la cara de Jesse plano a plano, escena a escena, hasta taponarle las fosas nasales que permiten la entrada de oxígeno. “Por tus libros todos piensan que haces el amor como un gato maltés, a lo Henry Miller. No eres Henry Miller a ningún nivel. Siempre lo haces de la misma forma: beso, teta, concha”, le grita salvajemente Celine a Jesse en un cuarto de hotel mientras intentan reconciliar la intimidad de sus cuerpos. La pareja se encuentra encerrada entre cuatro paredes con un solo propósito: coger. O, por lo menos, ese es el proyecto pero, como sucedió con el reencuentro soñado en Viena el año 1995, post-Antes del amanecer, lamentablemente no podrá ser cumplido. La situación comienza muy bien: Jesse desliza suavemente el bretel del vestido de Celine dejando una teta al descubierto. En principio, altera el orden de los factores, ya que le chupa una teta antes de besarla en la boca. Moraleja: Celine nunca tiene razón. Por un instante tenemos la certeza de que el acto sexual será efectuado –recordemos que en Antes del amanecer hubo coito pero una elipsis nos dejó afuera de la fiesta–; intercambian frases esponjosas y tiernas hasta que el sonido del ringtone del celular destruye el clima. Bueno, en realidad la que enmohecerá la sesión XXX es, sin dudas, la complicalo-todo Celine. De repente, comienza a fabricar esas preguntas peligrosas: “Si no tuviéramos a las niñas, ¿seguiríamos juntos?”. Y, en menos de cinco minutos, reproduce en serie, como Chaplin en Tiempos modernos, un sin fin de reproches: “Te ocupas bien de ti mismo. Yo me ocupo de todo lo demás. Yo solo tengo tiempo para pensar en el baño de la oficina. Todos mis pensamientos tienen olor a mierda”. Es tan incómodo para nosotros como espectadores espiar tanta intimidad descarnada que realmente se puede sentir el olor a hotel que despiden las toallas y las sábanas de la alcoba. Todo en esa habitación está limpio pero, sin embargo, la relación en ese momento huele a pura mierda. “Te entrego toda mi vida. No tengo nada mejor para darte. Te lo doy todo a ti. Si quieres el permiso para descalificarme, no te lo daré. Te amo”, le dice Jesse a Celine desde la cama. La tensión narrativa de esta secuencia tiene el mismo grado de toxicidad para los corazones frágiles que gozaban la escena del primer beso en la disquería de Antes del amanecer. Son escenas opuestas: la primera amenaza con un desenlace y la segunda con un inicio pero ambas secuencias buscan construir un pacto entre dos personas. La “reconciliación” siempre es un inicio. Pero, las palabras de entrega de Jesse no son suficientes para Celine y de un portazo –luego de acuchillarlo verbalmente con la filosa frase “creo que ya no te amo”– abandona la pieza de hotel, dejando la copa de vino colmada de alcohol y una taza de té que jamás probará. Linklater traduce la angustia del escritor americano con tanta transparencia, que logra poner en riesgo nuestra supervivencia emocional. Luego se produce un corte y el escenario cambia, en todo el sentido de la expresión. El último round sucede al aire libre: Jesse se acerca a la mesa donde está sentada con cara de traste la enojona de Celine. “Viajo en el tiempo. Vine a salvarla”, le dice el soldado con su último aliento. “¿Salvarme de qué?” “De toda la mierda de la vida”, remata el Messi del amor. “¿Se acuerda de ese hombre que conoció en un tren? Soy yo, yo soy ese hombre”. Celine lo mira con asco y resentimiento, y le confiesa que no lo reconoció porque está hecho una mierda. Qué escatológicas son las discusiones de pareja, ¿no? Pero Jesse, ante todo, es un guerrero que siempre supo las armas que necesitaba para ganar la batalla más complicada: la del tiempo. A través de una carta del futuro que, supuestamente le escribe la Celine de 82 años a la Celine del presente, comienza a ablandar de a poco las cejas fruncidas de la madre de sus hijas. La gran duda que tienen ellos y que tenemos nosotros, como espectadores y como seres humanos, es si ellos han cambiado como personas o no. Si lo que se modifica es su personalidad o solamente son las circunstancias de la vida, y cuánto de esos nuevos sucesos logran o no mutar a esos personajes. En Los puentes de Madison, Robert (Clint Eastwood) le dice a Francesca (Meryl Streep) en la cocina de su casa que lo natural es que las cosas cambien y que, justamente, el gran problema es que la mayoría de la gente le teme al cambio. “Si uno confía en que todo va a cambiar, es un consuelo”, le dice el fotógrafo a la ama de casa. Celine y Jesse luchan por adaptarse a esos vaivenes, porque tienen que conseguir reconocerse entre ellos y reconocerse a sí mismos; no es tarea fácil para nadie. “Celine, mi consejo es este: estás por empezar los mejores años de tu vida vistos desde aquí. Celine, estarás bien. Postdata: la mejor relación sexual de tu vida fue una noche en el Peloponeso. No te la pierdas” (…) “Debe ser la noche que estamos por tener”, le dice Jesse a Celine mientras lee la carta invisible. Antes de la medianoche comienza como el inicio de la trilogía: eligiéndose el uno al otro. La única fórmula para mantener el amor en una pareja es conocerse y reconquistarse todos los días, cada mañana y cada noche, como si no se conocieran, como si fueran extraños en un tren que se vuelven a elegir día a día como volvemos a elegir nosotros como espectadores, año a año, ver hasta el cansancio la historia de amor entre Jesse y Celine. Pero hay una gran diferencia entre las dos primeras películas de la trilogía y la última entrega: el último plano de Antes del amanecer enmarcaba el rostro sonriente de Celine mirando por la ventana del tren mientras viajaba a París. El plano final de Antes del atardecer también era individual, en este caso quien lo protagonizaba era Jesse sentado en el sillón, riéndose porque acababa de decidir no tomarse el avión con destino a Estados Unidos para poder quedarse con Celine en París. Antes de la medianoche contiene, por primera vez, un desenlace a dúo: el último plano contiene tanto a Jesse como a Celine, a la pareja que, como en la vida real, tiene conflictos y diferencias pero, a pesar de todo, siguen creyendo en su mágica y especial relación.

El cine es la única ciencia que logró que el amor, finalmente, sea eterno.

 

 

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