Caíto

Argentina, 2012, 70’

DIRECCIÓN
Guillermo Pfening

GUION
Guillermo Pfening, Agustín Mendilaharzu, Carolina Stegmayer

FOTOGRAFÍA
Pablo Parra

MONTAJE
Santiago Esteves

PRODUCCIÓN
Pablo Trapero

INTÉRPRETES
Guillermo Pfening, Luis Pfening, Marinha Villalobos, Lucas Ferraro.

.

NATURAL
Por Nadia Marchione

Y cuando abres la puerta

Y viene más gente de la que piensas

Cuando no hay nada que pensar

Ya están todos los peces en el mar

La cara sólo se pone feliz.

De “Amigos Vecinos” – GEPE – (Banda de sonido de Caito)

 

Caíto es una película dentro de otra. O una película que contiene a otra. O un documental que contiene a una ficción. De hecho, puede definirse de montones de formas en cuanto a su estructura narrativa, pero de lo que no cabe dudas es de que se trata de una historia personal. Ni más ni menos: Caíto es un acto de amor genuino entre hermanos.http://revista.elamante.com/wp-content/uploads/2013/09/caito-300x168.jpg

 

Lo más interesante de la noción de original no es de ningún modo necesariamente lo nuevo, inédito o raro. La palabra original, en tanto pariente cercana de la palabra origen, conecta directamente con el comienzo del camino de un artista, con sus raíces, con la voz particular de quien habla, con ese que viaja hacia su propia semilla y la transforma en algo para decir tan auténtico que se convierte en único e irrepetible, como la voz de cada ser humano. Lo original visto así es aquello tan honesto y verdadero que no admite discusión, en tanto habla por sí mismo, sobre sí mismo, con voz propia. Eso hace único a lo original. Y eso hace a Caíto original y única.

 

En 2004 Guillermo Pfening, actor nacido en Marcos Juárez y radicado en Buenos Aires, dirigió un corto que protagonizó junto a su hermano Caito, que padece una enfermedad genética que provoca distrofia muscular.

Muchos años después nace la película. Y ese mismo Caíto del corto es el que se encarga de explicar, de frente, sin vueltas y sin golpes bajos, en qué consiste su enfermedad. Muy inteligentemente, Pfening pone a su hermano a explicar su diagnóstico mientras se ejercita en una bicicleta fija, con un movimiento continuo y automático. Así, Caíto dispara los detalles de su enfermedad a cámara: como si lo dijera un médico, primero los términos “difíciles” y después la “metáfora explicativa”.

 

Hace muy poco tuve una discusión con una amiga. Ella decía que a las enfermedades crónicas había que naturalizarlas. Yo decía que también. Pero no estábamos hablando de lo mismo. Para mucha gente naturalizar una enfermedad es taparla, negarla, esconderla bajo la alfombra, minimizarla y pasarla por alto (el subtexto es “es una pavada”, aunque no lo sea, aunque duela o moleste). La idea de estos naturalistas artificiales es que de eso no se habla, que se hace cargo quien tenga que hacerse cargo pero que se sepa lo menos posible, que se siga la vida a pesar de la enfermedad. Como si nada pasara.

Pero naturalizar, desde mi punto de vista (y felizmente es el lugar desde el que está narrada la película) es todo lo contrario: es convivir, abrir la enfermedad, compartirla para que no sea un obstáculo, crear lazos solidarios, familia y amigos que compartan el cotidiano, que conozcan las reglas que la enfermedad impone y las incorporen a su vida para que la persona que padece la enfermedad se sienta acompañada y que sienta esa pertenencia que nos aferra a la vida. Que Pfening elija mostrar a Caíto cuando es trasladado de un lado al otro, cuando el padre o la kinesióloga o los amigos lo ayudan, es un acto de amor hermoso no solo para con Caíto sino también para con sus pares. Pfening sabe que la enfermedad es parte de la vida de su hermano, que su hermano no sigue a pesar de la enfermedad si no con ella, y así posiciona la película en un lugar muy alejado de cualquier atisbo de lástima tinelliana o cualquier cancherismo que minimice la enfermedad.

 

En el corto, cuando se presentan, ambos dicen su nombre y la frase “y este es mi cuerpo”. Todos somos cuerpo, y Pfening lo sabe. He ahí su principal acierto como director de una película tan personal y genuina: la escena de la pileta, o la emoción de Caíto cuando le cantan su canción, o la escena final son claras muestras de una honestidad narrativa y humana que trasciende la pantalla porque son cuerpo, están hechas de cuerpo vivo, presente, y nos incluyen a nosotros, cuerpos pasivos en el anonimato del espectador, en esa gran mesa donde se comparte una comida. Porque en esta historia no hay patitos feos ni cisnes. No hay solidaridad ni compasión. Hay mucho amor de hermanos, de amigos, de compañeros de proyecto y por sobre todo muchas ganas de juntarse a generar algo en común. Mucho amor de ese que conmueve, que traspasa la pantalla y se hace cuerpo del otro lado, de ese amor que unido al cine se vuelve indestructible porque logra la trascendencia, la visibilidad y el reconocimiento de lo que muchos esconden. Porque así se naturalizan las cosas, mostrándolas y queriéndolas como Guillermo quiere a su hermano Caíto. De frente, a cámara y sin secretos.

Publicada en el número 254

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