Salió El Amante #244

Marcos Rodríguez sobre Argo

¿Hay una forma de filmar Affleck? A lo mejor la termina habiendo, pero mientras tanto lo que llama la atención de las imágenes que consigue Affleck desde atrás de la cámara no es tanto su singularidad como su precisión. No hay dudas, no hay sobrantes, no hay miedos: todo plano es simple, todo plano cuenta algo y lo cuenta de la manera más directa posible. (…) Más allá de sus ideas sobre la política, el espectáculo o el heroísmo en la línea más clásica de Estados Unidos, lo que demuestra Argo es un amor infinito por el cine como oficio de contar historias.

 

Marcos Vieytes sobre La araña vampiro

La agresión como condición sine qua non de la experiencia cinematográfica ambiciosa, así esté envasada en respetables y queridas convenciones clásicas. La agresión como fuerza primordial del cine, como pérdida del miedo, expresión del deseo, gesto de coraje y de pasión. El cine que vale la pena es el cine que nos marca, el que nos deja ciegos o bizcos, el que parte en dos la mirada del espectador y se la desvía para siempre.

 

Jaime Pena Desde España

¿Y la más bella? Lo siento, prefiero no definirme. The Artist siempre me pareció una película intrascendente, pero nunca la he odiado. Quizás por esa razón tampoco me he dejado convencer por aquellos que ven en Blancanieves todas las virtudes que echaban en falta en The Artist. En mi opinión son la misma película o las dos caras de la misma película: dos aproximaciones tan superficiales como innecesarias a la estética del cine mudo, un mero artificio que por sí mismo justificaría la colección de tópicos de sus respectivos argumentos. Y, lo más importante, dos operaciones en las que la música cobra un protagonismo absoluto reemplazando los diálogos. No estamos tan lejos de Metrópolis en versión Giorgio Moroder. 

 

 

Ignacio Verguilla sobre El perdón (Festival de cine alemán)

 

Estamos en el norte de Noruega, y en una noche de invierno, María −justo ella, que ayuda a enfermos terminales en sus últimos días− tiene un descuido fatal y embiste “algo” con su auto. Aún conmocionada por el impacto, la visión de su espejo retrovisor le devuelve oscuridad, y ningún sonido parece surgir de ese camino inhóspito; María decide seguir hacia su casa, y confesarle a su marido lo que acaba de suceder. Su compañero −que divide su tiempo entre el trabajo, el sexo atérmico con una amante, y la pesca en el hielo− desanda el camino y no encuentra nada. A la mañana siguiente, el diario local (en un alarde de rapidez informativa a pedir del guión) trae la confirmación, terrible, de la muerte de una adolescente.

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