Estas son algunas de las cosas que podés leer si entrás a la revista digital y te suscribís:

Jaime Pena, columna Desde España

Baste decir que en este primer trimestre las películas más taquilleras han sido Los descendientes (8,6 millones de euros) y la francesa Intocable, que, a finales de abril, había llevado al cine a más de dos millones de espectadores y totalizado más de 13 millones de euros, sin que pueda calcularse con certeza cual es su techo. Por lo tanto, dos películas dirigidas a un espectador adulto, un sector del público que parece no haber tirado la toalla ante una política de precios que año tras año incrementa el coste de las entradas (por encima del 50% en la última década), lo que bien podría estar detrás de la deserción de la salas de ese público joven que, sin duda, encuentra otras ofertas de ocio más asequibles a su maltrecha economía. En estos momentos en España ir al cine puede resultar más gravoso que comprarse un libro de bolsillo o un CD del fondo de catálogo.

Leonardo M. D’Espósito, crítica de Los Vengadores

Los Vengadores es un diez. No es una obra maestra, a menos que decretemos que es el film modélico de un género que no deja de ser el desarrollo lógico, en tiempos de ondas y fibras ópticas, del western primero, del policial negro más tarde, del thriller de acción después, de la ciencia ficción épica finalmente. Es un diez, digamos, porque es lo mejor que una película de este género puede ser. Digámoslo de otro modo: Los Vengadores no puede ser mejor. Hace bien todo lo que tiene que hacer y alcanza con eso para que sea sólida como una roca y ligera como una pluma al mismo tiempo, como sus personajes fuera de toda medida humana.

Leonardo M. D’Espósito, crítica de Abrir puertas y ventanas

Abrir puertas y ventanas es una refutación borgeana del secreto y mal comprendido diagnóstico borgeano sobre lo argentino. Es un film diferente del resto del cine argentino contemporáneo. Hoy, en este país, seguimos cautivos del costumbrismo. La explicación es simple: “costumbrismo” viene de “costumbre”, y los argentinos no vivimos el país o la república sino que nos acostumbramos a la Argentina, que no es lo mismo.

Federico karstulovich, crítica sobre Swastika (cobertura Bafici)

Viktor Klemperer, filólogo alemán, en su extraordinario libro LTI (Lenguaje del Tercer Reich) sostiene una tesis que lateralmente comparte Swastika: el perfecto método de incidencia del fascismo en la carne de los ciudadanos no fue el de las grandes demostraciones de poder ni el del terror que sobrevendría luego sino la diseminación cotidiana de un lenguaje compartido. El peligro del lenguaje fascista, nos dice Klemperer, es que se vuelve cotidiano, se naturaliza, avanza como un goteo. Es un lenguaje violento que presupone por momentos algún rasgo de humor (chabacano, brutal que pide complicidad inmediata) pero sobretodo un convencimiento de un uso común, compartido: en definitiva es la necesidad de construir una comunidad de hablantes bajo un código común. El lenguaje fascista también se pretende amable y hasta reconocible en actitudes mínimas. Por eso es casi imperceptible sino hay oídos atentos.

Eduardo Rojas, crítica de Pie de página

En las grandes películas cada trama que se abre replica a la principal mientras cuenta su propia historia, como una fuga musical en la que cada repetición es distinta y agranda el todo; Pie de página parece en cambio un laberinto que a cada vuelta lleva a un recodo sin salida, hace falta una voluntad muy fuerte para seguir andando su recorrido; una voluntad como la de Eliezer, obstinado y torvo, empecinado en su oscuro trabajo: revelar el enmascarado sentido de las letras, los humanos errores de la grafía, de la emoción o del hastío, nimiedades atravesando los siglos, debilidades que Eliezer no se permite aun cuando le cuesten su soledad y fracaso social. (…) Israel, hoy, es otro mundo, brillante, concreto, un país de premios y jerarquías, un país como cualquiera otro, de amistades, odios y favores en donde se reconoce al ubicuo y se ignora al sabio.