LA DEPRESIÓN – fragmento de ALMEYDA. ALMA Y VIDA, de DIEGO BORINSKY

[…]

—¿Cuándo empezaste a sentirte deprimido?

—No recuerdo un día, yo creo que todo esto me agarró un

poco en el Inter. Tuve un par de lesiones importantes que me

sacaron de las canchas, y ahí me daba por pensar y pensar, extrañaba,

escuchaba a Guarany, a Larralde, hablaba del campo, llamaba

por teléfono a Azul, me quería volver. Dentro de toda esa

protesta que tenía por mi visión del fútbol, que se juntaba con

mis ganas de volver, en el Inter había una psicóloga y la fui a ver.

—¿Por qué?

—Un día sentí que se me dormía la mitad del cuerpo.

Agarré y me saqué los anillos, pensaba que por ahí eso me estaba

cortando la circulación. También sentía cosquillas, algo

raro. Durante el día estaba ido, sin esa fuerza que me caracterizaba,

me daba igual si me ponían o no en el equipo. Del

club me llevaron a un hospital para hacerme un montón de

chequeos de la cabeza, el tema de la sensibilidad, y bueno…

el resultado fue que tenía ataques de pánico y los manifestaba

de esa manera. Me medicaron con antidepresivos y ansiolíticos,

pero no les di bola, nunca los tomé.

—¿Sentías que tenías algún motivo para estar mal?

—No, yo creo que se me había juntado toda esta

mieeeeeeeeerda que yo acumulaba, del fútbol, de la falsedad,

que además me quería volver, fui juntando, juntando y no

descargaba, no hablaba con nadie.

—¿Con Luciana tampoco?

—Poco, Lu me preguntaba pero yo hacía la típica: llegás

a tu casa y no tenés ganas de hablar ni de llevar tus problemas

ahí. Me quedaba mirando a un punto fijo, me empecé

a guardar un montón de cosas. Mis amigos estaban lejos

también. Era algo que yo empezaba a sentir, y terminó de

explotar cuando volví acá.

—¿Por qué no tomabas la medicación?

—Porque siempre fui reacio a los medicamentos de cualquier

tipo. A mí, si me duele la cabeza, hasta que no me estalla,

no tomo nada. Como aloe vera, como los indios. Si los

indios comían, algo bueno tiene que hacer, ¿no? (risas).

—Retomemos: volvés a la Argentina medio cargado…

—Y River me rechaza, dejo el fútbol, el cuerpo se me

dormía cada vez más seguido, sentía cosquillas a cada rato y

me agarró que no salía de mi casa, quería estar encerrado, no

ver gente, no hablar, nada. En un momento, ya ni mate tenía

ganas de tomar. Grave, eh. Llevaba a las chicas al colegio,

volvía, me tiraba en un sillón, las traía para comer, otra vez

al sillón. Lo único que quería era cerrar los ojos…

—¿Qué te pasaba por la cabeza, qué pensabas?

—No sé, pensás y no pensás al mismo tiempo, no tenés claridad,

me preguntaba por qué estaba así, por qué tenía esas

cosquillas. Hasta que una vez, viajando con mi amigo Pato,

que siempre me acompañaba, le tuve que decir: “Manejá vos,

no puedo más, me estalla el corazón”. Había arrancado con

taquicardia. Me tuve que bajar del auto y ponerme a elongar

al costado de la ruta, sentía algo tan feo en el cuerpo que tenía

que estirar los músculos. Parecía un loco. También me pasó

un par de veces mirando la tele: me tiraba al piso a elongar

porque sentía los músculos agarrotados. Me daban ganas de

romper todo. No era yo. Eran ataques de pánico…

[…]Cuando estás en el fútbol, el sueño no para. Soñás y proyectás. Y cuando dejás de jugar, se acaban los sueños, no pensás en nada más.

—Hoy estás en el fútbol, soñando otra vez, ¿seguís medicado

igual?

—Sí, claro. Tomo un cuarto de antidepresivo y un cuarto

de ansiolítico a la mañana y una entera de ansiolítico a la

noche para poder dormir. Todos los días. Yo las llamo las pastillas

de la bondad, me hacen ser más bueno cada día.

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