Doña Cascarrabias

Una de las dos mejores cosas que me dio Crítica de la Argentina fue conocer a Susana Viau. Cerrada esa experiencia, nos seguimos viendo y, en pocos encuentros, nos hicimos muy amigos. Creo que lo que nos acercó fue la tristeza y la impotencia de ver que una idea se iba a pique y que el país era -es- una enorme confusión. Una confusión que es en realidad un río revuelto donde ganan algunos pescadores que siguen, como corresponde, agitando las aguas.

Supe hace un par de meses qué le pasaba a Susana, qué tenía. Un cáncer, en fin, esa palabra un poco maldita pero que se está volviendo demasiado frecuente. No importa qué tenía o qué se la llevó, lo cierto es que fue inoportuno. La Susana Viau que yo conocí era una mujercita menuda, con rostro de estar siempre enojada, pero que no estaba siempre enojada. Una amiga con la que me crucé esta tarde (la tarde en que murió, la tarde del 24 de marzo de 2013, a partir de ahora una efeméride respetable para mí y sus muchos amigos) me decía “yo era amiga, pero Susana estaba muy envenenada últimamente”. Es cierto, Susana estaba muy envenenada en los últimos tiempos. Pero dudo que haya sido por este gobierno (peleó contra peores, se exilió, sufrió la muerte de amigos entrañables; de paso, tenía solo un departamentito en San Telmo y un autito rantifuso que quería cambiar: en frente de su casa se veían las torres del Puerto Madero nacional y popular), y dudo que ese veneno se haga acumulado por ver enseñorearse a tipos como Amado Boudou. Más bien estoy seguro de que lo que envenenaba a Susana era ver que la única profesión que amaba, el periodismo, se convirtió en campo de ganapanes y arribistas. Es cierto: siempre hubo ganapanes y arribistas; el problema es ver que quienes no lo son se vuelven necesariamente minoría. A Susana le caía para el culo el término “periodismo militante” pero les aclaro: no (no solo) porque sea un contradicción en los términos, sino porque ella misma consideraba que el periodismo, en el fondo, era nada. “¿Qué somos los periodistas?” me dijo hace -puta madre- un mes y medio, la última vez que comimos juntos en el Caracol de Humberto Primo y Bolívar. “No somos especialistas en nada -se respondió-, somos curiosos nomás, gente que no supo hacer otra cosa”. Es cierto: uno no se hace periodista, uno no es periodista porque haya pagado todas las cuotas de TEA o haya hecho esa cosa informe llamada “Comunicación Social”. Uno es periodista porque, básicamente, no le queda otra. Casi que se nace: Susana estudió Letras -como yo- y le importó un pito. Lo que quería era escribir y decir no lo que le parecía bello sino lo que le parecía justo. Como los verdaderos periodistas, Susana, que tenía convicciones y había militado por ellas, no dejaba de lado el dato verdadero ni siquiera cuando contradecía sus ideales. Doy fe de que de su boca han salido conceptos ecuánimes para tipos que fueron sus enemigos. De allí que, para quienes anteponen el idealismo (recuerden: al ideal se tiende porque el ideal no existe) a la verdad la aborrecieran. Tiempos raros: he oído a periodistas que no podían llegarle a los talones, incapaces de comprender una sola de las referencias a viejos dichos hispanos que, con precisión, salpicaban muchas de sus notas, criticarla por no apoyar este “tiempo de cambio para Latinoamérica”, y va con un doloroso sic. Susana Viau fue mucho más que el mejor periodista de la Argentina actual. Sabía algo que la mayoría ya no sabe: escribir. Y nunca publicó una coma que no fuera cierta. 

Yo estoy muy triste hoy porque Susana fue mi amiga, porque le compraba vasos a mi viejo en el bazar (y siempre le mandaba un beso para mí), porque en las últimas semanas no la llamé lo suficiente y quedó girando una reunión en su casa con otros amigos. Es que el pelotudo siempre cree que la gente buena y con fuerza va a estar ahí, y se siente tranquilo porque esa seguridad lo protege. La última vez que hablamos me contó su diagnóstico con “y bueno, pasa esto, qué vamos a hacer”, como si nada. Y yo pensé que una persona capaz de pensar así y hablar así no podía morirse. Y bueno, qué vamos a hacer, nos morimos todos. Ella también. El problema es que, para quienes sufrimos el mismo vicio que Susana, el de no poder evitar ser periodistas, todo va a ser más feo y más solitario.

Por cierto, Susana Viau, la tremenda ironista que destazó a la actual Presidenta en cada una de sus últimas columnas, tenía cara de enojada. Pero cuando te miraba se sonreía, hacía chistes y se le iluminaban los ojos. Mi amiga Susana pertenecía a una de las clases más nobles del mundo: la de los cascarrabias. Adiós, pues, cascarrabias. Te quiero mucho. Leonardo. M. D’Espósito

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