Cannibalismos 8. JP

El mundo al revés: Alexander Payne presenta una película en blanco y negro y Lav Diaz en color. Todo lo demás está en su sitio. Nebraska narra el retorno a su pueblo natal (Hawthorne) de un quijotesco anciano (Bruce Dern) acompañado primero de uno de sus hijos y luego del resto de su familia. El regreso tiene algo de viaje en el tiempo y mucho de ajuste de cuentas con el pasado. En Hawthorne, un pueblo que por culpa del blanco y negro nos remite al de The Last Picture Show quizás sin pretenderlo, quedaron demasiados asuntos pendientes que, tras unas cuantas cervezas,  de una manera u otra se solventarán. Nebraska es el primer guión ajeno que filma Payne. Nadie lo diría, pues esta comedia amable y menos nostálgica de lo que pudiera parecer en un principio no desmerece de sus mejores trabajos. 

Ver una película de Lav Diaz en Cannes era una de esas quimeras cinéfilas aparentemente imposibles de cumplir. Con Norte, The End of History la fantasía de muchos se ha cumplido y uno de los momentos inolvidables de esta edición del festival fue ver al autor de Evolution of a Filipino Family o Melancholia subir al escenario de la sala Debussy para presentar su nueva película, la primera en color después de muchos años y de solo cuatro horas de duración. Norte se centra básicamente en dos personajes. Fabián (Sid Lucero) es un intelectual característico del cine de Diaz, frustrado con la sucesión de desengaños que puebla la historia de Filipinas. En un arrebato de desesperación asesina y roba a una usurera. Otro hombre, Joaquin (Archie Alemania) es declarado culpable y condenado a cadena perpetua. Su familia tendrá que arreglárselas sin él a partir de entonces. El sentimiento de culpa desgarra a Fabián, que terminará uniéndose a una secta religiosa. Es el lado Dostoievski de Norte, nada extraño en un Diaz que siempre ha sentido una especial fascinación por el cine y la literatura rusos. Cuando pasan cuatro años, Fabián vuelve para entregar el botín de su robo a la familia de Joaquín. Los remordimientos derivan de que su acción ha tenido funestas consecuencias para un hombre inocente (indirectamente aún tendrá otras), no porque haya matado a la usurera. Todas las películas de Lav Diaz son profundamente políticas y Norte, The End of History no lo podía ser menos. Tampoco este Diaz de Cannes, al que el color y el dominio del HD, todavía en fase de pruebas en sus películas inmediatamente anteriores, Century of Birthing y Florentina Hubaldo CTE, le dan una factura más industrial y, sobre todo, una estética menos claustrofóbica (con algunos planos de singular belleza). Por lo demás es un Diaz como los de antes, algo más depurado, no tanto a nivel narrativo como en sus habituales digresiones. Cannes no ha cambiado a Lav Diaz, pero ojalá que Diaz pueda cambiar a Cannes y el festival se abra a este tipo de propuestas de nulas posibilidades comerciales pero en la que están depositadas toda nuestra esperanza de un futuro mejor para el cine. 

La fiesta del cine francés continúa. Hoy han sido otras dos películas de gran interés, comenzando por una comedia vista en la Quincena de los Realizadores, La fille du 14 juillet, primer largometraje de ficción de Antonin Peretjatko. Decir que es una comedia es decir bien poco de esta película vitriólica que comienza ya atacando a la clase política francesa y equiparando a Sarkozy y Hollande para luego embarcarse en un viaje veraniego hasta el mar. Con una estructura basada en el gag y un humor cuyas raíces parten del slapstick, La fille du 14 juillet (título internacional: The Rendez-Vous of Déjà-Vu) parodia la voz en off de las películas de Rohmer o Truffaut mientras hace un llamamiento indisimulado a la revolución.

El contenido político de Michael Kohlhaas es indudable, el de la novela original de Heinrich von Kleist, según parece, pues no al he visto, el de la adaptación que Volker Schlondorff realizó en 1969 y ahora el de esta nueva versión homónima dirigida por Arnaud des Pallières y presentada a concurso. Al fin y al cabo la historia que cuenta Kleist es la de un tratante de caballo que, en el siglo XVI, se rebela contra los poderes de su región al sentirse víctima de una injusticia. La puesta en escena física y que pone en primer plano el frío y la suciedad puede recordar a la de Flesh+Blood (Verhoeven) o Valhalla Rising (Winding Refn), pero la de Des Pallières es una propuesta demasiado contradictoria que unas veces apuesta por el género y cierta noción de espectáculo y otras por la abstracción. Michael Kohlhaas acaba siendo mejor en sus partes que en su conjunto, una película de indudable fuerza visual pero cuyo relato puede dejar indiferente, en espacial en su media hora final cuando Des Pallières se pone trascendente y abandona el sonido del viento mientras se decanta por la música.

La jornada incluyo también fuera de concurso Max Rose, una película en el fondo insustancial de no ser por su protagonista, Jerry Lewis, presente también en la función. Son las cosas de Cannes. Jaime Pena

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