Las dos últimas películas de la competición son un ejemplo de lo que un festival debe o no debe ser. Hay ciertas selecciones inútiles. Cannes sigue insistiendo con ciertos nombres. El coreano Im Sang-soo no ha llegado a cumplir todas las esperanzas depositas en él a raíz de sus primeros trabajos, en particular The President’s Last Bang. Hace un par de años presentó en Cannes The Housemaid, un remake del clásico del cine coreano que unas temporadas atrás se había vuelto a poner en circulación. El resultado fue un sonoro fracaso, una película que palidecía ante su precedente. Pero Cannes es una tierra de segundas oportunidades. The Taste of Money es como un nuevo remake de The Housemaid, ahora en clave paródica, una comedia ambientada en una acaudalada familia, con todas sus intrigas amorosas y económicas. Como Dallas, pero en coreano. The Taste of Money mejora a The Housemaid (la de Im), pero es inevitable preguntarse qué hace una película como ésta en la competencia. Fuera de concurso no hubiese molestado. Se rumorea que este año Cannes se las vio y deseó para confeccionar el programa. En años de escasez bastaría con reducir el festival o, si eso puede afectar al negocio hostelero, acortar el concurso. Sería más honesto.
Mud es la tercera película de Jeff Nichols, su segunda oportunidad en Cannes, aunque su primera selección oficial. El año pasado participó en la Semana de la Crítica con Take Shelter y este año ha dado el salto a la competición, todo un record. Take Shelter fue un triunfo en toda regla que hizo merecedor a Nichols de este privilegio inusual. Mud no es una película tan lograda, aunque podría haberlo sido (y aún puede serlo con un oportuno remontaje). Sus mimbres son los de la tradición de Mark Twain y Robert L. Stevenson, The Night of the Hunter y Moonfleet, un relato de iniciación protagonizado por dos niños de 14 años que encuentran al padre idealizado que ambos buscan (o desearían) en la figura de un fugitivo, el Mud del título, refugiado en una isla del Mississipi. Nichols se deja llevar por los múltiples vericuetos de su historia, por un número de personajes a todas luces excesivos, por una serie de peripecias un tanto improbables. Y esta apuesta por la narración y lo prosaico deja de lado el lirismo que la historia reclamaba. Mud puede ser imperfecta, pero del lote norteamericano de la competencia (completado con Lawless, Killing Them Softly y The Paperboy), sin duda se trata de la apuesta más lograda, la única que no se contenta con ser un sucedáneo. Jeff Nichols merece una nueva oportunidad.
Las películas de clausura son un género aparte. Más que un honor, clausurar un certamen parece una condena. ¿Quién ve las películas de clausura en Cannes? Sin duda, los asistentes a la gala de entrega de premios. Hoy en el pase de prensa de la tarde la ocupación de la sala no debía de llegar al 20%. Habría que preguntar si alguien ha visto alguna vez una buena película en las sesiones de clausura. El año pasado en San Sebastián la francesa Intouchables se estrenó mundialmente. No es que sea una buena película, pero ya sabemos lo que vino después. Camille redouble no tendrá el mismo éxito, pero su vocación es igualmente comercial. La película de Noémie Lvovsky clausura la Quincena, pero es una clausura atípica, pues Camille redouble (Camille rebobina), que tanto recuerda a una Peggy Sue Got Married menos nostálgica y más cómica, también forma parte del concurso de la Quincena y ha acabado ganando un premio. Pero sigue siendo una película concebida para el gran público, lo que la vuelve un tanto descuidada, demasiado pendiente del efecto cómico inmediato, dimitiendo con rapidez de las posibilidades que la historia le ofrecía a Lvovsky. Por el contrario, Therese Desqueyroux es una de esas películas cuyo sentido no se entiende en el marco de un festival de cine, como no sea para validar por comparación el resto de la selección. Es la última película de Claude Miller, fallecido hace unas semanas, y el homenaje es más que merecido. Su película se disfrutaría más en televisión, pero por esta vez vamos a ser comprensivos.
También se muestra póstumamente La noche de enfrente, de Raúl Ruiz. En este caso se trata además de su primera película póstuma pues, al parecer dejó inconclusa otra más que se está encargando de finalizar su mujer, Valeria Sarmiento. El primer pase de la película de Ruiz tuvo lugar días atrás. Este último sábado es un buen día para recuperar algunas sesiones y se ve que el pase matinal de La noche de enfrente figuraba en muchas agendas: hay más expectación (y muchas caras conocidas) viendo a Ruiz que por la tarde con la película de clausura. No es de extrañar. Lo mismo ocurre por la noche, con el último pase de otra película de la Quincena, la notable Fogo, el tercer largometraje de Yulene Olaizola y, me atrevería a decir, el primero que da la medida de sus posibilidades. Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, siendo muy interesante, era una historia familiar sin continuidad posible, mientras que Paraísos artificiales era una propuesta demasiado tímida, un callejón sin salida. Olaizola ha encontrado lo que buscaba en la isla canadiense de Fogo, progresivamente despoblada, filmando los paisajes helados y los rostros curtidos por el frío de los escasos residentes. Fogo es importante para Olaizola y es muy importante para la Quincena: entre todo lo que he podido ver esta película es la única verdadera representante de ese “otro cine” que figuraba en el espíritu fundacional de esta muestra paralela.
Raúl Ruiz sería uno de sus cineastas más significativos y el gran highlight de esta primera edición dirigida por Édouard Waintrop será el estreno de La noche de enfrente. Se quiso ver Misterios de Lisboa como el testamento cinematográfico de Ruiz y ahora aquella gran película va a quedar como (al menos) su antepenúltima. En tanto que un divertimento que sintetiza a la perfección el universo de Ruiz, La noche de enfrente funciona mejor como despedida. Rodada además en Chile, Ruiz adapta varias historias de Hernán del Solar, con su característico sentido del humor, sus retruécanos, su romántico sentido de la aventura, sus laberintos, su onirismo. Pocas semanas antes de morir, Ruiz demostraba estar en plena forma cinematográfica. Si no hubiese adaptado ya a Proust en su día, esta película merecería llevar el título de El tiempo recobrado.