– Los milagros existen.
– No en mi barrio.
Cuando en el 2006 Aki Kaurismäki presentó en Cannes Lights in the Dusk comenzó a correr el rumor de que había contraído un cáncer y que esa podría ser su última película. Han pasado cinco años y Kaurismäki ha vuelto a Cannes. Lo hemos visto en algunas imágenes que pasan en los monitores diseminados por el Palais y parece en plena forma. Le Havre, la película que ha venido a presentar a concurso, así lo confirma. Podemos discutir si es más o menos buen que otras de su filmografía, pero parece fuera de toda duda que es la mejor desde Nubes pasajeras (1996), al menos está a su altura. Hablamos de Aki Kaurismäki, puede que uno de los cineastas más influyentes de las dos últimas décadas. Y sin pretenderlo. Pero su huella (que a veces se confunde con la de Jarmusch) podemos rastrearla en multitud de películas de México, Perú, Uruguay, Argentina, Corea, China… Son sus planos fijos, sus silencios, sus fuera de campo. Es sobre todo su peculiar sentido del humor lo que se ha copiado hasta la saciedad. No tanto su épica ni su profunda carga política. Pero Kaurismäki es esto último por encima de cualquier otra consideración. La prueba la tenemos de nuevo con Le Havre, una fábula sobre la inmigración ilegal en Europa en la que ganan los buenos. El cineasta finlandés siempre le ha querido conceder la oportunidad de la victoria a los más necesitados y estos siempre han encontrado solidaridad en sus películas. En cualquier caso, pocas veces su cine ha alcanzado tal estado de gracia. Este cuento de hadas se centra en las peripecias de un niño africano, Idrissa, que llega en un contenedor hasta el puerto de Le Havre y que consigue escapar de las garras de la policía gracias a la ayuda de un limpiabotas, pero también de un inspector de policía especialmente sensible. Hay ironía (“Me enteré de lo de su marido. La compadezco”, “¿Por qué? Era un fatalista”), hay romanticismo (“Ella es la road manager de mi alma”), hay música (una actuación espectacular de Little Bob), pero sobre todo hay mucho humanismo y un vitalismo que demuestra, sí, que los milagros existen.
En una ocasión Domènec Font invitó a Kaurismäki a Barcelona para una charla, no sé si en la universidad o en un museo. Haciendo honor a su fama, Kaurismäki se pasó los primeros minutos del acto haciéndose el remolón, negándose a contestar a las preguntas, hasta que Domènec consiguió romper el hielo achacando su conducta a su rencor por el fracaso de Litmanen en el Barcelona, donde el futbolista finlandés nunca consiguió hacerse un hueco en el equipo titular. Diez minutos antes de comenzar la proyección de Le Havre llegó un sms anunciando la muerte de Domènec, víctima de un cáncer contra el que llevaba luchando más de dos años. Le Havre fue el primer y mejor homenaje póstumo que se le podía hacer a Domènec Font.
Los grandes nombres han ido levantando el nivel de la competición oficial. De repente tenemos menos de lo que quejarnos, más cuando las perspectivas de lo que queda (Almodóvar, von Trier) no parecen malas. La película de Alain Cavalier, Pater, era la inclusión más sorprendente del concurso. Se decía que era un documental en la línea de Le filmeur y Irene, vistas en su día en UCR. No sé si se puede calificar exactamente como un documental, pero lo que está claro es que es muy distinto a sus anteriores películas. En todo caso, por buscarle comparaciones, estaría más bien en la línea de The Five Obstructions, aquel extraño desafío entre Lars von Trier y Jorgen Leth. Aquí son el propio Cavalier y el actor Vincent Lindon filmándose mutuamente y proponiendo un juego. Uno, el cineasta, ha de interpretar al Presidente de la República; el otro, el actor, será el Primer Ministro. Ambos se plantean con este juego exponer las debilidades de la política francesa, proponer soluciones éticas. El planteamiento es tan sugestivo como desconcertante su resultado final. La película parece bascular entre la demagogia (el público interrumpió la proyección con aplausos en varias ocasiones) y la constatación de que la real politik siempre pone las utopías en su lugar. Puede que Pater no sea un triunfo artístico, pero sí que tiene algo de milagroso su presencia en la oficial y a concurso. No sabría decir si esto será bueno o malo para la película, si esta sobreexposición le hará daño. Tampoco lo creo, siempre ganará algo de visibilidad. Pero resultaba gracioso ver las caras de Robert de Niro, Jude Law o Uma Thurman al fondo de la sala, en las butacas reservadas al jurado. ¿Qué estarían pensando?
Por si la elección de Cavalier para la oficial ya resultaba extraña, en el mismo día se presentó a concurso Hanezu, de Naomi Kawase, Premio Especial del Jurado en 2007 con El bosque del luto, pero que desde entonces había realizado otras dos películas que, sinceramente, nos habían hecho dudar sobre su salud artística. Sea como sea, se piense lo que se piense, Hanezu es una de las películas más extrañas e impenetrables de su filmografía. Definitivamente, Kawase hace cine pensando en un espectador japonés y, más aún, en un espectador de Nara, la ciudad natal de la cineasta y en cuyo entorno rueda casi todas sus películas, pues son sus tradiciones milenarias las que alimentan una película como Hanezu. Lo que nos propone Kawase es una suerte de reactualización de la leyenda sobre las disputas amorosas entre tres montañas, Unebi, Miminashi y Kagu, con un triángulo amoroso que culmina de forma trágica. Pero si el argumento resulta un tanto hermético, aunque mínimo, sus imágenes conservan la poderosa sensualidad del cine de la directora de Shara. No estamos muy lejos de la visión del mundo del Gus van Sant de Restless o el Terrence Malick de The Tree of Life. Una misteriosa red parece interrelacionar las películas del festival.
Fuera del concurso, y a diferencia de otros años, uno se aventura en el resto de secciones con cierta resignación. No nos levanta el ánimo Busong, del filipino Auraeus Solito, una suerte de apichatpón para consumo festivalero, ni Bonsai, del chileno Cristián Jiménez, una comedia bastante apagada pese a un arranque que parecía augurar mucho más (“Al final de la película Emilia se muere y Julio se queda solo”). La sorpresa llega con la brasileña O abismo prateado, de Karim Aïnouz, el retrato de una mujer que acaba ser abandonada por su marido y que deambula por las calles de Río de Janeiro, como el Papa de Moretti por las calles de Roma, mientras decide si sale en su busca hasta Porto Alegre. Parece el complemento perfecto para Viajo porque preciso, volto porque te amo, que Aïnouz dirigió hace un par de años junto a Marcelo Gomes, su contraplano femenino. Inspirada por una canción de Chico Buarque, O abismo prateado es otra de esas películas que desbordan vitalismo y que se están convirtiendo en lo mejor de un festival que en sus primeros días parecía una invitación al suicidio. Jaime Pena