Ya está confirmado. Más que un festival con lo que se supone es lo mejor o más representativo del cine mundial, Cannes parece una muestra especializada en cine de la infancia y la adolescencia. ¡Que se quiten los Enfants Terribles de Gijón: esto es lo más parecido al infierno que Mourinho pudo nunca imaginar, un festival patrocinado por Unicef! Es increíble la cantidad de películas en las que aparecen bebés o que directamente están centradas en los problemas de niños y adolescentes. Y eso que no me quedé al final de 17 filles, la película de Delphine y Murial Coulin inspirada por el suceso real de 2008 en el que un grupo de adolescentes de un instituto norteamericano decidieron quedarse embarazadas al mismo tiempo. Diecisiete bebés, así de golpe, era demasiado. La película tampoco da para mucho, superada en todo momento por una anécdota que en los dos últimos años ha inspirado solo en España una miniserie televisiva y un largometraje, Blog. Seguramente la película de las Coulin es mejor que la de la catalana Elena Frapé, no tanto por sus valores intrínsecos, ni porque el talento de sus directoras sea mayor, sino tan solo porque el cine francés es mejor que el español y sabe cómo enfrentarse a ciertos temas. Hay una tradición, hay unos modelos que impiden que los directores noveles cometan más errores de los necesarios. 17 filles, o lo que vi de 17 filles, es un ejemplo prototípico de eso que hace unos años dio en llamarse joven cine de autor francés y al que la coproducción televisiva (sea Arte o Canal+) ha acercado inevitablemente a los formatos telefílmicos.
La tradición nacional como refugio es lo que salva a la argentina Las acacias o a la austriaca Michael. Y si no las salva, al menos consigue hacerlas aparentar lo que no son. La película de Pablo Giorgelli narra el viaje entre Paraguay y Buenos Aires de un camionero y dos acompañantes inesperados, una mujer con una niña de cinco meses. Al principio podríamos pensar que estábamos ante una especie de continuación de La libertad (la tala de árboles, los troncos que son transportados en el camión), pero pronto la deriva argumental nos confirma que estamos más cerca de Sorín que de Alonso, que esta es una drama minimalista teñido de sentimentalismo, un formato que el cine argentino ha exportado por los festivales del mundo entero a lo largo de la última década. En resumen, lo que se espera de una película argentina en un festival, la razón por la cual películas como El estudiante tendrán una dificultosa carrera internacional. Michael es, como decíamos, una película austríaca y aquí “austríaca” implica tanto su nacionalidad como su ubicación genérica. Es decir, una película en la línea de Haneke o Seidl, el relato de un hombre que tiene encerrado en el sótano de su casa a un niño al que ha secuestrado y al que viola periódicamente. Objetivamente no deberíamos de ponerle ningún pero a una realización impecable, con su guión perfectamente modulado y su precisa planificación. Pero el problema de esta primera película de Markus Schleinzer radica ahí, en todo lo que tiene de fórmula, de película “austríaca”. Michael es de esas películas que podemos visualizar casi con total exactitud una vez leído el guión y sabiendo que no se va a desviar ni un ápice del modelo impuesto por el cine austriaco de festivales.
Es lógico que con este panorama este año no falte una película de los hermanos Dardenne. Recuerdo que la edición de 2005 estuvo monopolizada por un tema muy parecido, el de los niños perdidos o desaparecidos. Y jugando en su terreno se comprende que su película L’enfant se hiciese con la Palma de Oro. Le gamin au vélo no es peor que aquella, así que todo es posible. En cualquier caso, los Dardenne son palabras mayores, más con una programación como la de este año que apenas levanta cabeza. Frente a Las acacias o Michael, Le gamin au vélo nos devuelve el nervio característico de los autores de Rosetta, su urgencia al filmar, su estilo elíptico que atiende antes a los efectos que a las causas y que por ello siempre parece estar mirando hacia delante. De ahí, quizás, que se pierdan a veces en molestos y explicativos desarrollos dramáticos, como si lo novelesco no fuese con ellos. En este caso su discurso se centra en la difícil convivencia entre un niño de 12 años abandonado por un padre que se niega a volver a verlo y una mujer que decide acogerlo, en principio, los fines de semana. Es Rosetta, es el hijo, es el niño, es el que ahora monta siempre en bicicleta y se hace llamar Cyril, al que ojalá veamos crecer en las siguientes películas de los Dardenne, del mismo modo que hemos visto crecer a Jérémie Renier, su Jean-Pierre Léaud particular.
Todo lo que los Dardenne se esfuerzan en dramatizar, Robert Guédiguian lo verbaliza en su cuento de hadas Les neiges du Kilimandjaro (nada que ver con Hemingway, inspirado por el contrario en un poema de Victor Hugo y una canción de Pascal Danes). Como sus protagonistas, Guédiguian parece habitar en la nostalgia por un pasado de luchas sindicales e ideales comunistas. Sigue filmando en el barrio de Marsella en el que nació y con su troupe habitual (Ascaride, Darroussin), pero eso no es garantía de nada. Su película, su cine, en realidad, peca de un optimismo en la condición humana que desvanece toda su pretendida carga política. En principio esta película no abordaba el tema de la infancia como no fuera tangencialmente, pero al final, y se me perdonará el spoiler, los protagonistas, unos cincuentones sin ingresos de ningún tipo, acaban adoptando a dos niños como prueba de su bondad infinita. Hay que tener muy mala leche para programar en el mismo día a los Dardenne y a Guédiguian.
Termino con Wu Xia, de Peter Ho-Sun Cham, un wuxia con menos acción de la que esperaba y una película que habla también de una relación padre-hijo, si bien esta relación tiene más que ver con la de la película israelí Footnote o si me apuran con la de Darth Vader con Luke Skywalker. En todo caso, el conflicto paterno filial me interesa menos que un personaje muy atractivo, una suerte de detective que rebusca en el pasado del protagonista, lo que le lleva a analizar alguno de los combates con el rigor del mejor de los semiólogos. El momento en el que con su imaginación reconstruye paso a paso la pelea precedente y en la que el protagonista había jugado un papel en apariencia pasivo debería de figurar en todas las antologías del wuxia. Una película menos divertida de lo que prometía, pero una película didáctica. Jaime Pena
Cannibalismo. Cannes 2011: Día 4