Cannibalismo – Cannes 2011: Día 3

Tengo la sensación de que el festival empezó hoy. Al menos esa es mi impresión luego de ver Habemus Papam, el nuevo Moretti que, por lo que oigo y leo, ha sembrado una profunda división de opiniones. Yo no tengo ninguna duda: Habemus Papam me parece una gran película, mucho mejor de lo que nunca me hubiese imaginado. Supongo que el argumento es ya conocido. Un Papa se muere y el cónclave cardenalicio se reúne para elegir al sucesor. En el fondo de sus corazones, ningún cardenal quiere ser elegido pero a alguno le ha de tocar. Ese no es otro que el cardenal Melville (Michel Piccoli) que, presa del pánico, duda en un primer momento si aceptar el cargo, luego se encierra en sus habitaciones sin que el nombramiento, tras la fumata blanca, pueda ser anunciado y, por último, emprende una huída por las calles de Roma que le lleva hasta una compañía de teatro. Después de Il Caimano lo menos que nos podíamos imaginar es una película tan tierna como Habemus Papa, una farsa, sí, pero en ningún caso una parodia. O al menos no una parodia a flor de piel dispuesta a reírse y caricaturizar a sus personajes. Moretti humaniza a la curia romana y hasta se puede decir que hace un esfuerzo por comprenderlos, desvelando lo absurdo de sus rituales, eso sí, a costa de llevarlos a su terreno. Los cardenales no pueden salir del recinto vaticano y la crisis provocada por las dudas del nuevo papa les lleva a contratar a un psiquiatra (Moretti, por supuesto) que luego de atender a su paciente se ve involucrado en la misma situación. Uno de los peores chistes de Midnight in Paris es aquel en el que el personaje de Owen Wilson le avanza a Luis Buñuel el argumento de El ángel exterminador. Hay mucho de Buñuel en el absurdo que plantea Habemus Papam, con el psiquiatra organizando un campeonato mundial de voleybol con todos los cardenales. Mientras, un maravilloso Piccoli emprende una huída hacia delante, una liberación en la que asume el diagnóstico de los dos psiquiatras que le atiende: un déficit parental que ha derivado en depresión (o algo así). Nada es previsible en esta película, al menos a mí nunca me lo pareció. Ni siquiera los gags (¿cómo puede trabajar un psiquiatra que ni siquiera puede preguntar por el pasado de sus pacientes, ni por su relación con su madre, ni mucho menos por cuestiones sexuales?). Tampoco un final que se resuelve de la mejor forma posible y con una elegancia e ironía sólo al alcance de los grandes cineastas.
Nanni Moretti bien podría haber interpretado a uno de los protagonistas de Footnote, la película israelí dirigida por Joseph Cedar que es una de las sorpresivas inclusiones en la competencia oficial. La película narra la rivalidad académica entre un padre y un hijo, ambos especialistas en los textos talmúdicos. Moretti sería, claro, el hijo, que ha alcanzado aquellas cotas a las que siempre aspiró su padre. Aquél, recién ingresado en la Academia de Ciencias, éste, que apenas puede presumir en su curriculum con una cita a pie de página en una importante publicación. Parece que nos encontramos en el mundo de David Lodge, un mundo, como por otra parte el de los bastidores vaticanos, al que el cine siempre se ha mostrado refractario. De ser así, Footnote sería una comedia, pero su humor judío resulta por momentos impenetrable y tenemos que conformarnos con los momentos más dramáticos. Cedar es uno de esos directores que como Lynne Ramsey quiere dejar su huella en cada plano y en cada idea de guión. El principio de la película resulta agotador, como si los Coen filmasen un guión de Charles Kauffman. Puro virtuosismo que quizás sea necesario para ordenar todo el caudal de información que estos primeros minutos nos suministran sobre sus personajes. El tono cambia en el segmento central, cuando sale a la luz el conflicto dramático. Y cambia para bien. O para muy bien. Lo que se plantea es un conflicto ético de unas dimensiones que el cine siempre ha rehuido. El padre ha recibido por fin el premio que llevaba esperando toda su vida, pero todo ha sido una confusión de apellidos y el premio estaba destinado a su hijo. La escena en la que se discute un arreglo ante tan absurda situación es realmente magistral, como lo es la posterior resolución del conflicto o la vía por la que el padre, experto filólogo, intuye lo que ocurre a sus espaldas. Cedar no recurre a la comedia, sino que agarra el toro por los cuernos y resuelve el brete por vías exclusivamente dramáticas. Sería muy fácil odiar el exhibicionismo de Footnote, pero creo que lo más sensato es alabar la inteligencia de su planteamiento dramático, todos los desafíos que se plantea y que en ningún momento rehúye.
Al lado de estos dos títulos, el resto de películas que pude ver hoy parecieron meras comparsas. Tous au Larzac, de Christian Rouaud, es un correctísimo documental francés sobre un movimiento campesino de principios de los setenta que logró paralizar un campo de entrenamiento militar después de varios años de lucha, antes de derivar en un grupo antiglobalización, entre cuyos integrantes está José Bové. Jeanne captive tiene mucho más interés, pese a su irregularidad. En el fondo le ocurre lo que ya le pasaba al anterior largometraje de Philippe Ramos, Capitaine Achab, que bascula entre el academicismo y la abstracción. Ramos filma mejor cuantos menos medios tiene a su disposición. En Achab lo mejor de la película era lo más difícil de filmar, la lucha contra la ballena blanca. En Jeanne captive, después de Dreyer, Bresson, Preminger o Rivette, una nueva versión de la vida de Juana de Arco, alterna entre la rutina despojada de cualquier asomo de misticismo y unas sugestivas escenas de batallas filmadas con cuatro figurantes. Al final Ramos se las ingenia incluso para cambiar el punto de vista y presentarnos a un nuevo personaje, una suerte de ermitaño (Matthieu Amalric), que le posibilita eludir la escena de la hoguera. El cineasta apunta maneras, pero no estoy muy seguro de que se sepa desenvolver en un cine de presupuestos más convencionales. Y en el fondo Jeanne captive no representa ningún paso adelante con respecto a Capitaine Achab. La última película del día fue la mexicana Miss Bala, de Gerardo Naranjo, la historia de una joven que aspira a participar en un concurso de belleza pero que se ve involucrada en un enfrentamiento entre la policía y una banda de narcotraficantes. Naranjo pretende denunciar, o eso parece, la difusa frontera entre unos y otros y para ello se sirve de un personaje decididamente pasivo que pasa de un lado a otro en una serie de peripecias. Jaime Pena

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