Cannes. Día 4. FJL

La tentación para los cineastas europeos de realizar su «película norteamericana» en los Estados Unidos de Norteamérica parece ser irresistible. No hablamos acá del pasaje de directores extranjeros al mundo de Hollywood (referíamos el día 1 del Festival al fenómeno de los directores coreanos en Norteamérica), sino de esto de hacer la experiencia, de probar como es el asunto allí donde, en los hechos, tiene lugar el cine más extendido en el mundo entero, la cinematografía local más interesante, el germen de la globalización o el intento de monopolio, según se lo mire. Y la apuesta resulta difícil, engañosa, peligrosa. Si bien hay casos inolvidables en los que la química y el encuentro de los mundos funciona (de Zabriskie point de Michelangelo Antonioni a Paris, Texas, de Wim Wenders), hay mucho otros que se acercan bastante al papelón (In the electric mist, de Bertrand Tavernier). Arnaud Desplechin, el de Reyes y reinas y El primer día del resto de nuestras vidas (como se les ocurrió estrenar en Argentina Un conte de Noel), acepta el desafío y realiza su película americana de la mano del siempre cumplidor Mathieu Amalric, sumando a Benicio del Toro para construir una historia de amistad entre dos hombres muy distintos, entregándonos Jimmy P.: psychoterapie d’un indien des plaines. Estamos en el final de la segunda guerra mundial y Jimmy Picard (del Toro) es un indio americano que peleo en Francia y sufre de lo que parece ser stress post-traumático o esquizofrenia; Georges Devereux (Amalric) es el antropólogo que se atreve a realizar con él la psicoterapia que lo curara. Si, suena mal y está bastante mal esto de bucear en el inconsciente, como en una novela de misterio, acerca de las razones de la enfermedad y como eso se relaciona con el trato que a los nativos americanos se da en EE.UU. Digan que Amalric y sus tics y mohines están ahí para demostrar que esto no es el intento de un europeo de sermonear en tierra ajena (no deberíamos tomarnos su diatriba final demasiado en serio). Lo que se rescata es la posibilidad de que dos seres muy distintos se ayuden, se comprendan, se rían juntos y, en definitiva, puedan ser amigos. En fin, mucho menos de lo que se podía esperar de Desplechin.

Mal día, sigue la lluvia, y por no mojarse uno toma decisiones equivocadas (en parte debido a que todos se refugian en los cines y todo está muy lleno). Doble programa para el olvido: fuera de competencia se presenta la película rusa Otdat Konci (Bite the dust) y Bends, de Flora Lau. Se me escapa qué es lo que puede llevar a Cinefondation a financiar películas como la primera y, calculo, que es esa la razón por la cual se la programa en un horario lateral con una o pocas pasadas y uno la puede ver con la sala semivacía. Una pretendida comedia que sucede en la Rusia profunda, cuando avisan que se acerca el fin del mundo y el microcosmos rural, cargado de machiettas y subrayados, afronta el diluvio. Tono exacerbado, muchos gritos y casi ningún chiste que funciona. A sala llena, y tras haber rebotado para ver Salvo (seguiremos intentando) caigo a Bends, de Flora Lau, que se exhibe en Un Certain regard con la sala sorprendentemente llena. Vidas paralelas, señora rica que afronta la decadencia tras ser abandonada por su marido y su chofer, que intenta llevar a Hong Kong ilegalmente a su mujer para tener su segundo hijo. Melodrama con pretensiones de denuncia política acerca de lo que pasa a uno y otro lado de la frontera. Grande fue mi perplejidad al advertir los aplausos tras el final de la película, será lo que impone la corrección política? Porque la película es casi un telefilm, previsible y por momentos soporífero.

Grand Central, de Rebecca Zlotowski, a quien conocimos por Belle epine en el BAFICI, vuelve a seducir con climas enrarecidos y un gran acento en el componente físico (aunque ahora no se trate solo de una chica, sino también estén dando vueltas una banda de hombres). El protagonista, un joven de pocos recursos y escasos estudios decide (no tiene muchas opciones, seamos claros) entrar a trabajar en una central nuclear, donde se engancha con la novia de un compañero de trabajo. No es que quiera parecer excesivamente coloquial, el término «engancha» es casi textual, porque la relación que une a la pareja tiene que ver con la pulsión vital, con el desenfreno que produce convivir con la muerte y con el peligro diariamente. Pareciera que, como la radiación, los cuerpos y las mentes son poseídos por un mal que no se ve pero cuyas consecuencias son cada vez más evidentes. La central nuclear, los entrenamientos y procedimientos de seguridad, son burocráticos ejercicios marcados por la asepsia. Frente a ello, los momentos vitales (los encuentros sexuales) son salvajes, en lugares sucios, incómodos o en el exterior; ante tanta represión y peligro es como si el componente animal de lo humano reclamase libertad. Esto es lo que logra transmitir Zlotowsky, y eso es lo que hace de Grand Central una película particularmente sensorial y sugerente.

Inside Llewyn Davis, de Ethan y Joel Coen. De esas funciones a la cuales hay que llegar una hora antes porque, claro, es la última película de los hermanos Coen… Bueno, acá la emprenden contra un cantante folk, con algo de Bob Dylan fuera de época, ya que estamos en 1961 y Llewyn Davis no ha pasado al sonido eléctrico. Como decíamos, una vez más los hermanitos sumergen a un personaje en una espiral de situaciones más y más oscuras y humillantes, pero el tono actoral y la menor crispación que en otras ocasiones (Quémese después de leerse) hacen que podamos creer que quienes vemos en pantalla no son solo una serie de marionetas a las que se hará sufrir, sino que pueden tener alguna relación con la vida. Además, hay unos cuantos momentos simpáticos y situaciones y chistes que efectivamente dan en el blanco. O sea, que estoy medio cansado, pero posiblemente esta sea, considerando las últimas películas de los Coen, aquella en la que más me he reído.

Basta por hoy, que mañana tengo sección de trasnoche con Johnnie To. Hasta mañana. 

Fernando E. Juan Lima

 

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