Cannes día 2. FJL

La primera película de la competencia oficial, como no podía ser de otro modo, ha sido francesa (país con mayor cantidad de películas en la muestra, seguido por EE.UU.). Se trata de Jeune et jolie, de François Ozon, cineasta que se caracteriza por la diversidad de los proyectos que encara y de las películas que concibe. No falta quien le endilgue irregularidad en sus obras. Yo creo que sería más correcto hablar de heterogeneidad, ya que Ozon logra al mismo tiempo llevar a cabo películas personales y sostenerlas en registros muy distintos, escapando así de cualquier scanner que permita encontrar rasgos autorales que se repiten. Conocido en la Argentina desde Bajo la arena (2001) y, luego, Gotas que caen sobre rocas calientes (2000, pero estrenada localmente después), su juego más explícito con el mainstream lo tuvo con la alocada 8 mujeres (2002, también estrenada en nuestro país). Quizás la relación más directa de esta última película con su producción anterior la podemos encontrar en el cruce entre 5×2 y El refugio; con la primera, por la selección de determinados momentos y las abundantes elipsis para contar una historia; con la segunda, por la edad del protagonista central, que esta vez es nuevamente alguien muy joven (como en la recientemente vista el ciclo Les avants premieres, Dans la maison, aunque aquí el protagonismo no es tan absoluto). En Jeune et jolie el relato está  dividido en cuatro partes, identificados con las estaciones del año, partiendo del verano (y no de la primavera, como Kim Ki-duk), a través de las cuales nos acercamos a una joven de 17 años recién cumplidos que se prostituye. No por necesidad económica (es de clase media, relativamente acomodada), ni por esnobismo o placer. O sí, pero no estrictamente sexual. Lo suyo tiene que ver, quizás, con el crecimiento, el inconformismo, el no encontrarse dentro de su piel o saber qué hacer con los cambios de su cuerpo. Tampoco hay una competencia con su madre, o el reclamo ante en padre ausente: Ozon elude todos los psicologismos y las explicaciones lineales (las escenas con un psicólogo son impagables). Eso es lo que incomoda e intriga, como en Bajo la arena, no sabemos dónde estamos parados; lo que el cine y el paradigma de los razonamientos de la lógica freudiana-lacaniana nos ha enseñado no nos sirve para echar luz en estas aguas tan ambiguas y evanescentes. La actriz principal, Marine Vacth, perfecta en su rol, es pura fuerza vital y piel, rebeldía e inconciencia. Un muy buen comienzo para la competencia oficial.

La película de apertura de la sección Un certain regard fue The bling ring, de Sofía Coppola. Como en Somewhere, el vacío existencial de un grupo de chicos (mayoritariamente chicas) sin ningún tipo de necesidades económica ni metas en la vida; pero, a diferencia de esa película, acá el ritmo tiene que ver más decididamente con la comedia, deudora del estilo clipero de E! Entertainement. Claro, forma y contenido dialogan en lo que comienza pareciendo una comedia sobre «tontas, putas, consentidas», (en los términos en que South Park se ha referido al fenómeno Paris Hilton), con mucho de Highschool, para terminar en una reiteración de situaciones ilícitas que tienen que ver con este grupo que se dedica a robar casas de los famosos, más por pertenecer a ese mundo mediático que por el dinero involucrado (aunque en la “historia real” lo robado habría ascendido a la suma de tres millones de dólares). La reiteración lleva al tedio y ni siquiera tenemos el elemento disruptivo que tiene la recientemente estrenada en la Argentina Springbreakers (Harmony Korine).

También en Un certain regard, Fruitvale Station, de Ryan Coogler es la perfecta representante de Sundance en la muestra. Corrección política hasta decir basta y buenas intenciones en esta historia, basada en hechos reales, que pretende funcionar como denuncia de ciertos excesos policiales que culminaron con el asesinato de un joven negro de 22. Que justo antes de este hecho él haya decidido cambiar de vida y ser mejor hijo, padre y hombre, y que la realidad opere en su contra para impedirle ese cambio es relatado de manera tan gruesa e inverosímil que las imágenes reales del final, relativas a los hechos acaecidos y a su hija en la actualidad se sienten como un chantaje emocional.

Última película del día A touch of evil, de Jia Zhangke. Hasta ahora, lo mejor del festival. Decidido abiertamente a la ficción, Jia entrelaza nuevamente varias historias, que suceden en la China actual, en constante metamorfosis, combinando con violencia un pasado que es aún presente y cierta modernidad que promete arrasar con (casi) todo. Las locaciones elegidas y el registro actoral permiten afirmar que todo su cine anterior (24 city, Still life, The world) sigue allí, presente. Los espacios abiertos, las construcciones que aparecen por doquier pero también ahora los colores de la noche y el neón aprovechan todo el ancho de la pantalla para generar esa arquitectura tan propia de su cine. Pero la evidencia de un guión y lo elaborado de los conflictos, en todos los casos vinculados, de alguna manera, con la violencia y la corrupción, nos habla de un cambio importante. Y ese cambio se demuestra también en el grado de explicitud con que se pone en escena esa violencia. En las cuatro historias que se suceden y entrelazan encontramos, en cuatro distintas regiones de China, a un hombre que se cansa de la corrupción y decide hacer justicia por mano propia, a otro que da “buen” uso a su arma de fuego para inventarse una vida menos aburrida que la que puede encontrar con su familia, a la encargada de la recepción en un Sauna que es acosada por un rico cliente (y que debe defenderse, claro está) y a un joven que va mudándose de ciudad, por no encontrar un empleo en el que se lo respete adecuadamente. La mirada del director, a quien se ha acusado de tornarse demasiado permisiva con el régimen, no deja de ser osada e inteligentemente ambigua. Las evidencias de una sociedad resquebrajada, partida, no son, como tantas veces (así, el ultimo Zhahg Yimou), un llamado al centralismo estatal que todo lo resolverá. No hay consignas ni bajadas de línea, pero el que quiere justicia termina pagándolo con su vida o tiene que ensuciarse las manos con sangre. Fernando E. Juan Lima

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