Cannes, día 11. FJL

Dejé para hoy la última película de ayer, ya que basto comenzar a escribir sobre La vie d’Adele para que no pudiera pensar en otra cosa (una película cautivadora, que seguramente vuelva a ver en la posibilidad de ballotage que da el domingo). Y esa película es nada menos que la última de Jim Jarmusch, Only lovers left alive

¿Por qué es que si nosotros hacemos determinada mención o llevamos adelante un acto quedamos como maleducados, groseros, lineales o superficiales y hay otras personas, con un accionar similar, parecen una cruza de Isidoro Cañones y James Bond en el mundo real? No es que me pretenda comparar, pero no puedo dejar de pensar que hay un determinado ángel, un aura, un savoir faire o una elegancia que es innata y que solo unos pocos poseen. Jim Jarmusch es uno de esos elegidos. Only lovers left alive es una película más pequeña, menos pretenciosa que Los límites del control. En ella encontramos unos vampiros que sobreviven desde tiempos inmemoriales, Adán y Eva, enamorados, entre sí y de todas las cosas bellas que hay en el mundo (la música, sobre todo, las más inasible y etérea de todas las artes). Lástima que estas –las cosas bellas-son cada vez menos, porque los zombis (nosotros, aquellos a quienes la elegancia nos está vedada) todo lo destruimos. Todo es romántico, nostálgico y encantador. Las citas se multiplican, de Shakespeare a Buster Keaton: la idea es que, en realidad, todo lo importante acaecido en el mundo (de las ciencias a las artes) tiene que ver con la presencia de estos seres fantásticos, en vía de extinción. Algunas citas son un poco obvias, superficiales. Sin embargo, funcionan generando momentos de humor logrado y, otra vez, lo que en labios de otro puede sonar a perogrullada, en los de Jim Jarmusch es un hermoso haiku.

Y a ponerse al día con la Quincena de los realizadores. De manera casi unánime me habían advertido contra La danza de la realidad, de Alejandro Jodorowsky. No he seguido su carrera en la psicomagia, pero si bien ha pasado mucho tiempo, no podía resistir la tentación de acercarme a ver que había hecho el director de películas como El topo, Fando y Lis y, para mí, sobre todo, Santa sangre (las dos primeras y La montaña sagrada serían programadas este año en la sala Leopoldo Lugones, aprovechando la presencia del realizador en el país para montar una obra de teatro). La danza de la realidad comienza con una escena en que caen monedas de oro y una oda al dinero. Escuchamos frases del tenor de «El dinero es como la sangre: si circula, es la vida”. “El dinero es como Cristo: si lo compartes, te bendice”. “El dinero es como Buda, con trabajo llegaras a él», y así… El temor de asistir a la película del Rabino Bergman me invade. Y con razón! Ejercicio de autobiografía imaginaria, lo encontramos a Jodorowsky, hoy, acompañándose  a sí mismo, de niño, durante su infancia en Chile, reconstruida de manera pretendidamente poética. No deberían sorprendernos que la actuaciones sean imposibles (salvo su padre y su madre), la presencia de tullidos y malformados de toda laya, algunas referencias a la política, al sexo y, sobre todo, al sentido de la vida. Eso siempre estuvo en el cine de Jodorowky. Pero lo que antes era sinsentido, búsqueda, riesgo, surrealismo, ahora es bajada de línea, new age, autoayuda. Sí, Jodorowsky está en pantalla, omnipresente, diciéndonos qué debemos pensar, qué debemos interpretar, cómo tenemos que vivir para ser felices, triunfar o lo que sea. Se quedaban cortos quienes la criticaban: parece la película de un pastor electrónico, con la puesta de Todo por dos pesos, pero sin su gracia y humor.

En la misma sección, la británica The Selfish Giant, de Clio Barnard (The Arbor), ganadora del Label Europa Cinema. Un chico de 13 años con claros problemas de conducta es excluido de la escuela y arrastra a su mejor amigo Swifty en una carrera hacia la marginalidad. Los chicos se relacionan con un chatarrero para el que juntan metales y cables para reciclar, valiéndose de un carro tirado por un caballo. Este costado Yatasto de la película, vira hacia el drama social, frente al sentimiento de exclusión del protagonista cuando el chatarrero da más lugar a Swifty que a Arbor en las actividades que emprende (que incluyen las carreras de caballos). Una pintura del Reino Unido sucia y descarnada que remite al primer Ken Loach, con cierto sadismo en la relación con el contexto y, en particular, con los animales, que recuerda en algo a Gummo (Harmony Korine). 

Por último, Les garçons et Guillaume, à table ! (Me Myself and Mum) de Guillaume Galienne, ganadora en la Quincena del premio principal, el Art Cinema Award y el premio de la SACD otorgado al que se considera el mejor film francés de la competencia. Adaptación para el cine de la obra teatral creada por este integrante de la Comédie-Française, ese componente teatral no empece al disfrute de mucho del humor que contiene esta película. Jugando con la presentación de la obra, pasamos de la representación de un unipersonal a la visión de los momentos que está narrando. Guillaume Gallienne se interpreta a sí mismo y a su madre en esta historia de un heterosexual cuya familia decidió que era homosexual. De querer ser una mujer para cumplir con el mandato materno (no fuera cosa que quisiera a una mujer más que a ella) al descubrimiento de su verdadera esencia con la llegada del amor, importa menos este coming out bastante particular que los momentos de humor que puntúan la narración. Sí, es muy teatral y la cadena de causalidad que sustenta la trama, bastante pedestre, pero el director/actor protagónico tiene gracia (es una especie de Gasalla joven) y hay muchos chistes que dan en el blanco. Creo que fue la película donde más escuche reírse al público en este festival. Miento, se oyeron más risas en Only God forgives de Nicolas Winding Refn. Pero, en este caso, ellas tenían otro sentido. Fernando E. Juan Lima 

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