Cannes, día 10. FJL

Como en la película alemana que referíamos ayer, Nothing Bad Can Happen, temo ser escupido y que alguno quiera apagar un cigarrillo en mi rostro (calculo que a más no llegará). Pero, debo decirlo, no llegue al éxtasis con The Immigrant, la última película de James Gray, respecto de la cual existe una casi unanimidad en cuanto a su ponderación como una gran película. Ojo, que no voy a discutir que don Gray sabe lo que hace, que su película rezuma clasicismo y que hay varios pasajes de las imágenes que son, sencillamente, hermosos. Confieso, además, que con este realizador me sucede que sus películas van subiendo en mi consideración con el tiempo y las sucesivas visiones. Así y todo, en estas apuradas crónicas escritas en caliente, no puedo dejar de decir que The Immigrant me pareció demasiado conversada, supliéndose con explicaciones puestas en palabras lo que bastaba haber dejado a las imágenes. Cotillard y Renner, sobre todo (Joaquin Phoenix, paradójicamente, está algo más contenido) están un poco excedidos, sufriendo o disfrutando de una manera expansivamente empalagosa. Puede ser que el tono operístico inherente a esta historia de una inmigrante cuya situación es  aprovechada para introducirla en el  mundo de la prostitución, tiene que ver con la decisión de mostrar así esta pasión, este martirio. Hay algo de zarzuela más que de ópera en el exceso, lo que no necesariamente es una decisión a criticar per se. Pero, justamente, en ese contexto quizás era menos necesario que cada personaje se tomara su tiempo para explicar su cosmovisión, lo que siente frente a la situación que está pasando, etc. En fin, que la película está lejos de estar mal, pero me parece más cercana al mundo de Gray, Blood Ties (presentada fuera de competencia), de la cual solo es responsable del guion. Un guion, sin dudas, mucho más sutil. 

Sebastián Silva, el director de la excelente La nana, filma en Chile nada menos que con Michael Cera. Ese hecho despertó mi curiosidad, por ver como seguía un director que me interesaba y, sobre todo, como cruzaba su universo con la figura casi icónica del indie norteamericano. Una chica norteamericana viaja a Chile a encontrarse con su prima; esta se encuentra con su novio, una amiga y un amigo al que pretende «hacerle gancho» (perdón por la antigüedad) con la recién llegada. Es cuestión de llegar y salir de Santiago hacia el sur, a un paraje solitario cerca de un lago. Los problemas se multiplican, y la visitante no se puede sentir más inadecuada en el sur del planeta. Jugando con la percepción, no sabemos cuánto hay de realidad y cuanto de lo que surge de la imaginación preñada de cansancio, jet lag y prejuicios de la recién llegada. En esta idea de coquetear con lo fantástico, de silencios y ocultamientos que tienen que ver con lo que solo los iniciados (los locales) saben, está lo mejor de la película, que no termina de definirse por un determinado registro y que, para nuestra desilusión, solo funciona en unas pocas pinceladas del humor que propone.

Una de las grandes películas del festival se me había escapado en los días de ayer y antes de ayer. Ventaja de no estar presionado por el cierre del diario, veo, más tranquilo, en una sala más pequeña pero más cómoda y con una muy buena pantalla, La vie d’Adele, Chapitre 1 et 2, de Abdellatif Kechiche (L’esquive).  La cámara sigue a Adele muy de cerca (los primeros planos, que se centran en el rostro de las protagonistas deben ocupar la mitad de las 3 horas de metraje), de su presentación, aún como estudiante a su descubrimiento y relación con otra chica, algo mayor, estudiante del Bellas Artes. Adele está perdida, se encuentra y se vuelve a perder. Pero a todo le pone una energía, una pasión una fuerza que abruma y que traspasa la pantalla. Adele está en la piel de Adele Exarchopoulos y su amada en la de Lea Seydoux (que también se luce en Grand Central, de Rebecca Zlotowski, presentada este año en Un certain regard). Este ha sido un año marcado por el sexo en Cannes. Dos de las mejores películas presentadas (si no las dos mejores) hacen foco de alguna manera en él, con escenas de una explicitud poco habitual. Claro que mientras en L’inconnu du lac, de Alain Guiraudie el foco es puesto en relaciones casuales, marcadas por la pura pulsión sexual de los involucrados, en La vie d’Adele la sensación de estar asistiendo a un verdadero encuentro pasional es perturbador. Así, en la película de Guiraudie, el sexo explícito cuenta parte de la historia y la manera de hacerlo tiene que ver con ello: los planos detalle, la edición, la duración y el ritmo se relacionan con la urgencia, lo prohibido, la situación de exposición. Pero lo que puede llamar la atención es la explicitud y el contexto, la manera de contarlo se relaciona con el porno (el de las películas y el que tiene que ver con lo que pasa en las salas de cine en que se proyecta). En La vie d’Adele, el asunto es distinto. Las escenas tienen un verismo, una impresión de realidad que resulta difícil imaginar cómo fueron llevadas a cabo. Deberíamos suponer que dos actrices profesionales han accedido efectivamente a tener relaciones sexuales (no solo actuarlas) y ser filmadas. La duración y reiteración de los encuentros sexuales (el primero de Adele con un chico, el resto, con su amada) son poco habituales. Poco habituales en cuanto a su extensión para una película no pornográfica, de las que no se toma en modo alguno la manera de mostrar el sexo. Sin caer en la toma ginecológica a la que nos tiene acostumbrado el porno, nada queda fuera del alcance de la cámara: los pezones se erizan al ser acariciados y chupados, las chicas dan verdadero sentido a esa horrible expresión de «comerse» a una persona. Las elipsis al centro de los encuentros sexuales no son una manera de acelerar el trámite, el director no escatima minutos para graficar cada encuentro; la edición, por el contrario, da la sensación de continuidad, de extensión, de aferrarse al placer sexual hasta las últimas posibilidades que nos da la fuerza vital. El sexo es el gancho esencial entre ellas, que van a vivir juntas y que poseen algunas divergencias que pueden minar la relación, pero no en el aspecto sexual. Cada vez que se encuentran se produce una explosión, es como si quisieran aferrarse a la vida; quizás, en el entendimiento o la sospecha de que, al gozar y hacer gozar a la otra, están dando un poco más de tiempo a esa relación destinada a finalizar, como todas. Fernando E. Juan Lima

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