For love’s sake, de Takashi Miike es la película perfecta para la sesión de trasnoche; de esas que en los últimos años se extrañan en el Festival de Mar del Plata y en el BAFICI. Más de dos horas de pura acción, pasiones descontroladas y disfrute. En el marco de su prolífica labor, caracterizada por los giros inesperados y los cambios de registro, esta película se acerca más a la línea de la trilogía Dead or alive y, sobre todo, The happiness of the Katakuris. En un devenir planteado como una estudiantina, en la que el ingreso de un personaje pendenciero y rebelde en un colegio modifica las relaciones de fuerza, desatando pasiones y peleas por el poder, no faltan las trompadas y la violencia física. Pero las peleas son más coreográficas que reales, abundan los planos generales y medios (no están los típicos planos detalle de la sangre brotando, de la trompada dando en el blanco), el sonido magnifica el efecto de esta danza, escuchándose cada golpe como si estuviera arrancando un miembro del cuerpo de raíz. Además (otra vez los Katakuris), la historia (¿de amor?) comienza y se cierra con secuencias de animación y hay unos cuantos hermosos, festivos, descontrolados números musicales. Los colores brillantes, casi fluorescentes, despabilan al más agotado por el trajín del día e invitan a sumergirse en el puro placer del sinsentido, del amour fou, de la acción física y del humor. En el último festival de Cannes Miike provocaba con una película en 3 D que no tenía casi acción (Ichimei o Harakiri: death of a Samurai), ahora, tomando como pundo de partida una historieta (manga) si parece interesado en algo, es en provocar el disfrute de los espectadores, que no pudieron evitar aplaudir en varias secuencias. Los movimientos estilizados, la coreografía de los cuerpos y de las cámaras, la música pegadiza, el desenfreno pop, las trompadas y los cuchillazos, la historia de amor y unos cuantos personajes inolvidables (la chica triste, su lugarteniente que mastica el mismo chicle durante años, el rufián de 17 años que dice envejecer prematuramente), todo suma, y no como un pastiche (que los ha hecho) sino como una película que se disfruta de principio a fin, de esas que mientras uno las está viendo piensa: “que no se acabe, que no se acabe”.
Vous n’avez encore rien vu, del enorme Alain Resnais. Más allá de las lecturas que tienen que ver con el pretendido “testamento fílmico” del gran director, lo que esta película demuestra es su constante búsqueda y jovialidad, tan ajena a una cierta tendencia del cine francés. La excusa para juntar a un verdadero seleccionado de actores icónicos del cine francés (entre otros, Sabine Azema, Pierre Arditi, Anne Consigny, Lambert Wilson, Mathieu Amalric, Michel Piccoli) es la lectura del testamento de un director teatral fallecido súbitamente. Su último pedido es que analicen la propuesta de un joven grupo de teatro para realizar nuevamente Eurídice, obra que aquellos actores y este director tantas veces llevaron a las tablas juntos. Decir que se trata de una película marcada por lo teatral sería erróneo, o por lo menos parcialmente incompleto. Es que, más allá de los bellos textos, y la posibilidad de escucharlos una y otra vez repetidos por los distintos actores que los interpretan o los han interpretado, como siempre en Resnais hay una búsqueda que tiene que ver con la deconstrucción y reconstrucción de una relación cultural, de una comunicación con el espectador, del aparato cinematográfico en sí mismo. Los espacios despojados que se van poblando y despoblando de elementos, transformándose, revelan el acento puesto en el texto y las actuaciones, pero esas transformaciones, la preponderancia de los planos medios y cortos, las pantallas divididas, los intertítulos, los textos que se superponen y se suceden nos demuestran un artificio, un derroche formal, un juego que es estrictamente cinético. Resnais se sigue preguntando a sus 90 años qué es el cine. Y, ciertamente, no es mero teatro filmado.
No sólo de cine vive el hombre. Así que, no sin antes cumplir con mi deuda personal con Sion Sono y ver su excelente Himizu en el Mercado (no había podido verla en el Festival de Mar del Plata), me dedicaré a otros menesteres que no pienso compartir con Uds. Mañana volverá a ser un día de muchas películas. Hasta entonces. Fernando E. Juan Lima