Y sí, parece que en Cannes también llueve (primera vez que me toca, en tres años). Y parece que todo el mundo tuvo la idea de ver al mismo tiempo Reality, de Matteo Garrone (Gomorra). La marca estética de este algo sobrevalorado precedente (¡al que hay que prestarle atención es a Paolo Sorrentino!, que sigue sin llegar a un estreno comercial en nuestro país) se mantiene sobre todo en el inicio de Reality, con su cámara ampulosa, sus colores vivos, sus diálogos chirriantes. La pintura de Nápoles es un tanto superficial y estereotipada, pero resulta el marco para que se desenvuelva la comedia en torno al dueño de una pescadería que es atrapado por la fiebre del Gran Hermano. Italia, cuna de los paparazzi y cultora como pocos lugares del Star system (de algún lugar salimos), parece un lugar propicio para el desarrollo de esta farsa con pretensiones de comentario social que recuerda (y “moderniza” en lo formal) cierto cine de Mario Monicelli.
La lluvia y los atrasos llevan a un cambio de planes y una escala en el Mercado. Allí vemos 28 hotel rooms (Matt Ross) comedia Indie basada en los encuentros en distintas habitaciones de hotel entre dos amantes a lo largo de un prolongado período. Algo del inicio de Amor sin escalas (Up in the air), sin el costado social, y bien los diálogos, la química de la pareja y las actuaciones. Eso no es poco.
De vuelta a Un certain regard, nos encontramos de nuevo con el canadiense Xavier Dolan, de enfant terrible a niño mimado, las caricias del festival y de la crítica por suerte parecen no haberle hecho mella. Tras Yo maté a mi madre y Les amours imaginaires, en Laurence anyways Dolan se acerca a una historia de amor (¿real?) en la que el hombre de la pareja, a los treintitantos años admite que siempre se sintió mujer y emprende el camino del cambio de sexo. No se trata de una mera salida del armario, Laurence no es gay, de hecho la relación con su amada Fred continúa con la potencia de un amour fou que no se desvanece con el paso del tiempo. La música (de Beethoven y Vivaldi a The cure y Celine Dion), los ralenttis, los colores que inundan la pantalla (como cuando la pareja camina por un camino nevado y “llueve” ropa de colores vibrantes) se conectan con su obra anterior pero poseen un desparpajo y una osadía que incluso las supera. Tanta energía, compromiso y entusiasmo dan por resultado una película excesiva, despareja, pero no por eso menos disfrutable.
En la misma sección, Beasts of the southern wild (Benh Zeitlin) propone un acercamiento a los márgenes de Louisiana, donde padre e hija viven aislados, alejados de toda modernidad, resistiendo con su comunidad la inundación de sus tierras por las lluvias y la construcción de una represa. La mirada de la niña da a la naturaleza y a la historia un aliento mítico y cierto aire que parece deudor de la obra de Malick (en particular El nuevo mundo). Claro que no es lo mismo. Hay cierta fórmula Indie, algún subrayado y hasta un poco de realismo mágico. Pero el potaje es menos indigesto de lo que suena y algunas escenas están logradas, llegando a conmover incluso con herramientas nobles (y no sólo por los decibeles de la música GPS).
Y para lo último, lo mejor del día, Beyond the hill, de Cristian Mungiu. El ganador de la palma de oro en este festival con 4 meses, 3 semanas y 2 días deja de lado algún costado de explotación que podía tener esa película e inscribe su nuevo opus en una línea que dialoga más con la obra de Cristi Puiu y Cornelio Porumboiu. Con todo lo arbitrario y superficial que puede resultar el poner en una misma bolsa la filmografía de todo un país, las conexiones saltan a la vista. Los meandros burocráticos, las pequeñas bajezas y mentiras que corroen una organización (la salud pública, la policía, etc.) son ahora examinados nada menos que en relación con la Iglesia (ortodoxa). La película, sin embargo, no analiza frontal u orgánicamente la institución sino que propone lo que podría ser una trunca historia de amor entre dos jóvenes mujeres (una ahora monja, otra que vuelve de Alemania para llevarse a su compañera) y se abre en un clima que combina el laberinto kafkiano, con ciertos aires de Las brujas de Salem. Mungiu es demoledor sin ser discursivo y el clima de la película mantiene la tensión durante las dos horas y medias de metraje.
Ahora a dormir, que mañana será un día largo. Es que en el Festival de Cannes son muy pocas las funciones de trasnoche. Y este sábado es el caso: Darío Argento Drácula 3D. Ya está todo dicho. Fernando E. Juan Lima