La sempiterna pregunta que te asalta varias veces en el día, al menos una por cada película que ves, es la de por qué razón o razones una película está en esta sección o aquella otra. Muchas veces la respuesta es inherente a la propia película. Behind the Candelabra es la nueva película de Steven Soderberg, notoriamente la que se dice que será su última película. Veremos. Su propuesta es una biopic del showman Liberace que encarna Michael Douglas, con Matt Damon en el papel de su amante, los dos convenientemente caracterizados al borde mismo de la caricatura. Se trata de una producción de la HBO que en unos días se emitirá en Estados Unidos. No es la primera película producida directamente para la televisión que se puede ver en Cannes, lo malo es que se le nota en demasía su destino, algo que parece haber tenido siempre en mente un Soderberg que apenas mueve la cámara como nos tiene acostumbrados. Sus películas de la serie Ocean tienen bastante más personalidad. ¿Por qué está en Cannes, entonces? Por sus intérpretes, por la alfombra roja, por todo el glamour que reclaman los miles de periodistas que hacen de Cannes en estos días el centro de la actividad periodística relacionada con el mundo del espectáculo. Sin duda, Liberace y/o Michael Douglas acaparará mucha más atención que el cineasta de Tchad, Mahamat-Saleh Haroun. Siendo sinceros, Grigris no tiene más interés que Behind the Candelabra, pues se trata de un film en el límite de lo correcto. O, si se prefiere verlo desde una perspectiva más positiva, una película que propone un retorno a los orígenes, a la narración despojada de toda retórica. Cabe preguntarse igualmente si esta presunta falta de retórica no esconde a su vez una pose, otro tipo de retórica. En 2013 es difícil comulgar con una película inmaculada, aunque venga de África. Como sea, Haroun se ha convertido ya en un nombre habitual en los grandes festivales, ganándose ese puesto que Venecia o Cannes reservan a los cineastas africanos. Se diría que en estos momentos no hay otro del África subsahariana además de Haroun.
La película argentina Los dueños es la ópera prima de los tucumanos Agustín Toscano y Ezequiel Radusky y compite en la Semana de la Crítica. Como inspirada por la serie británica de los setenta «Los de arriba y los de abajo», a la que da una vuelta de tuerca, Los dueños nos presenta a los empleados de una hacienda que ocupan la casa principal cada vez que sus propietarios no la habitan. Y son muchas las veces, pues la hacienda está un tanto desatendida, hasta el punto de que la han convertido en su propia casa. En realidad aprovechan cualquier momento para trasladar todos sus bártulos, dando lugar a un vodevil en toda regla que tiene algo de berlanguiano. Sin decantarse ni por unos ni por otros, y pese a su título, que bien podría entenderse entrecomillado, Los dueños parece estar narrada desde el punto de vista de la propia casa, imparcial observadora de las entradas y salidas de los dueños y los “dueños”. Toscano y Radusky se divierten también a costa de muchos de los tópicos del cine latinoamericano: la separación de clases parece superada en esta hacienda tucumana y, perdón por el spoiler, Los dueños no acaba en un estallido de violencia. Quizás por ello esta es la típica película que nunca competirá en Cannes. Ese honor se reserva a películas como Heli, de Amat Escalante, mucho menos interesante que la de Toscano y Radusky, en la medida que se trata de un producto más impersonal, esto es, cortado por los patrones que los festivales demandan al cine latinoamericano.
La pregunta del inicio viene a cuento por culpa de Les salauds, de Claire Denis, presentada en Un Certain Regard, pero a todas luces una película muy superior a la mayoría de las presentadas en la competencia, por ejemplo, por no salirnos de la cuota francesa, a Jeune et Jolie, de François Ozon. Más que eso, Les salauds es la película más satisfactoria, en mi opinión y si exceptuamos a Lanzmann y Godard, de la primera mitad de este Cannes 2013, un Denis en plena forma como no la veíamos desde los tiempos de L’intrus. Como aquella, aunque de una forma no tan radical, Les salauds opera a partir de profundas elipsis que funcionan como auténticos blackouts. La historia es el relato de una venganza con el trasfondo de una intriga empresarial que incluye el tráfico de mujeres y ecos del cine de aventuras (la caracterización del personaje de Vincent Lindon como un marino que vuelve para resolver un conflicto familiar). La concepción bressoniana del montaje por parte de Denis se traduce en una extraordinaria labor de condensación que exige, es cierto, la atención plena del espectador. Un breve flash-back o un par de gestos pueden contener desde el origen de un conflicto hasta una deriva colateral que nos conduce a un callejón sin salida, anteponiendo en todo momento lo emocional a lo estrictamente narrativo (la música de los Tindersticks es por esa razón fundamental; o el sonido, en particular en la escena del accidente automovilístico nocturno). Para Denis la sutura de dos planos ha de producir emoción antes que sentido. Así, sabemos de las pasiones de los personajes pero pocas veces de sus razones. Es inevitable que las múltiples derivaciones y capas de la historia de Les salauds dejen muchos vacíos, zonas opacas que nos estimulan todavía más a adentrarnos en el universo que nos propone Claire Denis. Jaime Pena