La pareja perfecta

Sobre Antes del amanecer y Antes del atardercer
La pareja perfecta
Por Marcos Rodríguez

 

Dos personas caminan por Viena primero y por París después. Un hombre y una mujer, primero de 23, después de 32 años. Un chico estadounidense y una francesa se encuentran en el mismo tren que viene (por lo menos) desde Budapest, pasa por Viena y llega (por lo menos) hasta París. El azar y una pareja que discute en alemán los reúnen. Uno está recorriendo Europa de vacaciones, la otra viaja de una ciudad a la otra después de una visita familiar y rumbo a retomar la rutina de los estudios. Se cruzan y lo que importa es ese encuentro. ¿De dónde nace el encanto infinito de Antes del amanecer y Antes del atardecer? ¿Por qué queremos volver a verlos una y otra vez reunidos, y una y otra vez en la misma película que se disfruta con cada nueva pasada?

Hay algo relajado, como de tarde tomando té al sol, en cada nueva Antes… En la primera hay más pasión nerviosa, más discusiones filosóficas y ansiedades incontrolables, la segunda trae más aplomo, más charla sobre sexo y sobre el pasado, menos turismo y más desesperación por el tiempo que corre. Pero el tiempo corre de una forma particular en estas películas marcadas por el paso del tiempo desde su propio título.

Una diferencia fundamental entre las dos películas es que en cada una los personajes caminan de una forma diferente. La cámara recorre muchos más lugares de Viena que de París. ¿Por qué? En Antes del amanecer no hay escenas de transición: los personajes no compran ninguna entrada, no los vemos subirse a la vuelta al mundo, no llegan de un punto al siguiente. Simplemente aparecen en los momentos esenciales de lo que queremos ver. Ese grado de abstracción nos permite recorrer más superficie, saltar de un punto al otro, cubrir una noche que es mucho más larga que el tiempo que dura la película que la muestra, entrar en el corazón del principio de un amor.

En cambio, Antes del atardecer tiene menos de eso: el lapso de tiempo narrado es más corto y la excusa argumental lo justifica. Aunque la cámara miente el recorrido de los personajes, su camino se puede trazar casi perfecto por el centro de París sin que haya intervenido ningún artilugio narrativo: vemos a Jesse y Celine caminar mucho más por las veredas de las calles que componen la ciudad; cuando van de una esquina a la siguiente, transitamos con ellos. En este caso el artilugio narrativo es la excusa argumental: el reencuentro de estos dos personajes que ya conocíamos y que se vuelven a cruzar, aunque solo por un par de horas.

Ese es el secreto del encanto de las Antes…: la intensidad de los minutos que vivimos (y que vivimos como si transcurrieran casi en tiempo real). Ver una Antes… es ver en vivo y en directo la electricidad explosiva de un encuentro amoroso en plena floración. Todo es más y mejor enamorados.

¿Cómo es que estas películas son tan intensas? La primera manejaba una abstracción sutil del correr de una noche. La segunda trabaja con la construcción inteligente de una trama que parece no existir. Lo que tenemos como resultado es la síntesis perfecta de un momento narrativamente significativo, narrado con gran precisión.

Richard Linklater sintetiza así (y, por tanto, a la vez traiciona) dos tradiciones diferentes del cine. Por un lado está la tradición de Estados Unidos, marcada a fuego por la narración clásica, las formas cerradas, los personajes redondeados y las tramas limpias. Por otro, una tradición del cine moderno que podemos identificar con Europa (sin olvidar al gran Cassavetes), un cine abierto, ambiguo, atravesado por lo cotidiano, con personajes parciales, tramas truncas, situaciones sin resolver. Un tipo de cine que un estudiante universitario de Estados Unidos necesariamente conoce. La magia de Antes del amanecer y Antes del atardercer nace porque logran conjugar estas dos tradiciones de una forma completamente natural.

Aunque las dos películas de Linklater parecen tener tramas abiertas, en realidad no es así. Son apenas tramas cortadas. Aunque en ninguna de las dos la historia de los personajes termina, no por eso sus sentidos quedan sin cerrar. No sabemos qué pasó después, pero sí sabemos qué le pasaba a cada personaje y qué queremos que pase. Los diálogos fluyen con mucha naturalidad, pero a la vez están cargados de un cálculo cronométrico con la cámara. Lo que vemos en la pantalla parece simplemente la conversación de dos personas que se acaban de conocer (o que se reencuentran después de casi una década), pero ese transcurrir tranquilo en realidad está trabado por un trabajo muy terso sobre el guion. La cotidianeidad del cine moderno se ve atravesada por la artificialidad de la narración clásica que hace que cualquier cosa que vemos en pantalla sea irremediablemente significativa. Así como estas películas no tienen un argumento tradicional, tampoco hay verdaderos tiempos muertos. Aunque la historia no termina con el fundido a negro, sí responde claramente a un esquema clásico de presentación, desarrollo y desenlace.

Siempre de la mano de la narración tradicional, Antes del amanecer y Antes del atardercer nos permiten adentrarnos en ese espacio que nace cuando se encuentran dos personas que tienen mucho para decirse. Esa electricidad, falsa y realista, abre un momento único en el cine: la narración puesta al servicio del nacimiento de un amor, el encanto infinito.

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