Editorial del número 266

Volvió Martín Rejtman, el cineasta que precede al nuevo cine argentino y a la vez lo constituye en unas cuantas de sus características fundamentales. Volvió al largometraje de ficción después de once años. Todo ese tiempo pasó desde Los guantes mágicos (en el que firmó el documental Copacabana y co-dirigió el mediometraje Entrenamiento elemental para actores). Pasaron once años y este cineasta convencido, seguro y depurado sigue convencido de su convicción, de su seguridad y de su depuración. Así quizás se expliquen los fundamentos de la que para varios en esta revista es la mejor película argentina estrenada en lo que va de 2014. Dos disparos es una película con tanta claridad -de propósitos pero sobre todo expositiva- como para correr el riesgo de regenerarse como comedia a cada rato. Rejtman, que con Rapado había limpiado al cine argentino de sus taras al tomar cada elemento mínimo y trabajarlo desde allí al punto de descolocar a sus contemporáneos -y también a los contemporáneos del estreno, ya que fue una película añejada-, con Dos disparos demuestra una vez más que es uno de nuestros cineastas clave. Y que el precio a pagar por la seguridad de su escritura es el tiempo de espera entre una película y otra.

También volvió David Fincher, que desde La chica del dragón tatuado (2011) no estrenaba una película. Pero había pasado más tiempo todavía entre La habitación del pánico (2002) y Zodíaco (2007). Perdida es una película que divide a esta redacción: de un lado los que no pueden entender cómo es que algunos dicen que es malísima, del otro quienes todo lo contrario. Pero Fincher es un cineasta extraño. Y quienes decimos que es la peor película del año (bueno, peor entendida en el sentido del deseo de señalarla como tal, porque claro que hay peores) sabemos que los defensores del director en general tienen que pensar cómo incluir en su defensa a El curioso caso de Benjamin Button. Aunque -curioso- quien escribió a favor de esa película es uno de los detractores de Perdida. Hasta tenemos un texto en contra que es una mera lista de detalles oprobiosos, que presupone el acuerdo en el rechazo a la película, porque Perdida -para alguna gente- es transparentemente mala. La transparencia, por supuesto, también es objeto de debate.

En otro orden de cosas, finalmente apareció el número 1 de Revista de cine (una revista-libro impresa que promete ser anual) dirigida por Rafael Filippelli, con Sergio Wolf como secretario de redacción y un comité de redacción que suma a estos dos nombres los de Hernán Hevia, Mariano Llinás, Rodrigo Moreno, David Oubiña y Juan Villegas. El primer texto, la “discusión sobre la crítica” no me gusta nada, y debo decir que estoy bastante de acuerdo con lo que escribieron Diego Batlle, Diego Lerer, Quintín y Nicolás Prividera sobre la revista en general en diferentes medios. Tengo mucho para decir sobre Revista de cine -entre otras cosas que el mejor texto es el de Villegas, que en el de Beatriz Sarlo no parece haber otra opción para ver películas que la sala de cine o el monitor de una computadora, que atacar a Haneke es una costumbre que en El Amante ya tiene más de una década- pero me concentraré aquí en esas primeras páginas. Para sostener las fantasías de ese diálogo inicial -en el que pareciera no existir la posibilidad de discusión entre los hablantes, como si se hubiera eliminado esa posibilidad de enriquecerlo al exhibir puros palmeos en la espalda- los participantes no sólo se ven obligados a no discutir sobre Nueve reinas sino a generalizar de tal manera sobre los críticos (apenas nombran a Quintín) que en lugar de plantear la posibilidad de una discusión lo que hacen es proponer un sistema de berrinches que parece esconder un reclamo que no iría mucho más allá de las películas más importantes las hicimos nosotros y no dijeron eso todo el tiempo que había que decirlo y todo lo fuerte y claro que había que decirlo.

Llinás: “uno también se puede desilusionar de la crítica. Cuando todos los críticos se enamoraron de El secreto de sus ojos y no le dieron bola a una serie de películas que ese mismo año habían sido verdaderamente novedosas, en ese momento yo siento que pasó algo.”

Filippelli: “Había pasado antes, Mariano. Porque mientras ustedes hacían películas, Quintín decía que Nueve reinas era una obra maestra”.

Se ha escrito mucho sobre cine argentino, aquí y en otros medios, desde El secreto de sus ojos y desde Nueve reinas, y antes también. Quizás sean todos textos irrelevantes, pero el ninguneo y la generalización de Revista de cine no logra comprobarlo y ni siquiera consigue empezar a señalarlo. Al carecer de poder descriptivo, de precisión y de confrontación explícita, ese diálogo inicial diluye su importancia y pierde una gran oportunidad.

Hoy en día la mayor parte de la crítica puede leerse on line (o en forma digital sin necesidad de estar conectado) en dispositivos que incluso pueden accionarse mientras -en el futuro, cuando reabra- se espera al ascensor para ir al décimo piso del San Martín, a la venerada sala Lugones. Les recomiendo leer los textos sobre cine argentino de Leonardo D’Espósito presentes en este número (y muchos de números anteriores). Y si solamente leen en papel tienen excelentes y muy elogiosos textos firmados por Sergio Wolf sobre Nueve reinas, El aura y Fabián Bielinsky, en esta misma revista y también en otros medios.

Javier Porta Fouz

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