Aquarius, de Kleeber Mendonca Filho está entre lo mejor de la Competencia Oficial, en un año en el que ha habido muchas muy buenas películas. La vida de Clara, contada en 3 capítulos que recorren su historia, tiene que ver con una deriva personal pero pintan bien la de un país y explican su presente. Clara era joven en los 70, se casó, tuvo hijos, estuvo comprometida políticamente y hoy vive en el mismo departamento de siempre, el que una constructora quiere obligarla a vender para llevar adelante un ambicioso proyecto inmobiliario. Quedarse en esta descripción sería solo acceder a la superficie de esta película que describe con cuidado y cariño al personaje de Clara, interpretado por una magnética Sonia Braga, que se entrega en cuerpo y alma a su criatura. Cuando se junta a charlar o va a bailar con sus amigas, cuando cruza la calle y va a la playa, cuando contrata un escort urgida por el deseo, cuando discute con sus hijos, hay una naturalidad y una corriente de empatía que no puede sino enamorarnos del personaje.
Juste la fin du monde, de Xavier Dolan no llega al grado de regodeo en la histeria de Mommy pero comparte la misma estructura: una continuidad de discusiones y peleas sin sentido, el vacío absoluto bajo la pretensión de referirse a cuestiones profundas. Tan profundas que ni se entienden… El hijo pródigo regresa al hogar para re-encontrarse con su madre sus dos hermanos y su cuñada (a la que no conoce personalmente, porque no estuvo en la boda de su hermano). Todo es tensión en la que se adivinan gran cantidad de cuestiones no resueltas, de secretos y mentiras. Sólo es evidente que el visitante es gay y que ha triunfado, lo que genera una dinámica de celos y reproches, de admiración y subestimación que algunos manejan a los gritos (el hermano interpretado por Vincent Casel) y otros (el protagonista) de manera más pasiva-agresiva. Aun contando con un cast impresionante (también están Marion Cotillard y Léa Seydoux) Dolan confirma que lo suyo fue un fenómeno efímero, una creación del propio festival de Cannes. Vistas a la distancia el encanto y desenfado de Les amours imaginaires se ha difuminado y de lo que vino después, pasada la efusión de los gritos que pueblan todos sus films, sólo Tom a la ferme posee algún punto de interés.
Goksung (título internacional, el anodino «The strangers») de Na Hong-Jin. Cine de género coreano en la pantalla grande del Cine Lumière. ¿Què mas se puede pedir? El director de The chaser y The yellow sea, esta vez se acerca a una historia de terror pura y dura, con posesiones, chamanes, espírituos y, quizás, el propio diablo. Las escenas sangrientas tienen esa explicitud y consistencia que tanto nos asombra en el cine asiático y uno no puede sino preguntarse por qué se estrenan tantas anodinas películas de terror en Argentina y pasamos de todo esto. ¿Es tan grande la barrera idiomática? Con el terrible avance del horrible doblaje eso no debería ser la causa… ¿Habrá una atávica imposibilidad de identificarse con personajes orientales? En fin, la película se disfruta de principio a fin y tiene una escena de exorcismo memorable, de esas que marcan la diferencia, como el baile bajo la lluvia de Shara, de Naomi Kawase.
La tortue rouge, de Michael Dudok de Wit, animación en Un certain regad. La nueva producción de Ghibli, sin Hideo Miyazaki y con director holandés es no solo una decepción sino una traición a lo que siempre ha caracterizado a sus películas. Se nota que ha pesado más la producción europea en este producto sin alma, cargado de didactismo y explícito hasta el hartazgo en la metáfora. Todo es subrayado y evidente: de la alternancia entre el blanco y negro y el color a la animación detallista en algunos aspectos pero que omite otros esenciales para la trama; de los personajes, que son esquemáticos, vacíos y que nunca logran remontar la ausencia de diálogo (son solo la herramienta para transmitir el mensaje), al propio mensaje pedestre y estúpidamente ecologista.