Por Fernando E. Juan Lima
Publicada el 20/05/16
Hell or high water, de David Mackenzie nos confirma que por el lado de los géneros clásicos puede salvarse algo de una especialmente anodina selección de la sección Un certain regard. Junto con la rumana Dogs, lo mejor presentado hasta ahora en este apartado tiene que ver con el western. La paradoja inevitable es que dudo que algún jurado premie a este tipo de películas (sobre todo la estadounidense), ya que usualmente se prefiere reconocer alguna obra olvidable que conecta con algún drama de hondo contenido humano, social o político de moda en el momento de entregar los lauros. Veremos si se da la excepción. Pero bueno, ¿de qué viene el asunto? En una Texas en la que cowboys y comanches conviven con la modernidad actual, dos hermanos emprenden un raíd de robos de pequeños bancos, en principio movidos por una finalidad relativamente altruista. También hay otra pareja, la de sus contrincantes, un policía mayor a punto de retirarse (cuándo no) interpretado por un descontrolado y amable Jeff Bridges y su segundo, mitad indígena, mitad mexicano (lo que genera una gran cantidad de chistes políticamente incorrectos). Acción, tiros, un escape que uno presume imposible (y que remite a Buffalo Bill & Sundance kid) y un tono entre crepuscular y estoico. Hasta ahora de lo mejor en la sección en la que compite la gran ganadora del BAFICI La larga noche de Francisco Sanctis, de Andra Testa y Francisco Márquez.
En la Quinzaine des rèalisteurs, a unas pocas semanas de terminar la película y a los tres meses exactos de la muerte de su protagonista absoluta, se proyectó por primera vez Les vies de Thérèse, de Sébastien Lifshitz. Conocemos al director del BAFICI y a la protagonista de su nueva obra, Thérèse Clerc, de su anterior Les invisibles. Feminista militante, convencida de que «no es necesario ser lesbiana para ser feminista, pero eso ayuda», sabemos por los datos que se nos recuerdan ahora y que eran el centro de aquella película que se casó a los 20 años, que tuvo 4 hijos, pero allá por el 68 se divorció, comenzó a participar en la política de defensa de género y se descubrió homosexual (según ella explica no es que antes lo reprimiese). Esto pinta a una mujer atrapante y enigmática que, en la cama, enferma, le pide al director que la filme porque sabe que está por morirse y si los invisibles de la película anterior tenían que ver con la homosexualidad, ahora ella se enfrenta a dos tabúes contemporáneos aún más potentes: la vejez y la muerte. Lúcida, divertida, comprometida hasta el último instante, sus intervenciones se entrelazan con las de sus hijos y los recuerdos de épocas pasadas. Un pequeño y entrañable documental.
Personal shopper, de Olivier Assayas resulta una de las grandes decepciones de la Competencia Oficial. Ello así por la expectativa que la nueva película del director de Los destinos sentimentales e Irma Vep siempre despierta. Ni la presencia de Kristen Stewart (como en la anterior Sils Maria, estrenada en Argentina como El otro lado del éxito) puede con una película que intenta atrapar con muertes y espíritus pero nunca logra el clima pretendido. Que una cosa es misterio y otra sinsentido y confusión. La buena idea de partir de la mirada de una asistente personal de una figura famosa (la personal shopper del título) con ciertos poderes extrasensoriales se hunde en las referencias a su hermano (por supuesto, gemelo, recienetemente muerto), un asesinato tan gratuito como estúpidamente resuelto, una serie de mensajes de texto que constituyen lo más parecido a una intriga en la trama, apariciones de fantasmas y un final abrupto que nos deja con la sensación frustrante de haber perdido casi dos horas de vida viendo esto. Vuelvo al principio y propongo revisar la obra de Assayas: más allá de cierto lustre cahierista y algunos modos y citas que nos han podido ilusionar a los cinéfilos, el realizador parece pertenecer al ala ilustrada del cine qualité. De hecho sospecho que lo que mejor ha resistido el paso del tiempo no es justamente una película suya sino la miniserie Carlos. La desconfianza en las películas no lo hace acudir a los clásicos del teatro o la literatura para alcanzar el grado de Arte (sí, con mayúsculas y en cierta medida la referencia a que Victor Hugo era espiritista quizás tiene que ver con eso), sino al cine que ya forma parte del canon. En todo caso, lo producido suelen ser películas de segundo orden, que así y todo a veces pueden funcionar aceptablemente, pero ésta no es la ocasión.
Julieta, por último, nos trae un Pedro Almodóvar desteñido, sin la fuerza y el desparpajo de otrora. Basándose en la obra de Alice Munro (con quien, según dijo en la conferencia de prensa, comparte el hecho de ser una ama de casa), yendo y volviendo en el tiempo, el director de Átame y Volver construye un melodrama bastante más clásico que aquellos a los que nos tiene acostumbrados. Claro que hay mucho dolor y unas cuantas muertes en esta historia de una madre que deja de ver a su hija desde que ésta tiene 18 años y simplemente se aleja de ella sin dar explicaciones. Lo que no hay es ese juego con correr los límites del verosímil que tan bien se le da al realizador manchego. Tampoco demasiado humor (unos chispazos de Rosy de Palma nomas). Hay cierta sensación de «piloto automático» en la realización de la película; falta la pasión que ha caracterizado hasta ahora la obra de Almodóvar.