Por Fernando E. Juan Lima
Publicada el 17/05/16
Como parte de la selección oficial, fuera de competencia, se presentó The BFG (Big Friendly Giant), de Steven Spielberg. En 1982, Roald Dahl (escritor, por ejemplo, de Charlie y la fábrica de chocolate) publicaba el libro que da origen a esta película al mismo tiempo que E.T. se transformaba en un éxito destinado a convertirse en un clásico del cine infantil. Sería más justo hablar de cine para todas las edades, que es el que tiene que ver con la marca de fábrica de quien recientemente ha sabido demostrarlo con Caballo de guerra y Puente de espías. Sus mejores películas funcionan en distintos niveles, las «infantiles» pueden ser disfrutadas por los mayores de edad, y las «para grandes» (excluído algún desliz pretencioso) son tan amables y clásicas que no excluyen para nada a los menores. La huérfana que protagoniza la historia va y vuelve de país de los gigantes junto con el único bueno de ese grupo para terminar salvando al mundo junto con la reina de Inglaterra. La película crece con el avance de la trama (el inicio con el gigante escondiéndose en la oscuridad de la ciudad también es hermoso) y el final es tan feliz que no sorpreden las sonoras pedorretas en las que incurre incluso la corona británica.
Parece inevitable para la mayoría de los autores que se precien de tales hacer su «película americana». El resultado no siempre es positivo porque es difícil congeniar la extranjería con las particularidades del territorio retratado. No hablamos de directores adoptados por la maquinaria de Hollywood, sino de la experiencia, del viaje ese del que han dado cuenta de Michelangelo Antonioni (Zabriskie point) a Wim Wenders (Paris, Texas), por nombrar dos ejemplos conocidos. Pues bien, American honey, de Andrea Arnold (Fish tank), presentada en la competencia oficial, forma parte de ese grupo excepcional en el que la alquimia funciona adecuadamente. Jugada totalmente al realismo, la directora sigue a un grupo de jóvenes que recorren EE.UU. vendiendo suscripciones para revistas. El estado de ese país, en particular de su juventud es el tema en el que posa su mirada sin por eso ponerse didáctica o bajar línea. La chica que escapa de una familia disfuncional y tiene un flechazo con quien la entrena para la venta (Shia LaBeouf, casi el único actor profesional) es alguien a quien habrá que prestarle atención. Así que recuerden este nombre: Sasha Lane.
Mal de pierres, de Nicole Garcia (Place Vendome) es la clara demostración de que esa «cierta tendencia del cine francés» sigue existiendo y que al menos una parte de la industria sigue apostando a esos productos. Y alguno de ellos, como este, no puede faltar en la Competencia Oficial. Ni Marion Cotillard y Louis Garrel pueden con esta historia que si podría haber tenido algo de original (un trío en el que el tercero en cuestión es un ser enfermo, una presencia fantasmal) deriva por los lugares más trillados, quedándose en los vestidos y la reconstrucción de época para instalar el misterio, caprichosamente, a quince minutos del final. Entre los 40 y los 60 del siglo pasado transcurre la acción y la buena de Marion es demasiado decidida y activa en cuanto a sus gustos, lo que genera que la traten de loca y la obliguen a casarse con un trabajador de la finca de sus padres. Sus cálculos biliares (el mal de las piedras del título) la llevan a un spa alejado donde traba relación con un militar que regresó bastante perjudicaco de la guerra de Indochina. Hay una vuelta de tuerca sobre el final, como se dijo, que podría haber sido interesante si se hubiera construido algo antes que la justificase.
Beyond the mountains and the hills, de Eran Kolirin, segunda película israelí presentada en la sección Un certain regard. David es desmovilizado por el ejército tras 27 años de servicio. La vuelta a la sociedad civil, su intento por reinsertarse en el mundo del trabajo (vendiendo algún producto con esos sistemas en los que se intenta enchufarnos desde tuppers hasta tiempos compartidos) y la posibilidad de generar algún tipo de relación con su mujer y sus dos hijos son el microcosmos que representa la actualidad del «Nuevo Israel». La mirada es lacerante, cruzada por la traición, el miedo, el espionaje, el chisme y la violencia. Así y todo, el director guarda un poco de cariño para los personajes que retrata.
Segumos en Un certain regard, sección que venía muy floja y, en el contexto, dos películas que «tienen aspectos redimibles», tal como dice algún amigo por allí. Una es The transfiguration, opera prima de Michael O’shea, en la que un adolescente negro y huérfano (su madre se suicidó) vive en Queens con su hermano y pasa sus días repartidos entre el maltrato que recibe en la escuela y la visión de películas de vampiros. Claro que esto parece que es algo más que un escape o un placer cinéfilo: él mismo es o intenta convertirse en vampiro. La llegada de una chica al edificio (¿alguien pensó en Let the right one in?) cambia su vida y puede llevar algo de alegría a su vida. Historia de amor trágico al fin, como todas las películas de vampiros, sabemos que no hay posibilidad de luz para esos seres.
También de género es la rumana Dogs, de Bogdan Mirica. Y tambien opera prima. Jugada explícitamente al western, el protagonista, Roman, llega a un territorio de frontera para hacerse cargo o intentar vender las tierras que habian sido de su fallecido abuelo. Ya se sabe que las líneas divisorias entre países son el lugar perfecto para que florezca el delito y con eso se encuentra Roman. El film se abre con el hallazgo de un pie humano en un pantano y de ahí va construyendo la trama, en la que no falta un policía moribundo que quiere hacer por una vez justicia y hasta un duelo final.