Celebración de Jason Statham

La caída capilar es una bendición erótica
Por Maia Debowicz

Jason Statham nació, de la vagina de su madre y del vientre cinematográfico de Guy Ritchie, con muy poco cabello. La estrella británica del cine de acción no es pelado y es importante aclarar este punto: Jason Statham exhibe con orgullo su alopecia androgénica sin reproches hacia la testosterona materna, evitando el peligroso camino de transformar su cabeza en una brillosa bola de boliche como lo ha hecho Bruce Willis. Sin embargo, la calvicie artificial lo ha acompañado toda su juventud y principios de la adultez ya que Jason Statham primero fue nadador, miembro del equipo británico de saltos en trampolín, actividad en la que llegó a ocupar el puesto número doce en el mundo. Al retirarse del deporte –su verdadera vocación–, volvió a su viejo empleo de vendedor callejero de joyas falsas en las veredas de Londres, sin saber que ese trabajo lo llevaría a convertirse en una gran celebridad de Hollywood. Jason Statham jamás ambicionó ser actor, él solo anhelaba ser un gran deportista hasta que, como por orden del destino, conoció a la persona indicada en el momento y el sitio oportuno. Guy Ritchie había construido un personaje para su ópera prima Juegos, trampas y dos armas humeantes (1998) basado en la vida real de Jason Statham sin ni siquiera saber de su existencia. “Fue un golpe de suerte. Si hubiera necesitado a un panadero para hacer un pastel, esa misma transición le hubiera ocurrido a otra persona”, confesó Statham en una reciente entrevista. Cuando el director británico se chocó por causalidad con su proyecto venido en persona, quedó perplejo de estar frente a frente con el personaje que había soñado, y sin dudarlo, le propuso que reprodujera su actuación callejera cotidiana en su primera película. “Separemos consumidores de mirones, necesitados de avaros… y a los que confían en mí de los que no”, fueron las primeras palabras que pronunció –con su violento acento inglés– Jason Statham a la cámara.

En 2013 se cumplen 15 años de su debut cinematográfico; en esos 180 meses el actor de la voz gruesa ha sido dirigido por 25 directores: desde Carpenter, quien lo hizo viajar al planeta rojo en Fantasmas de Marte, hasta Simon West, creador del meticuloso personaje de El mecánico (2011) Arthur Bishop y encargado de engrandecer a Lee Christmas en Los indestructibles 2 (2012), pasando por la mirada de Michael Mann –ese hermoso cameo en Colateral (2004) cuando intercambia el maletín con Vincent (Tom Cruise) en el aeropuerto– luego de que Louis Leterrier y Corey Yuen, en compañía de Luc Besson y Robert Mark Kamen, lo convirtieran , como la hada madrina a Cenicienta, en Frank Martin, al ofrecerle en el 2002 su primer protagónico en la sublime trilogía de El transportador; así, se le abrió la puerta a la futura posibilidad de su mejor interpretación actoral –bajo la dirección de Mark Neveldine y Brian Taylor– en la salvaje y adrenalínica obra maestra Crank: Veneno en la sangre (2006) y en su aún mejor Crank 2: Alto voltaje (2009). Y es que no importa quién dirija las películas que protagoniza, porque Jason Statham siempre –bueno, el 98% de las veces– logra transformar un producto mediocre en un gran acontecimiento cinematográfico. Cada estreno en el que la bomba de testosterona es protagonista es un motivo de fiesta y la llegada al cine de Parker (Taylor Hackford, 2013) duplica los globos y cornetas ya que es su película número 30. Las tres decenas en la industria cinematográfica del mejor actor del cine de acción de todos los tiempos es suficiente motivo y excusa para repasar por qué hombres y mujeres, carnívoros y vegetarianos, humanos y extraterrestres, aman loca e intensamente a Jason Statham.Jason-Statham

 

Pegame y decime Marta

Antes de convertirse en el personaje de corazón duro y carácter parco que reparte golpizas a rolete en el happy hour de piñas y patadas, Statham ya estaba muy familiarizado con las artes marciales y el boxeo debido a su pasado deportista. Poco a poco, año a año, película a película –en los primeros trabajos de Guy Ritchie no se aprecia su talento como peleador– fue demostrando que él era mucho más que solo una cara y cuerpo bonitos. Tuvieron que pasar cuatro años de su llegada al séptimo arte para que pudiera desplegar lo que mejor sabe hacer mientras transporta paquetes en un auto muy lujoso, repitiendo un conjunto de reglas como plegarias. Su capacidad para pelear es tan desmesurada que su cuerpo parece poseído por las cuatro Tortugas Ninja, defendiéndose y protegiendo a terceros con un variado y extenso catálogo de golpes mortales: “el codazo facial”, “el gancho de Sub-Zero” (la piña marca registrada del mejor personaje del Mortal Kombat) , “la masacre de espermatozoides” (el rodillazo testicular que le ofrece a sus enemigos ,de manera gratuita, una vasectomía express), “la pelada de acero” (su ovalada cabeza se convierte en el arma perfecta para dejar inconsciente a quien se atreva a molestarlo), “el revoleo de la bolsa de papa”, “el estampa-cráneos” (un eficaz silenciador de neurosis), “el tacle asesino” y las exóticas patadas en reversa y en diagonal. Con esa excitante expresión en su rostro de malestar estomacal, frunce su entrecejo y congela sus facciones para poder luchar contra sus adversarios con la máscara de Zoolander. “Un consejo, muchachos. Si se equivocan de enemigo… al menos escojan un arma decente”, le decía el sargento Brant (Statham en Blitz) a unos jóvenes que quisieron hacerse los guapos. Además de atacar a sus rivales con las extremidades de su cuerpo, Jason Statham también ha peleado con todo tipo de armas: desde pistolas pequeñas y grandes, ametralladoras, cuchillos y espadas, objetos de deporte como un bate o un palo de hurling, o, incluso, convirtiendo una manguera de emergencia en una soga de cowboy para atrapar, con una envidiable puntería, a sus oponentes como en el Lejano Oeste. Jason Statham no se achica nunca, puede luchar en el aire, bajo el agua, en tierra firme, en el planeta tierra o en Marte, y siempre saldrá ileso y triunfante de la exigente riña. Incluso puede noquear a varios a la vez: en El transportador hay una gran escena que quedará en la memoria cinematográfica de los amantes de Statham en la que Frank Martin está solo contra todos y, sin ánimo de temerles, exhibe pasos de danza clásica cuando salta y se abre de piernas como Julio Bocca para entregar dos patadas al precio de una. Luego, empuja un contenedor de fluidos pegajosos y lo derrama por el suelo como si fuera lucha en el lodo. En pocos segundos, la película de acción se convierte en puras escenas Keatonianas: los rivales de “el transportador” se resbalan y caen al piso, reproduciendo slapstick tras slapstick como si fueran los ladrones de Mi pobre angelito. Y, como Kevin McCallister, Frank Martin se desliza por el suelo, ayudado por el líquido resbaladizo, de lado a lado y dibuja un mandala invisible de patadas, derrotando a ocho hombres en un abrir y cerrar de ojos.

El maniquí de carne y músculo

Hay una realidad indiscutible: a ningún hombre le queda tan bien el traje negro como a Jason Statham. Nos ha regalado ese privilegio visual no solamente en la trilogía de El transportador sino también en Snatch: Cerdos y diamantes (Guy Ritchie, 2000), War (Philip G. Atwell, 2007). Pero además de su vestimenta elegante, el actor tiene un placard de dimensiones eternas donde guarda su ropa para la fiesta de disfraces. En estos 15 años, en sus 30 películas, el actor de las orejas pequeñas ha desfilado por la pantalla con distintos estilos: en Crank rechazó el traje para lucir un look descontracturado, modelando una camisa con un motivo de dudoso gusto y unos jeans que resaltaban sus virtudes corporales. En las películas inglesas nos ha negado la posibilidad de apreciar sus bíceps ya que su cuerpo estaba exageradamente recubierto de abrigo, entre gamulanes, tapados, bufandas y guantes. Siempre afirmé que Guy Ritchie, más allá de que fue su descubridor, jamás sacó lo mejor de Jason Statham. Aunque hay que reconocerle que cuando lo vistió en Revólver (2005) con el traje a rayas blanco y negro fue un acierto que merece ser valorado. Lo cierto es que sus personajes jamás usan colores vibrantes, solo se viste con pigmentos neutrales para disimular su presencia en el mundo. Pero también se ha disfrazado, literalmente, lo cual no es tan común –lamentablemente– en su trayectoria pero las pocas veces que lo ha hecho bien ha valido la pena, despertando infinitas fantasías en el club de fans mixto de Jason Statham. En Snatch ha interpretado por pocos minutos a un judío ortodoxo, luciendo un par de tiras de pelos que enmarcaban sus orejas, una generosa barba canosa, gorro, anteojos y un traje que duplicaba su verdadero talle. En Parker abandona la tierra prometida para convertirse al catolicismo cuando, por unos pocos minutos, se disfraza de sacerdote, con peluca canosa incluida. Pero esta no es la única vez que Jason Statham ostentó cabellera en la pantalla grande: 2005 fue el año en el que su calvicie fue tajantemente discriminada y ocultada bajo unos extraños peluquines. En London de Hunter Richards, su personaje Bateman presume una cabellera castaña oscura que parece haber sido pintada con aerosol y en Revólver –donde juega al ajedrez y hace jaque mate cada cinco minutos– Jake Green presenta una desconcertante y prominente cantidad de cabello peinada con gomina hacia atrás. Estas dos películas permiten reparar en que Jason Statham no necesita pelo para aumentar su virilidad; la calvicie le sienta muy bien.

La pistola desnuda
Es sabido que la verdadera pelea en las películas de acción es comprobar quién la tiene más larga. “Inglés de verga grande. Fuerte como caballo”, dice entusiasmada la mujer oriental al pispear el bulto de Chelios bajo su camisón. Crank: Veneno en la sangre ha dejado claro que hay un solo ganador y que, además, sabe muy bien cómo usarla. Cuando Chelios, luego de ser envenenado, busca desesperadamente en un hospital la adrenalina artificial “epinefrina” para aumentar masivamente el nivel de efedrina en su cuerpo, escapa de la clínica vistiendo una bata hospitalaria que cubre su desnudez. “Y tienes una erección de acero, ¿no?”, le pregunta el Doc a Chelios. “Déjame ver. Afirmativo”, contesta mientras mira –y miramos– la gigante forma fálica que sobresale del camisón pidiendo a gritos un alivio sexual. Ante tal acontecimiento físico, Chelios le suplica a su novia Eve que le haga el amor. “Quítate la ropa. Sálvame, Eve. Sálvame la vida”. Su novia se le sienta arriba y Chelios le arranca violentamente el bretel de su vestido, liberando una teta de la ajustada tela del solero. Recostados en medio de la vía pública, rodeados de los mirones de siempre, la pareja exhibe un espectáculo doble –para los espectadores de la calle y para los espectadores de la sala de cine– de sexo salvaje, alternando la posición del misionero con la del perrito. Tres años después, Chelios vuelve a repetir la exhibición del kamasutra en Crank 2: Alto voltaje, pero esta vez lo hace en un hipódromo, con mayor cantidad de público y con nuevas posiciones sexuales: el móvil del molino, el columpio y la carretilla. Y alternando esas posiciones, practica el misionero para que la tribuna femenina pueda apreciar sus glúteos firmes y lampiños. Son tristemente escasas las películas de Jason Statham que eligen mostrar escenas de sexo del británico musculoso, pero las dos películas de Crank valen por toda su filmografía.

Pectorales duros, corazón de melón
Detrás de la coraza que cubre al actor con la cara de culo más sensual de Hollywood, hay un hombre blando y relleno de dulce de leche. En los últimos años varias películas se han animado a construirle personajes que exponen su costado más sensible, mostrando que, al fin y al cabo, es un ser humano con un corazón que necesita amor para poder latir. “Siempre sospeché que en el fondo eres un romántico”, le decía Tarconi (François Berléand) a Frank Martin en El transportador 3 cuando percibía que el conductor del BMW amante de las reglas, se había enamorado perdidamente de Valentina (Natalya Rudakova). Y de ser un romántico, pasa al extremo de convertirse en un auténtico pollerudo: en Los indestructibles 2 pololea con su novia al teléfono durante toda la película, atado de pies y manos a la orden y pedido de su media naranja. Pero además del amor de pareja, Los indestructibles 2 también exhibe una tierna relación paternal entre Lee Christmas y Barney Ross, o, mejor dicho, entre Jason Statham y Sylvester Stallone. El padre simbólico logra lo imposible: provocar que Jason Statham se ría, permitiéndonos conocer sus blancos y perfectos dientes. El copiloto –que por un momento muta en piloto– le festeja cada chiste, incluso los malos, mirándolo con los ojos de un hijo que se siente orgulloso del padre que tiene. Pero los roles cambian, y de hijo se convierte en padre cuando en El código del miedo (Boaz Yakin, 2012) su personaje Luke Wright debe proteger a capa y espada a la pequeña Mei. Igualmente no es la primera vez que Jason Statham juega a ser padre por un rato: en El transportador 2 Frank Martin se proponía cuidar y querer a Jack de principio a fin del relato. La niña superdotada de El código del miedo termina de despertarle su desconocida faceta paternal, convirtiendo a Jason Statham en el hombre más perfecto de la ficción que jamás podrá existir en la realidad.

Publicada en el número 249

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