Cannibalismo 8

Por Jaime Pena

Publicada el 14/05/16.

Parece claro que Maren Ade necesita su tiempo para desarrollar cada nuevo proyecto, Seis años separaban su opera prima, The Forest for the Trees, de su segundo largometraje, Everyone Else. Otros siete han sido ahora necesarios para concluir su tercera película, Toni Erdmann. Viéndola se entiende esa larga gestación. No son sus 160 minutos de duración, se trata de la extraordinaria madurez que Ade ha alcanzado con su tercer largometraje, la complejidad de un guión que nos sorprende con cada nueva situación y que nos presenta a dos personajes, un padre y una hija, como pocas veces el cine lo había hecho. Si Everyone Else aún bebía en la tradición del cine europeo sobre la crisis de la pareja (de Rossellini a Antonioni, principalmente), Toni Erdmann parece surgir de la nada, quizás de una suerte de adaptación de El doctor Jeckyll y Mr. Hyde en el que un padre, Winfried, ha de inventarse un alter ego, el Toni Erdmann del título, para reestablecer la relación con su hija. Solo que este Mr. Hyde responde más bien al estereotipo de un Doctor Cordelier o un Boudu dispuesto a alterar todas las convenciones sociales, al menos las estrictas convenciones de las grandes corporaciones, el mundo en el que, con más dificultades de las que podría parecer, se desenvuelve su hija. Es así como Toni Erdmann puede verse como una tragicomedia sobre las relaciones paterno-filiales, tragicomedia trufada de momentos grotescos o absurdos, bordeando siempre lo inverosímil, pero también como un retrato de ese capitalismo que campa a sus anchas en los países de la Europa del Este (la trama se desarrolla casi toda ella en Bucarest), también de cómo las empresas alemanas ejercen un férreo e invisible control de la economía europea. Una película prodigiosa, una obra maestra.

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