Por Jaime Pena
Publicada el 14/05/16.
En Cannes los experimentos no se hacen con gaseosa, sino con las secciones paralelas. Alain Guiraudie triunfa en Un Certain Regard con El desconocido del lago y su siguiente película ya es carne de cañón de la competición oficial (aunque no sea una película tan lograda); Bruno Dumont se pasa a la comedia en en P’tit Quinquin, que se convierte en una de las sensaciones de la Quincena de los Realizadores de 2014, y su nueva película, otra comedia, todavía más delirante que la anterior, Ma loute, da el salto a la oficial, algo que a Dumont se le resistía desde hace mucho tiempo (para ser precisos, desde 2006 con Flandres). Juega a favor de esta decisión un reparto de estrellas del cine francés encabezado por Juliette Binoche, Fabrice Luchini y Valeria Bruni Tedeschi, todos convenientemente sobreactuados, tal y como demanda una película que es puro slapstick y que está ambientada en 1910. En relación con P’tit Quinquin, Dumont ha minimizado la trama policial, ahora con una pareja de inspectores modelada a partir de Laurel & Hardy, y acentuado los elementos grotescos e incluso surreales al confrontar a una familia de la costa del norte de Francia de (literalmente) caníbales, los Brufort, con otra de veraneantes pertenecientes a la burguesía de Lille, los Van Peteghem, que ha hecho de la endogamia y las prácticas incestuosas su principal método de supervivencia social, algo que, obviamente, tiene su traducción en la estulticia más o menos acusada de todos sus miembros. Dumont nunca fue un cineasta muy dado a las sutilezas, por lo que parece haber encontrado en la comedia más disparatada la coartada perfecta para reconducir todos sus excesos. Quién lo hubiera dicho…