Cannibalismo 22

Por Jaime Pena

Publicada el 21/05/16

En el centro de The Salesman hay lo que se presupone una violación. Pero la escena nunca la vemos, ni siquiera se llega a mencionar como tal en los diálogos. Es una escena y una palabra tabú. En la película de Asghar Farhardi una mujer es asaltada en su casa por un desconocido, algo que por vergüenza nunca denunciará, ni siquiera le reconocerá a su marido la naturaleza exacta de los hechos: ¿simplemente fue golpeada o sucedió algo más? Su marido, un profesor que también dirige un grupo  de teatro aficionado que está representando Muerte de un viajante, de Arthur Miller, hará lo posible por descubrir la identidad del asaltante. Farhadi monta todo un complejo andamiaje dramático en torno a esta escena que no podemos ver y de la que tampoco se puede hablar. El artificio es la consecuencia de dos circunstancias: por un lado la moral de los personajes (debemos aceptar que hay cosas de las que no pueden hablar) y por el otro la censura iraní, que nunca aceptaría una película que tratase explícitamente el tema de la violación. Inevitablemente, al espectador occidental se le impone una barrera, confrontado con un dilema moral en torno a la culpa que parece tan inapropiado como inverosímil.

Paul Verhoeven inicia Elle con una violación, que se repetirá varias veces a lo largo de la película, unas veces asaltos reales, otras oníricos. Michèlle (Isabelle Huppert) es la directora de una empresa de videojuegos que en su infancia estuvo indirectamente involucrada en los asesinatos cometidos por su padre, que un día decidió matar a casi todo su vecindario: hombre, mujeres, niños, perros, gatos… La empresa la dirige con mano de hierro, lo que no impide que su vida sea un pequeño caos, pues hay demasiados asuntos familiares todavía sin resolver: su primer nieto, los amantes de su madre, los más de cuarenta años que lleva su padre en la cárcel, su relación con la pareja de su socia, el interés que suscitan en ella sus nuevos y muy católicos vecinos, etc. El cóctel es explosivo y si empieza como una intriga criminal a lo Hitchcock o a lo De Palma, poco a poco irá derivando hacia un delirante drama familiar que en ningún momento Verhoeven deja de tomarse a broma. Por ejemplo, el color de la piel del  nieto de Michèlle hace dudar que pueda tratarse efectivamente de su nieto, más bien parece el hijo del mejor amigo de su hijo… Estamos ante un Verhoeven puro, el Verhoeven de El cuarto hombre, Instinto Básico o esa miniatura que parece condensar todo su cine y que debería considerarse como el primer referente de Elle llamada Tricked y, lamentablemente, muy poco conocida. El cinismo de los personajes no sabe de moral, de ahí que ni ellos ni Verhoeven deban preocuparse de justificar sus actos. Como le dice a Michèlle su vecina en la penúltima secuencia de la película, “Espero que al menos haya disfrutado durante ese tiempo”, prueba de que a Verhoeven solo le interesa divertir al espectador, sorprenderle con cada nueva secuencia y desafiar todos y cada uno de sus prejuicios sobre las convenciones del género. Elle es una fiesta, la traca final de la fiesta que fue Cannes 2016.

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