Por Jaime Pena
Publicada el 20/05/16
“Cuando envejecemos, tendemos a simplificarlo todo cada vez más”, dice Rodolphe, el personaje que interpreta el propio Paul Vechiali en Le cancre. Rodolphe, cuyo hijo (Pascal Cervo) se empeña en vivir con él temiendo por su seguridad (y edad), se encuentra o recuerda a las mujeres de su vida, un camino que le habrá de llevar hasta quien fue el gran amor de su vida, Marguerite. No por nada, Le cancre lleva el subtítulo de Carnet de belles. Hay algo de testamentario en esta película, por más que su sentido no sea estrictamente autobiográfico, sino más bien desde la perspectiva de un cine que ya no existe y que llega desde el pasado para recordarnos que otras formas de filmar sí son posibles. Hay algo anacrónico en Le cancre, bueno, en todas las películas del último Vecchiali, quien, con 86 años ha presentado por primera vez una película en la selección oficial de Cannes. Esto último es lo que lo hace todavía más anacrónico o quizás habría que decir “demodé”, porque simplemente se trata de eso, de una película, de un cine, cuya forma de narrar ha pasado de moda, lo que no quiere decir que haya perdido vigencia. Pero la forma de plantear las escenas, el ritmo del montaje, la utilización de la banda de sonido o la propia música no guardan ninguna relación con la uniformización de todo el cine contemporáneo por la vía de la narración o de los recursos de postproducción. Le cancre desdeña cualquier retórica que podamos asociar con el cine de los últimos años. Vecchiali filma cómo lo lleva haciendo desde hace casi cincuenta años, lo que debería de ser lo más natural del mundo en un cineasta que ha consolidado su estilo hace mucho tiempo y que no tiene ninguna razón para someterse a los imperativos formales del mercado. Incluso sigue componiendo las letras de las canciones de sus películas. Se supone que la autoría era eso. Por supuesto, Vecchiali también se ha vuelto más sintético, ha simplificado su estilo, se podría decir, en buena medida debido a los imperativos y la precariedad de sus producciones (Le cancre se rodó en nueve días). Pese a ello, aquí está, en Cannes, con una película que tiene mucho de homenaje a sus actrices pero también de tributo de estas (de Françoise Lebrun a Édith Scob o Catherine Deneuve) al propio Vecchiali, una película que ante todo es un acto de reafirmación y un conmovedor acto de resistencia.