Cannibalismo 16

Por Jaime Pena

Publicado el 18/05/16

Si una de las grandes sorpresas de la selección fue la inclusión del segundo largometraje de ficción de Kleber Mendonça Filho, un nombre por lo de ahora ajeno a Cannes, la proyección de Aquarius es la confirmación de que este año algo novedoso está pasando en la competición de Cannes. Una película verdaderamente expansiva, Aquarius arranca con un prólogo excepcional ambientado en 1980, cuando la familia celebra el 79 cumpleaños de la tía Lucia. Algunos flash-backs muy fugaces evocan las relaciones sexuales de una joven Lucia con quien se supone que fue su pareja durante muchos años. Entre los familiares está Clara, que acaba de superar un cáncer, y su marido. Saltamos a la actualidad y nos reencontramos con Clara (Sonia Braga, un festival Sonia Braga, habría que decir) que vive sola en el mismo apartamento de la fiesta, con su marido fallecido años atrás y sus hijos y nietos visitándola ocasionalmente. Clara ha ejercido como crítico musical y vive rodeada de vinilos, con un apego muy profundo a determinadas canciones que definen sus estados de ánimo o que marcaron momentos importantes de su pasado. Ella es ya la única inquilina del edificio en el que vive, el Aquarius. Una constructora ha comprado el resto de apartamentos e intenta convencer por todos los medios a Clara de que venda el suyo. Aquarius, la película, bascula entre estos dos polos, el retrato íntimo y sentimental que abarca un arco temporal de unos 35 años (o más: los recuerdos sexuales de la tía Lucia), y el esqueleto dramático que conforma la lucha de Clara contra la constructora. La película de Mendonça Filho es también un retrato del Brasil de esos años, de la corrupción y de sus aliados poderes económicos que no han encontrado oposición a sus prácticas. El retrato íntimo y familiar es magnífico, el socio-político resulta mucho más esquemático, quizás el fruto de la necesidad de imponer una progresión dramática y concluir el relato con un pequeño golpe de efecto (algo de lo que ya adolecía su película anterior, O Som ao redor).

Encontrarse una película como Aquarius en Cannes es toda una novedad que contribuirá a renovar el reducido catálogo de nombres que suelen copar los grandes festivales internacionales y, dadas las características de la película, completamente alejada de miserabilismo o la denuncia política a la que parece condenado el cine latinoamericano for export, representa un verdadero soplo de aire fresco en los estrictos criterios de programación de un festival como Cannes. Vistas con pocas horas de diferencia, parece mentira que un mismo comité de selección haya optado por películas tan contrapuestas como Aquarius y Ma Rosa, del filipino Brillante Mendoza, una propuesta tan ínfima como fea y maniquea, cuya inclusión en competición solo se justifica por su procedencia, un continente como el asiático que este año está infrarrepresentado, y la necesidad de contar con un nombre mínimamente conocido. Y pensar que en Berlín compitió Lav Diaz con su monumental A Lullaby to the Sorrowful Mystery

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