Cannibalismo 15

Por Jaime Pena

Publicado el 18/05/16

Las dos últimas películas de Almodóvar son como una deconstrucción de su cine. Pese a que la fórmula le había funcionado a la perfección desde al menos los tiempos de Entre tinieblas y ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, tanto en Los amantes pasajeros como en su nueva Julieta, Almodóvar ha optado por separar la comedia del drama, como si fuesen en agua y el aceite. Si Los amantes pasajeros se pudo considerar en su momento como un divertimento más que necesario tras la profunda etapa introspectiva y manierista que representaban Los abrazos rotos y La piel que habito, ahora sabemos que aquella comedia no estaba constituida más que por los despojos del drama que Almodóvar estaba en trance de preparar. Porque Julieta es eso, un melodrama que aborda las relaciones madre-hija al que se le ha podado cualquier rasgo de comedia, cualquier digresión, de esas que hasta este momento habían definido el cine de su autor. De todas formas, en la película aún pueden verse las huellas de esa labor de poda, en situaciones o personajes en los que estamos a punto de ver esa deriva hacia la comedia que finalmente nunca llega a producirse. Piénsese, por ejemplo, en el personaje del portero, o el de la madre de la amiga de la hija de Julieta, personajes puramente almodovarianos que con alguna que otra réplica en tono de comedia podrían encajar en cualquiera de sus películas anteriores. Quizás no sean más que los rastros del esfuerzo titánico de Almodóvar para prescindir de los elementos más almodovarianos de su cine. Sintetizando, podría decirse que con esos rasgos más superficiales compuso Los amantes pasajeros, pero que el corazón de su cine late en Julieta.

No es la primera vez ni mucho menos que Almodóvar adapta a un novelista (Thierry Jonquet, Ruth Rendell), pero sorprende la elección que hay detrás de Julieta, la cuentista canadiense Alice Munro (a la que se citaba, si no recuerdo mal, en La piel que habito). Sorprende sobre todo porque Almodóvar se ha servido de tres cuentos de su libro de relatos Escapada, tres cuentos (Destino, Pronto, Silencio) protagonizados por un mismo personaje, Juliet, y que ha trasladado al cine con una fidelidad absoluta, apenas con los obligados cambios geográficos de Canadá a España, pero, lo que es realmente significativo para lo que nos importa, respetando en gran medida las situaciones y la estructura narrativa. Y aún así Julieta es una película 100% almodovariana. Lo es en sus saltos temporales que remiten a ese manierismo de sus películas anteriores, una forma de concebir el relato como una suerte de cajas chinas que van conformando un puzzle del que siempre nos falta una pieza. Lo es en una puesta en escena que privilegia el artificio (el viaje en tren, uno de los grandes pasajes de todo el cine de Almodóvar, la utilización de la música y de los cromas sugiriendo una distancia que recuerda a la de un Raúl Ruiz). Y lo es también en la concepción del personaje protagonista, repartido entre dos actrices (a la manera del Buñuel de Ese oscuro objeto del deseo) que representarían al Almodóvar juvenil de los 80 (Adriana Ugarte) y al de madurez (Emma Suárez). El resultado es una película de una claridad expositiva inusual en el cine contemporáneo, una película que propone uno de los mayores sacrificios que un autor pueda llegar a hacer: renunciar a sus gestos más superficiales, a los rasgos que han definido su autoría, confrontándose con el espectador sin máscaras de ningún tipo, con el rostro desnudo. Julieta es el giro más radical en toda la carrera de Almodóvar. Lo que vendrá después es toda una incógnita.

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