Cannes 2014

Jauja y el resto
Por Fernando E. Juan Lima

I. El Festival de Cannes

            Esta fue la quinta vez que voy al Festival de Cine de Cannes y no dudo en señalar que fue, de lejos, la peor edición en cuanto a las películas proyectadas en todas las secciones. Trato de medir los términos y compruebo que en torno a 15 películas me han gustado, incluso mucho. ¿No estaré exagerando, entonces?

            Pienso mejor. Y creo que, sin perjuicio de que ha habido unas cuantas películas valiosas y muchas otras que no pueden considerarse malas o dañinas, existen dos circunstancias que marcan una señal de peligro a la que no debería dejar de prestarse atención.

            I.1. La primera. La sospecha que se tenía cuando se supo la programación del festival se confirma tras haber visto gran parte de las películas seleccionadas. Cuando se examina la programación como un conjunto (y eso es especialmente pertinente en relación con la Competencia Oficial y Un certain regard, que en gran medida deben sus decisiones al omnipresente Thierry Frémaux), lo que se advierte es la falta de una idea clara en torno hacia dónde va el cine. Está claro que en el último tiempo los lazos tendidos hacia Hollywood o los EE.UU. han adquirido mayor  fuerza y la fluida relación se evidencia en los horarios otorgados para los pases de las películas, los eventos programados, los invitados, etc. Cada año, la usualmente aburridísima pero propiamente canina ceremonia de premiación, va tornándose más y más parecida a la que en Los Ángeles tienen lugar cuando se entregan los Oscar. Pero eso podría tolerarse como un signo de pragmatismo o adecuación a los tiempos que corren. El problema es que el cine que puede verse en Cannes también se parece más al que  se premia del otro lado del Atlántico.

            No va a ser aquí que van a leer denuestos contra el cine de Hollywood como conjunto. La cinematografía estadounidense es, de hecho, la más rica, variada, prolífica e interesante del planeta, seguramente. Lo que sucede es que Cannes, con todas las críticas que se le puedan hacer, debería representar una alternativa, otra mirada, una herramienta para correr los límites y poder imaginar un mundo en el que no todo dependa de la decisión de un único actor poderoso. Sabemos que Cannes, como institución, no ha sido (no es) un evento en el que la fuerza motora más importante tenga que  ver con el amor al cine. Cannes es un negocio importantísimo y una vía pensada para sostener y difundir un determinado paradigma cultural. Y no está mal que así sea, sobre todo si en el camino no se olvida al cine, más allá de la alfombra roja y el Mercado.

            La constatación de que  Cannes no podía subsistir «contra» Hollywood, la necesidad de suscribir pactos más o menos explícitos, no debería llevar a la pérdida absoluta de independencia, de personalidad propia, de libertad de acción y pensamiento. En este Festival debería haber lugar para nuevas ideas, nuevos movimientos, innovaciones formales. Vamos mal si el asunto funciona como una familia en la que, una vez ingresados al club, hagamos lo que hagamos, seguiremos participando de alguna sección. Este año Mike Leigh, Ken Loach, Atom Egoyan, presentaron películas entre intranscententes y lamentables, y allí estuvieron en la competencia oficial. Cronenberg, Bonello, Ceylan participaron con películas un poco por debajo de su filmografía anterior. La sensación es que, en estos casos no hay decisión del festival, si llegan o si quieren, determinados directores (que, además, cada vez son más porque la familia se engrosa año a año) tienen su lugar asegurado. Aunque ello importe relegar películas mucho más interesantes, inquietantes, fuera de norma (que sí quedarán en la historia del cine) como Jauja de Lisandro Alonso. Está claro que el director argentino fue desterrado y castigado por no adecuarse al «formato-Frémaux» al que le resulta mucho más cercano el Elefante Blanco de Pablo Trapero (presidente del jurado de Un certain regard, justamente) que una propuesta como la protagonizada por Viggo Mortensen.

            I.2. La segunda. Es cierto, además, que la sensación antes descripta se ha visto amplificada por una premiación particularmente inadecuada, sobre todo en lo que tiene que ver con la sección Un certain regard (de ahora en más, UCR). Con las mismas películas, de haberse premiado a Godard sin la ofensa de hacerle compartir el galardón con Xavier Dolan (además, siendo que soy uno de los pocos en esta redacción que lo defiende, por su peor película hasta el momento), o haber pensado en Naomi Kawase (aún cuando Still the water no esté a la altura de la  perfecta Shara), estaríamos seguramente de mejor ánimo. De hecho, mi primera vez en el Festival de Cannes, en 2010, tuvo que ver con una selección posiblemente similar en cuanto a la decepcionante medianía, pero haberse atrevido a otorgar la Palma de oro a Apichatpong Weerasethakul y su inolvidable El hombre que podía recordar sus vidas pasadas (sí, estrenada en nuestro país con ese título) modificó en gran medida aquella sensación.

            Además, como dijimos, en el caso de UCR, el asunto fue aún peor. La selección fue muy floja. Pero, aún así, Jauja es una película única, un OVNI que Cannes decidió ignorar (el tiempo dará la razón a la FIPRESCI que sí supo reconocer esta gran obra). Y las películas de Pascale Ferran, Asia Argento y Mathieu Almaric sí habrían sido dignas de recibir algún lauro. Pero no, la decisión de dar a la húngara White God el premio mayor parece casi un chiste. No porque se tratara de la peor película de la sección (sí, había peores: la china Fantasía, la norteamericana The disappearance of Eleanor Rigby, la israelí That lovely girl), sino porque lo que se nota es que no hay, ni en el film ni en el jurado, una idea acerca de qué cine es el que se quiere hacer o ver. Quiero creer que lo que faltó es acuerdo en el jurado y se llegó así a una fórmula de compromiso, ya  que si efectivamente esto es lo que piensan del cine Pablo Trapero, Peter Becker, Sophie Grassin y Moussa Touré, el asunto es aún más preocupante.

            Las secciones paralelas, además, tampoco fueron un remanso demasiado significativo. La Semana de la Crítica decidió multipremiar a la película ucraniana The Tribe. Ejercicio vacío de maltrato a un joven sordomudo, lo pretendidamente disruptivo del film tiene que ver con su carácter silente, dialogado sólo a través de lenguaje de señas. Una de esas películas en las que se somete a los protagonistas durante dos horas al transcurso por algún laberinto infernal para justificar una explosión de violencia explícita. Eso dice «La Crítica» que es lo mejor de lo que eligió para Cannes, en fin… La quincena de los realizadores (en adelante, Q.R.) tuvo una programación algo más feliz (como se verá luego). Y los premios, también concentrados, fueron para Les combattants, una comedia romántica tan sólo simpática, que, por comparación, parece una decisión mucho más atinada.

II. Las películas.

            Día a día seguimos en http://www.elamante.com/noticias/cobertura-cannes-2014/  las 48 películas que pude ver en Cannes. El ejercicio de la escritura automática, en escasos minutos, sin posibilidad de acudir a mayores datos del realizador o del film, sin discutir ni contrastar con ningún otro, tiene el encanto de lo inmediato y repentino, de la primera impresión virgen y visceral. Con el tiempo, algunas películas crecen (en mi caso, las que ya me habían gustado mucho, Bird people de Pascale Ferran y Amour fou de Jessica Hausner, por ejemplo) y otras decaen (sí, aún más: Mr. Turner de Mike Leigh; la premiada White god, que en principio sólo me había parecido intrascendente y olvidable). Ahora, con algo más de tiempo y reflexión (aunque no tanto, comienzo a escribir estas líneas en el vuelo que me depositará de regreso en Argentina) me gustaría compartir algunas ideas en torno de unas cuantas películas que me gustaron, intentando olvidar todas aquellas otras (la mayoría) con las que no vale la pena siquiera ensañarse.

            II.1. Biopics.

            La decisión de poner en el sitial de la película de apertura a Grace de Mónaco, de Olivier Dahan, abona en gran parte las ideas desgranadas precedentemente. El director de La vie en rose piensa en términos de Hollywood (lo cual no quiere decir que los resultados estén siquiera a esa altura). Cine evento que vampiriza historias y situaciones conexas para generar un ruido suficiente como para que mucho público vaya a la sala. Interés por el cine: cero. Así, de buscarle algo positivo a esta película, lo encontraremos en las pinceladas de humor involuntario que conlleva esta Grace Kelly que se cree abanderada de los humildes mientras defiende el derecho de los multimillonarios a no pagar impuestos en un paraíso fiscal. Del formato revista Hola de esta película al insufrible Wim Wenders. Wenders es como esos entrevistadores a los que les interesa más hablar de sí mismos que del entrevistado. Es por eso que en su película The Salt of the Earth Sebastião Salgado existe porque él lo descubre. Co-dirigida con el hijo del fotógrafo brasileño, Juliano Ribeiro Salgado, el interés para el público tendrá que ver con su relación con la producción del artista retratado (que tiende bastante a la estilización de la miseria) y con el costado aventurero que su vida tuvo.

            Es que, desde la ficción y desde el documental, y desde todos los caminos intermedios, no es fácil componer un retrato cinematográfico de una persona que tuvo su vida en este mundo (más aún si la conocemos). Es ahí que Bertrand Bonello, aun con una película que en algún punto resulta un tanto árida, se anima a un acercamiento que respeta al personaje que dibuja y lo hace parte de su cine. El Saint Laurent de Bonello está, como las criaturas de todos sus films, al margen de la realidad tal como se nos presenta para la mayoría de los mortales. Pero el director de L’apollonide no cae en la simplificación habitual de identificar creatividad con locura. Para Bonello el eje es la libertad, no la pérdida de la razón. Sin endiosar al protagonista, la puesta, los colores respetan la visión estética del mundo de Yves Saint Laurent. Es  por eso que el universo Bonello se torna menos sucio, menos poroso, más terso y elegante (el final con la pantalla partida a la Mondrian es buen ejemplo de ello). Claro que también está el sexo, los viajes, las drogas y la circulación del dinero (a veces impiadosa en cuanto a los valores implícitos en ciertas decisiones) que dotan de profundidad, contradicción y rispidez a una película que, al menos en Cannes, no fue ponderada de la manera que se lo merece.

            Después de todo, parecen tener razón los que se centran en la mímesis y se excitan con los apósitos nasales prominentes como el que lleva Steve Carell en la Foxcatcher de Benett Miller. Esta película constituye un retroceso importantísimo en relación con Moneyball (acá conocida como El juego de la fortuna), quedándose en la superficie de esa nariz y en la explicación psicologista más ramplona del interés de un conocido multimillonario en la lucha libre. Pero Benett Miller fue premiado como mejor director y la película de Bonello no se llevó reconocimiento alguno.

            II.2. Politica del cine.

            El debate suscitado en torno a la última película de Godard excede lo cinematográfico. Y el viejo Jean-Luc lo sabe y utiliza muy bien todas las armas que tiene a sus disposición para escandalizar, pero también para dar a conocer lo que son sus ideas en torno al cine.

            La postura snob de desconocerle actualidad a su influencia choca contra la idéntica exageración de transformarlo en gurú indiscutido e indiscutible. Así, más allá de que no es casual el maltrato a la película en Cannes (sin gala nocturna, con menos pasadas que las otras películas en competencia), que se cristaliza en el venenoso ex-aequo con Xavier Dolan, deberíamos prestar atención a lo que la película propone para hacernos una idea de ella. He visto que las críticas más negativas hacia Adieu au langage parten de quienes no la vieron, de los que aducen que ya no ven «ésto» que hace Godard ahora (¿desde hace 30, 40, 50 años?).

            Una pareja que se pelea y se reconcilia. Un perro (los canes, grandes protagonistas de esta edición del festival, por otra parte). Conversaciones en el inodoro y frases lanzadas como oneliners para escandalizar o divertir. La mirada de Godard sobre el mundo, las relaciones de pareja, la pérdida de la humanidad, la política forman parte de ese collage de diálogos, monólogos e imágenes. Su visión sobre el cine toma ese punto de partida y juega formalmente con las herramientas que ha democratizado el digital, edita, repite, vuelve cual loop y modifica los planos que en el diálogo con sus predecesores y con los siguientes permiten una lectura ominosa, sentenciosa, intrigante o juguetona, según el momento y el receptor. La utilización del 3D, por lo demás, tiene que ver con esa búsqueda de comunicación y sentido. Es la primera vez que veo un chiste no en 3D, con 3D o sobre el 3D, sino del 3D. Godard se adueña de esta herramienta y la hace parte de su cine, no como algo accesorio, cosmético o formal sino como algo constitutivo de una nueva esencia, siempre mutante. Pretender examinar Adieu au langage y explicarla bajo los parámetros de la narración clásica sería impropio y hasta imposible. Adieu au langage es un gran chiste, poblado de múltiples hallazgos formales y de contenido. El humor, sabemos, es una poderosa herramienta política.

            Otras de las películas relegadas, pasada como formando parte de la selección oficial, pero fuera de competencia, fue Maïdan, de Sergein Lozntisa. Hace unos años había pasado lo propio con el gran Otar Iosseliani, que hizo saber su desagrado a Thierry Frémaux. Esa vez la película era Chantrapas (2010), que ponía en cuestión el asunto de las «ayudas» europeas para realizar films y analizaba si eso no era algo así como venderle el alma al diablo, perder todo rasgo de autenticidad y personalidad. Si ese planteo era pertinente en ese entonces, ahora resulta ineludible. Y es por eso que una película potente, personal, jugada y corrosiva como Maïdan (sobre la toma de la plaza de Kiev en noviembre de 2013 para protestar contra el régimen del presidente Ianoukovitch), no encuentra lugar en las posiciones más visibles y expuestas. Alguna pasadita por la sala más pequeña del Palacio del Festival y a otra cosa… Sin embargo, esos planos fijos que siguen por cinco meses la evolución del conflicto tienen una fuerza y una potencia que ese intento de ocultarlos resulta vano.

            También parte de la selección oficial fuera de competencia (o sea: idéntico trato que a Loznitsa, aunque con alguna pasada más), Red Army resulta interesante en cuanto a su lectura sobre las posibilidades de libertad en cierto ámbito. Siguiendo al mítico equipo soviético de hockey sobre nieve, el director indaga sobre las relaciones de amistad o enemistad entre los jugadores, y de ellos con el entrenador, con la política contaminando todas esas relaciones. En plena guerra fría y con la KGB encargándose también de estos menesteres deportivos, vuelve a sorprender (como en la interesante Tiempo muerto, de Baltazar Tókman, sobre el basket y el peronismo) cómo cuántas de aquellas cuestiones que atribuimos a decisiones de Estado o resoluciones políticas no son sino el fruto de mezquindades y arrebatos individuales. Un buen punto a tener en consideración al momento de analizar la programación del festival en su conjunto.

            Jauja tiene, también, una relevancia política interesante. Decidir no dejar cambiarse la película aun al costo de no formar parte de la competencia oficial. Confiar en la propia mirada antes que en la ¿necesidad? de conformar al establishment cultural de Cannes, es un gesto de saludable rebeldía que nos permite seguir ilusionándonos en relación con el cine que podamos ver. El futuro de un Hollywood copado por superhéroes y un «cine arte» centrado en biopics, intentos qualité de relación con otras artes y corrección política nos lleva a un mundo que se parece bastante al que supo anticipar Romero con sus zombis. La vida, afortunadamente, es más rica, confusa, proteica, abierta a múltiples lecturas e interpretaciones, infinita en las relaciones y sensaciones posibles. A veces, durante unos instantes, el cine puede reflejar o transmitir esa diversidad. Y allí tenemos esas (pocas) películas imprescindibles e inolvidables. Jauja, también por eso, es una de ellas.

            II.3. De los buenos, lo peor.

            Otro punto que tampoco ayudó este año es que directores a los que queremos y cuyas películas disfrutamos (incluso éstas), llegaron con producciones que no están a la altura de  su obra anterior. Nuri Bilge Ceylan era la Palma de Oro cantada desde el día de su presentación (fíjense acá esta nota publicada tras su primera proyección: http://www.diariobae.com/notas/16835-filosos-dialogos-y-reflexion-los-fuertes-de-winter-sleep-la-favorita-para-la-palma-de-oro.html). Sin embargo, Winter sleep está por debajo de Érase una vez en Anatolia. Lo mismo pasa con Naomi Kawase, muy pero muy lejos de la perfecta Shara. Es cierto que hay momentos de Still the Water que permiten olvidarse un poco de Hanezu y dan pie a la esperanza. Sería bueno que la realizadora pensara menos en el mercado global y explicara menos con palabras lo que en su cine de otrora eran silencios…

            Incluso el infalible David Cronenberg, con su Maps to the Stars, compone su película más pequeña y efímera. Su mirada sobre el mundo de las estrellas de Hollywood es tan cínica y despiadada que por momentos hace pensar en cierta cercanía a la misantropía de Todd Solondz. La película es un auténtico Cronenberg, a no asustarse (la cercanía, superficial, no termina siendo tal). Aun cuando posiblemente se trate de su film que más se parece a una comedia en toda su obra. Las referencias a múltiples datos y detalles de la actualidad, a estrellitas en el candelero a situaciones conocidas en estos días, dan lugar a una película muy fechada. Tengo la sensación de que ésta posiblemente sea la creación de Cronenberg que peor ha de resistir el paso del tiempo. Pero será el tiempo, justamente, el que tendrá la última palabra.

            II.4. Géneros y degenerados.

            Cuando uno se acerca a las películas que se proyectan en el Mercado, puede advertir que al menos 80% de ellas son encuadrables de manera más o menos transparente en los géneros clásicos. En las distintas secciones del Festival los números se invierten, el pretendido «cine de autor» desconfía de los supuestos corsets genéricos. Así y todo, mucho de lo mejor de esta edición pasó por películas de género más o menos hechas y derechas.

            Así, en QR se presentó la surcoreana A Hard Day, a la que por formar parte de esa selección (en la Oficial, fuera de competencia, se proyectó la mucho menor The Target) y por tratarse simplemente de un policial o un thriller, nadie prestó demasiada atención. Personajes con múltiples facetas, mucho humor y acción como saben filmar en Corea del sur: una fiesta cuya felicidad se multiplica en el marco general de la ya señalada medianía.

            Si The Homesman fue incluida en la sección oficial posiblemente tenga que ver con que su director es Tommy Lee Jones. En la muy buena recepción por parte de la crítica, seguramente influya el hecho de que se acerque al western (sabemos de nuestra debilidad al respecto). Sin embargo, esta vez el director de Los tres entierros de Melquíades Estrada parece no confiar del todo en el género, y en esta historia en la que comparte el protagónico con Hillary Swank, necesita hablar del rol de la mujer, de la locura, de esos “temas importantes” que se creen imprescindibles para hacer “grandes films” (ya que el género por sí solo sería algo menor, bastardo, olvidable). Hay más de western en la fallida El ardor de Pablo Fendrik (El asaltante, La sangre brota) y hasta en Jauja que en la culposa mirada de The Homesman, puntuada por unos flashbacks que pueden competir con serias posibilidades para los más feos de la historia del cine.

            Damián Szifrón con Relatos salvajes, que abreva en el esperpento y en el negrísimo humor que ha dado lugar a películas inolvidables como Los monstruos (Dino Risi), fue recibida de manera inusualmente entusiasta en cada una de sus proyecciones. No hubiera estado mal que el jurado se atreviera a reconocer una película como esta, dejar de lado el almidón y la compostura y reconocer el carácter subversivo del humor (incluso en una película que, desde lo formal, no propone disrupción o cambio alguno). La película es sumamente disfrutable y seguramente ha de ser un enorme éxito comercial. ¿Qué hay de malo en ello?

            También saben que mucho de lo mejor del cine está en los géneros quienes los conocen tanto como para subvertirlos, gozar con sus mutaciones y llevar sus excesos más allá de los límites conocidos. Pascale Ferran en Bird People se apropia de la comedia romántica, parte en dos el relato al seguir a cada uno de los integrantes de la pareja, e incorpora un elemento fantástico tan mágico como encantador. Mathieu Amalric en La chambre bleue plantea una película de suspenso, cuyo origen en un amor prohibido dialoga con el gran Alfred Hitchcock (impecable la música de Grégoire Hetzel), para terminar en una película de juicio en la que poco importa la sentencia. Asia Argento en Incompresa vuelve al melodrama y si la reversión femenina de El corazón es engañoso por sobre todas las cosas funciona incluso mejor que el original es por la encantadora protagonista y por el juego de exposición descarnada de su propia vida con la que juega la directora.

III. Conclusión.

            Volvemos al inicio y no queremos caer en el snobismo de parecer excesivamente críticos. Después de todo, de ser posible, estaremos de Cannes el año que viene.

            Eso sí, soñamos con que en 2015 la Palma de Oro vaya para una película tan única e inolvidable como Jauja. Aunque Jauja sea irrepetible.

Lisandro Alonso nos lleva a pensar en esos escasísimos directores que logran transformarnos con la experiencia de ver sus películas. Y Jauja (hasta ahora) es su mejor película.

En algunos casos, acercarse a la obra de un gran director es arduo e implica un esfuerzo por parte del espectador. Pienso por ejemplo en el genial Manoel de Oliveira. Quizás con la excepción de sus más ligeras últimas películas (Singularidades de una chica rubia y El extraño caso de Angélica), para entrar en su mundo, para disfrutar de su propuesta, necesitamos de una determinada formación y de la adquisición de ciertos códigos que hoy en día no son tan usuales ni generalizados. La formación cinéfila expande nuestras fronteras y amplia nuestras posibilidades de goce. Eso es algo que reivindicamos y por eso, por ejemplo, defendemos como lo hacemos los festivales y todos aquellos lugares en los que la diversidad nos permitan ese crecimiento y el acceso a las herramientas de lo que terminará siendo placer.

            Pero hay otros casos en los que el camino es inverso. No hay signos secretos ni lenguaje para iniciados. Si hay juegos intertextuales, ellos tienen lugar desde lo empírico. ¿Quién dijo que películas como Jauja son para unos pocos? Si para acercarse a ciertas películas se requiere un trabajo previo, un “aprendizaje”, Jauja exige desaprender. Olvidarse de los códigos que se nos dicen únicos, volver a disfrutar de las imágenes y la sonoridad de las palabras, dejar de lado la linealidad a la que nos sentimos atados. Jauja no confunde complejidad con complicación. Es una película que de tan hermosa y transparente ha dejado a muchos perplejos.

             En fin, que si pensamos en paraísos inalcanzables, si soñamos con que sea posible que todo sea Jauja, ¿por qué no pedir que se premien películas como esta? Y, ya que estamos, que pueda ser vista (y que así sea) por millones de personas, en condiciones de proyección similares a las dadas en Cannes, aquí en nuestro país.

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