El número de marzo

Por aquí, el editorial.

Por aquí, el número completo.

Y este es el principio de la crítica de 50 sombras de Grey firmada por Leonardo D’Espósito:

El año que recién comienza -y ya sabemos que parece que pasaron siete u ocho meses- es el de los Grandes Eventos Fílmicos, aunque no necesariamente el de las Grandes Películas (iremos viendo). Decir que qué barbaridad que ahora la gente compra cualquier cosa, brasevisto, con la prensa que le hacen a lo que fuere es zonzo: el cine es el primer arte que nació con la publicidad al hombro y eso no lo hace mejor o peor que la literatura, la pintura o la música. Por cierto, estas tres artes se han quebrado entre lo “popular” y lo “culto” en parte como trauma de adaptación a la publicidad y las formas masivas de comercialización global. Es un fenómeno a revisar. La diferencia del cine respecto de estos tres artes es que la publicidad y la producción en masa están en simbiosis con él, mientras que en los otros casos los artistas -quienes se sienten artistas- sienten que la industria los parasita. Dejo este primer apunto para quien quiera investigarlo.

 Digo, porque en general quienes gustamos del cine queremos hablar de las películas. Y es cierto que muchas veces ejercemos el afán detectivesco porque, como toda obra de arte, un film es también un acertijo. La pregunta crítica (del crítico, de quien quiera mirar críticamente algo) es por qué lo que vemos es como lo vemos, cuál es el sentido de su forma. Las respuestas son múltiples aunque dentro de un rango restringido: uno puede decir que El Ciudadano es una comedia disfrazada de otra cosa (es lo que dice Pauline Kael, si quieren una cita de autoridad) pero difícilmente pueda decir que Calígula es un dibujo animado apto para todo público. Bah, como poder, puede, pero la realidad de la obra lo desmiente. Uno puede apelar -y en esto la crítica tiene mucho de poesía, al menos en el método- a la metáfora o la comparación: “en el fondo Calígula es como un dibujo animado para todo público -podría escribir-: le da el show que quiere el espectador en dosis masivas y coloridas para que no se queje”. Lo que es cierto es que Calígula no es La Dama y el Vagabundo.

Calígula, de paso, me parece una de esas películas que todo ser humano debería ver sobre todo para descubrir -la cuestión del “acertijo”- por qué no es una obra maestra y por qué tampoco es una obra ofensiva. Las secuencias porno hoy son tolerables por un gran público que hace década y media que, Internet mediante, hace clic en clítoris. El resto es una especie de Shakespeare que no llega a ser, de teatro que no llega a generar distancia, de orgía sangrienta que no termina de asustar. No hay películas así y por eso, por su excepcionalidad, es que debería verse.

Y sigue, claro, en el número 271:
http://revista.elamante.com/numero/271/ 

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