Cannibalismo en San Sebastián

Por Jaime Pena

24/02/21

La cancelación de Cannes de 2020 tuvo dos grandes beneficiarios: Deauville y San Sebastián. En estos dos festivales fue donde recayó buena parte de la selección oficial de Cannes, el festival fantasma, el que nunca se celebró, pero que aún en esas circunstancias se empeñó en proponer una selección de lo que habría sido el festival de haber tenido lugar. Desde un primer momento quedó muy claro que esa selección poco tenía que ver con la inicialmente prevista, de la que se habían descolgado los autores y títulos en principio más atractivos posponiéndolos para 2021 (de mutuo acuerdo con Cannes, eso está muy claro).

Como resultado, San Sebastián acabó siendo como un pequeño Cannes, con al menos hasta nueve largometrajes en sus dos competiciones principales que llevaban la marca la “Cannes 2020 Selection Officcielle”. Películas, por tanto, con una doble paternidad: la biológica y la adoptiva, ambas reconocidas y yendo de la mano, casi como anticipando el tema de una de estas películas, True Mothers, de Naomi Kawase. 

Pero si hablo de beneficio me refiero sobre todo a una competición internacional puede que más consistente de lo habitual, inaugurada además por un título tan atractivo a priori como Rifkin’s Festival, de Woody Allen, rodada en San Sebastián y ambientada en el propio festival. Nada de esto impedía que se tratase de películas imposibles de ver otros años en San Sebastián. Es más, la solidez de estas estaba descompensada por el lado de la producción española, seguramente la más frágil de la última década. De ahí que el peso de la competición acabase sustentándose sobre esas películas con la marca Cannes en sus créditos iniciales. Algunos de estos títulos costaba imaginárselos en la competición oficial del festival francés, si acaso en Un Certain Regard, en un año no muy bueno y atendiendo a determinados compromisos: Passion simple, de Danielle Arbid, o In the Dusk, de Sharunas Bartas. Incluso me resulta difícil pensar que Été 85, de François Ozon, habría podido estar en la competición de Cannes (se trata de una película aquejada de una torpeza e inverosimilitud narrativa insólita en un autor tan veterano). En cualquier caso, Ozon es un cineasta descubierto por San Sebastián, muy popular en España, y en el festival donostiarra se han estrenado varias de sus películas.

Quedarían las tres películas más importantes o atractivas de este lote procedente de Cannes, películas que, estas sí, a nadie hubiese extrañado ver en su competición oficial. La citada True Mothers es muy probablemente la mejor película firmada por Kawase en la última década (esta sería la tercera vez que pasa por San Sebastián, la última fue con su peor película, Vision), un melodrama muy puro sobre el conflicto entre los padres adoptivos de un niño y su reaparecida madre biológica. Tal y como lo plantea Kawase son como dos historias paralelas, casi como dos películas independientes pero complementarias que, quizás con un exceso de divagaciones como consecuencia de esta dualidad, consiguen confluir en un final ciertamente emotivo. Another Round, de Thomas Vinterberg, un cineasta que nunca consiguió estar a la altura del éxito de su primera película, Celebración, auspiciada por el movimiento Dogma, y que ha vagado por distintos festivales y coproducciones, sería el gran damnificado de la cancelación de Cannes. Su película, una comedia un tanto moralista sobre los pros y los contras del alcoholismo, tiene todos los argumentos para convertirse en el gran éxito del cine europeo de 2020, en buena medida gracias a un pletórico Mads Mikkelsen.

Beginning

La gran incógnita es qué habría pasado con la georgiana Beginning en Cannes. ¿Habría sido la gran revelación del festival, quizás incluso de la competición? El debut de Dea Kulumbegashvili fue la gran triunfadora de San Sebastián, la película más impactante, en muchos sentidos, pero sobre todo la película que literalmente se llevó casi todos los premios: actriz, guion, dirección y el premio a la mejor película, la Concha de Oro. Una decisión sin precedentes en un gran festival que creo que beneficia por igual a la película (a la que compensa de la cancelación de Cannes) y al festival, habitualmente saboteado por jurados incompetentes y que en esta ocasión promociona una de las grandes películas de 2020 y puede que uno de los grandes descubrimientos de los últimos años. Beginning tiene sus problemas, por supuesto. O los tiene Kulumbegashvili, una cineasta propensa por el momento a lo mejor y a lo peor, a lo sublime y a los golpes bajos. 

La película está coproducida por Carlos Reygadas y hay algo de su cine (y del de Haneke) en su forma de evidenciar las miserias humanas, los peores instintos, que surgen de improviso como golpes de efecto: el incendio inicial, el acoso del policía, la violación, el mismo final. Pero todo está filmado con un dominio absoluto de la puesta en escena, con una gran economía de medios inusual en una debutante tan segura de sí misma que es capaz de convertir un plano de seis minutos de su protagonista tumbada en el bosque, en absoluto silencio, sintiendo tan solo el sonido del viento en los árboles, en su escena central, aquella sobre la que pivota toda la narración. En Beginning parecen convivir dos cineastas que se corresponden con sus protagonistas, por un lado Yana, la esposa de un líder religioso, y por el otro tanto su marido como el policía que los acosa y chantajea. Confiemos en que en el futuro Kulumbegashvili opte por la vía de Yana.Puede que junto con Beginning la otra gran película de la sección oficial fuese la china Wuhai, segundo largometraje de Zhou Ziyang, uno de esos estilizados policiales en la línea de los de Diao Yinan, y que llegaba sin el aval de Cannes (ni falta que le hacía). De la misma manera que la otra gran ópera prima del festival, compitiendo en New Directors, sería otra producción china, Slow Singing, de Dong Xingyi, como la de Kulumbegashvili, una película dominada por una portentosa (y ostentosa, sí) puesta en escena. Tampoco venía de Cannes, cuyo sello sí portaban tres de las películas de esta sección, prototípicas películas de Un Certain Regard muy distintas entre sí: un crowd-pleaser británico, Limbo, de Ben Sharrock, de esos que no pueden faltar en ningún festival; un recargado drama simbólico brasileño, Casa de antiguidades, de João Paulo Miranda María, con una peligrosa inclinación hacia el exotismo; y la más francesa de cuántas películas francesas uno se pueda imaginar, 16 printemps, de Suzanne Lindon, la jovencísima (20 años) hija de Vincent Lindon, que firma una película que coquetea por igual con Truffaut, Godard o Demy y que cita explícitamente a Pialat. La historia es la de un amor adolescente tan idealizado como estilizado, un amor romántico en el que la protagonista/directora no parece creer en ningún momento. Quizás se trate de un mero espejismo, el deslumbramiento de la juventud que no tendrá continuidad en la madurez, pero el de Lindon fue el tercer gran descubrimiento de este San Sebastián cannibalizado.

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