Perdida

Gone Girl
Estados Unidos, 2014, 145′
Dirección: David Fincher

Amy vuelve a casa
Por Daniel Alaniz

A favor

Atención: se revelan detalles argumentales importantes

Sacando a Zodíaco, las mejores películas de Fincher están hechas en sociedad con otra sociedad: Trent Reznor y Atticus Ross. En su búsqueda por crear el noir más oscuro posible, el más tóxico –Ripley empetrolada en Alien 3, la lluvia ácida de Pecados capitales, la secuencia de títulos de La chica del dragón tatuado son solo algunas imágenes del cine contaminado del director– , Fincher encontró en la pareja sonora el aporte que le faltaba. Con increíble sutileza, el dúo supo dar con el sonido ideal para esa opresión que son las películas del director, donde tanto un asesino como un nerd habitan esa densidad formal de la desesperanza. Son dos las líneas de la música de Reznor-Ross: la de xilófonos circulares y cristales chocando con suavidad que aportan la dimensión onírica del noir, y la de sintetizadores y acoples industriales que parecen cocer a fuego lento, pero con constancia eterna, los jugos mismos del infierno.

Gone Girl (tanto mejor el título original que refiere a una mujer ida) tiene estas variantes mucho más marcadas porque repite dos leitmotivs durante toda la película: el de los xilófonos mencionados, como cuando la pareja se conoce y se va de una fiesta a una tormenta de azúcar, con diálogos ridículos de ficción romántica (porque esta es una película sobre ficciones), y el otro con cuerdas muy, pero muy, parecidas a las de Twin Peaks, una telenovela que exageraba su condición de culebrón como esta película exagera su condición de thriller. Estos sintetizadores pueden escucharse varias veces, pero hay una escena en que toman particular relevancia. Amy cuenta cómo se convirtió en la mujer que no quería ser, pidiéndole a Nick que se quedase más tiempo en la casa y, frente a su negativa, sacando el tema “hijo”, algo a lo que Nick no solo se opone sino que reacciona con enojo al punto de empujarla contra las escaleras. Es rara esa secuencia desde lo musical y también desde lo visual, porque al final, como para mostrarnos a un monstruo que no conocíamos, la música se pudre adquiriendo una gravedad exagerada, mientras que la imagen se funde a negro con un picado remarcado de Amy. El recurso parece hasta berreta, televisivo pero de antes, efectista y obvio. La película nunca vuelve a tener un momento así, por lo que suena a descolgado, como un error estético grosero. Pero después, ese momento quedará en evidencia como el primero que no es verdad de la película. Esa artificialidad de la escena es porque Fincher, Reznor y Ross le entregaron esa porción estética de la película a la invención delirante de un personaje demente como el de Amy. Y ese momento es de suma importancia porque sembrará la duda sobre el personaje de Nick. Después, cuando Amy haya vuelto a la casa, volverá a sonar exactamente la misma partitura, pero esta vez con Nick aterrorizado, encerrado en el cuarto de invitados. Eran tiempos dorados, un pasado mejor.

El encierro es importante en las películas de Fincher. Sus películas son tubos cerrados en los que los personajes deambulan siempre desvalidos frente a un poder nocivo que no les permite vivir con individualidad. La más clara en este sentido es La chica del dragón tatuado, donde, aún con sus personajes más dignos, la salida no existe y el encuentro tampoco. Hay que seguir andando en moto, solo, por una autopista eterna. Y si bien Gone Girl parece circular, en verdad es un tubo en el que se rebota; los personajes de Fincher no tienen siquiera la ilusión del libre albedrío, la sensación, aunque sea falsa, de sentirse héroes, como los de De Palma. Nick mira a su casa con temor, como si estuviera habitada por fantasmas, al principio y al final de la película, y se pregunta por la mente de su mujer, alguien a quien sabe que no puede conocer porque es en realidad Fincher el que sabe (o lo piensa él, bah) que toda comunicación es imposible. Quiere abrirle la cabeza, pero no hay nada que se pueda abrir en el cine de Fincher. Y Nick le dice a Amy: “te reto a que vuelvas”, pero no para salvarse de la cárcel, sino porque realmente es lo que quiere. Lo que les queda a estos personajes es acostumbrarse.

Por eso es tan pertinente la existencia de las miles de vueltas de tuerca en la película y que al mismo tiempo sean tan intrascendentes sus resoluciones y el verosímil. Leí o escuché por algún lado que Gone Girl está apretada, porque en realidad debería ser una serie. Bueno, quien dijo eso no vio que la película está narrada desde el punto de vista de la voracidad narrativa de un personaje, el de Amy, que quiere vivir mil vidas menos la suya. Es más, mirá si no va a estar apretado que escribe un diario íntimo de cinco años en un solo día.  El verosímil de ese diario es impasable en cualquier thriller actual después de CSI buscando semen por todos lados, porque es obvio que no se ven iguales un diario escrito en cinco años y otro en un día, y es difícil de creer que eso se le pase ni a Fincher ni a Ricardo Canaletti. Pero supongamos que sí, el tema no es que acá las cosas que desentonan están hechas a propósito como una canchereada o con alguna intención genial que solo los iluminados llegamos a entender (como también se dijo sobre la defensa de la película), sino en el tono con que la película toma a partir de su segunda mitad -adrede, claro, pero sin disfraz alguno-. Eso no es “a propósito”, eso es obvio; y el problema no es la sobreinterpretación de los delirantes sino la miopía, o la pereza, de quienes prefirieron no ver una película.

La crítica al verosímil algunas veces puede ser atinada y muchas otras es lo más fácil, como pasa con esos que buscan los errores de continuidad (“Ah, no, el chabón en un plano tenía el botón abrochado y en el siguiente lo tenía desabrochado. Esto es una estafa”), pero en Gone Girl es prácticamente inadmisible. ¿Así que la mina se pone una peluca y no la reconocen? Mirá. ¿También piensan que la escupida en el vaso era para dar un rasgo característico del personaje de Amy o ahí sí vieron un chiste irresponsable y juguetón? Y cuando Amy vuelve toda bañada en sangre y sigue así después de una revisación médica, un interrogatorio policial (que también tiene sus momentos cómicos en las preguntas ansiosas de la detective) y, recién a la noche, después de todo un día, se lava la sangre en una ducha con Nick, ¿eso qué es? ¿Un error? De continuidad seguro que no.

El momento en que la película vira su tono marcadamente hacia la comedia es cuando se descubre que Amy es la perpetradora de su propia desaparición. Es decir, no es en cualquier momento, al azar, sino cuando se devela el misterio. La operación, casi simétrica, funciona como respuesta burlona, pero desoladora, al típico voyeurismo del espectador de thrillers; al espectador, en definitiva, de las primeras películas de Fincher. Ese que necesita una resolución. Fincher le da, no una, sino mil vueltas de tuercas, pero desbocadas, convertidas en carne de cañón cómico, con un personaje desbordado (es ahí cuando la actuación de Rosamund Pike se vuelve exagerada, pero convengamos que también es ahí cuando se descubre como una maníaca degüella-novios). Y, como si de una respuesta a El club de la pelea o Pecados capitales se tratase, le quita el final sorpresa. El procedimiento es un poco malvado, pero a esta altura Fincher parece estar cada vez más convencido de sus ideas sobre el mundo con las que, nos guste o no estar de acuerdo, hace cine. El final vuelve en forma de acostumbramiento, sin pirotecnia y al punto de partida. Porque la emoción, parece querer decir Fincher, y la excepcionalidad, solo son posibles en el artificio del cine o en las ficciones mentales de una demente. En la vida real hay que volver al cuarto ese en el que Nick se toma la cabeza con miedo. El hogar es ese cuarto de invitados.

Volviendo, es interesante ver cómo conviven en Gone Girl, además de esas dos películas que son la primera y la segunda mitad, otras dos películas más: la sonora y la visual. Es hermoso ver el trabajo de Reznor y Ross y prestarle atención solo a la música, porque conforma un entramado perfecto. Algunos pasajes, cuando hacen eco en otros, hasta dicen cosas de la trama general, algo así como hacía De Palma en Blow Out, que es la que tengo presente, pero seguramente también en otras. En este caso, además, se hace con enorme paciencia, meticulosidad y, aunque no quede bien decirlo, buen gusto. Nunca fui muy fan de NIN aunque algunas cosas me gustaban, pero desde que empecé a escuchar las bandas sonoras de las películas de Fincher algo de ese esa oscuridad se apoderó de mí. También, como hechizo bajo la nieve de azúcar, funciona un recital en vivo que puede verse en YouTube tecleando “NIN Vevo Tension 2013”, un recital de una potencia abrumadora que, por suerte, prescinde de todo tipo de interpretaciones; porque es pura música, pero también puro cine.

 

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