No es bueno que el superhéroe esté solo

Escape imposible
Escape Plan
Estados Unidos, 2013 115´

DIRECCIÓN           
Mikael Hafstrom

GUIÓN
Miles Chapman y Jason Keller

FOTOGRAFÍA
Brendan Galvin

EDICIÓN
Elliot Greenberg

MÚSICA
Alex Heffes

INTÉRPRETES
Arnold Schwarzenneger, Sylvester Stallone, Jim Caviezel, Faran Tahir, Amy Ryan, Sam Neill, Vincent D´Onofrio, Vinnie Jones, Matt Gerald, 50 Cent y Caitriona Balfe
No es bueno que el superhéroe esté solo
Por Maia Debowicz

Hace un par de semanas, Sylvester Stallone fue noticia por un logro que nada tiene que ver con el cine: el héroe de acción inauguró su primera exposición de arte en el Museo Ruso de San Petersburgo. Arnold Schwarzenneger también pinta. Los indestructibles tienen los bíceps marcados no solo por revolear cuerpos y quebrar tabiques, sus músculos son la consecuencia de la pasión pictórica. La muestra titulada “Sylvester Stallone. Arte. 1975-2013” reúne pinturas de gran formato donde los colores estallan de furia como si Jason Statham le hubiera escondido una docena de granadas en los pomos de óleo. El rostro del actor que se disfrazó de Rocky se refleja en los cuadros expresionistas como un modelo vivo de Basquiat. Pinceladas rabiosas, extasiadas de pigmentos primarios. El amarillo delinea sus gestos ablandando su rigidez, presentando una nueva cara. Pero, ¿cuál es la verdadera cara de Stallone? Quizás todas o quizás ninguna. Lo inquietante es que cuando sus facciones y su carrera cinematográfica parecían estáticas y predecibles, estrena una nueva operación facial; sin intervención de jeringas ni invasión de anestesia. Sylvester Stallone aún tiene la capacidad de seguirnos sorprendiendo, incluso, tal vez, con la posibilidad de defraudarnos. Los hombres rudos no solo lloran, también pintan.

 

Bendita sea la desilusión

 

La experiencia de vivir la desilusión en carne propia no siempre es negativa. Como espectador uno deposita acciones de fantasías que espera sean cumplidas, casi, al pie de la imagen. Cuando la pantalla no nos devuelve ese reflejo onírico que tanto ansiamos, se produce la catástrofe emocional: la desilusión. Pero, por suerte, no todas las desilusiones son iguales. Las frustraciones también pueden ser felices, hilarantes y orgásmicas. Las expectativas individuales están más cerca de un lugar de pura seguridad que del terreno del deseo genuino. La necesidad racional de controlar el trabajo ajeno como un pasaje al balneario de siempre, aquel destino que conocemos desde la terminal hasta la última parada de la playa, sabiendo dónde comer el mejor helado y el cono de papas fritas más barato. Escape Imposible opera con esa desilusión placentera desestabilizando al espectador cobarde. El noveno largometraje de Mikael Håfström esquiva al cine de acción jurásico, aquellas películas que están construidas para que las estrellas cinematográficas hagan su gracia y se rían de sí mismos, y les exige a los actores sexagenarios -ya rozando con el dedo gordo del pie los setenta años- que abandonen sus personajes autoconscientes. El director sueco arranca a los muñecos de Stallone y Schwarzenegger de su packaching original para coleccionistas y les otorga vitalidad a través de su cámara como un niño que de tanto imaginar que sus juguetes respiran y sienten, finalmente consigue que cobren vida. Stallone es Ray Breslin y Schwarzenneger es Emil Rottmayer y no lo menciono como una información sino como el resultado de una buena dirección actoral. Los héroes de acción se sacan sus máscaras de látex para exponer, después de muchos años, una cara que, a pesar de parecer superficialmente la misma, no lo es. Escape imposible es una película extremadamente física pero, en este caso, los cuerpos hablan con diálogos más profundos. Los músculos pronuncian palabras que se caen por un abismo espiralado, una sopa de letras, incontables vocales y consonantes que no pueden ser atrapadas por nuestra memoria entrenada de soberbia y arrogancia. Mikael Håfström, sin advertirnos, agranda sus pectorales con un inflador de globos de helio y nos tira un puñetazo en la boca provocándonos un generoso sangrado de encías. Los colmillos de los espectadores escupen sangre de tonalidad azulada y ríen de dolor por haber sido felizmente engañados.

 

Batman y Robin

 

Robin ha sido menospreciado por décadas y seguramente lo siga siendo por esos seres humanos que poco conocen la verdadera identidad del personaje de historieta. Todos quieren ser Batman y se ofenden cuando les toca el antifaz de Robin. Y se ofuscan casi por inercia, poniendo en práctica la repetición de una desvalorización caprichosa y terca. Son contadas las personas que comprenden que Batman no es del todo Batman sin Robin. Robin lo completa, ilumina a su traje negro con los colores estridentes de su capa y su pechera. El superhéroe niño le devuelve un espejo de esperanza sobre resortes que le donan la fortaleza que tanto necesita su corazón de cuero. Escape imposible plantea esa misma dupla: Ray Breslin es Batman y Emil Rottmayer es Robin y esos roles son fijos; cada uno tiene su traje construido por un sastre meticuloso para que la tela quede ajustada a sus cuerpos como un papel de regalo. Rottmayer es ese Robin eternamente rescatado por Batman. Sin Breslin, el personaje de acento alemán jamás podría haber escapado de esa prisión escalofriante pero Breslin lo logra porque es Rottmayer quien le plancha el traje de Batman. Cuando el experto en timar a los guardacárceles se debilita, entra en escena un Robin con barba candado y piel extremadamente bronceada para devolverle el sentido de su lucha a través de un chiste tan sencillo como triunfante. Rottmayer ayuda psicológicamente -y también prácticamente-  a su Batman para que éste pueda cumplir con el rol de salvador. No funcionan individualmente, derrotan al villano solamente cuando complementan sus particularidades. El ex Terminator le entrega al ex Rambo la esencia positiva que lo hace poderoso y ese es el motivo que hace, en esta ocasión, mucho más querible a Schwarzenegger que a Stallone. Pero en Escape imposible a falta de uno, hay dos Robin porque Mikael Håfström también usa el antifaz negro y las botitas verdes. El director es el Robin que les brinda una nueva perspectiva a esos dos héroes de acción que se han acostumbrado a repetir un esquema que los anula muchas veces como actores. Un poco de cine homenaje está bien pero cuando sus carreras sólo se basan en escupir sus frases de cabecera como bebés que tienen botones en su espalda para simular la risa, el llanto y el eructo, se produce una prematura muerte en vida. Las estrellas dejan de correr porque mutan en zombis que caminan despacio, arrastrando sus piernas y el peso de sus cuerpos cirujeados. Tal vez el mejor homenaje que se les puede hacer a Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone es, justamente, evitar el homenaje.

 

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