National Gallery

National Gallery
Frederick Wiseman (EE.UU. 173′).

Por Fernando E. Juan Lima

Si el descubrir la arquitectura de las instituciones es un trabajo arduo y dificultoso para que el cine ponga en pantalla con interés y fluidez, llegar en ese intento a su centro o alma reclama alguna instancia casi mágica por su excepcionalidad. Es que, lejos del típico «documental institucional», Wiseman comprende (tal como lo demuestra su producción anterior) que la esencia de las instituciones está más allá de los edificios, de las regulaciones, de las personas involucradas y las obras comprometidas. Ese algo inmaterial y que escapa de la lente de toda cámara; es un elemento al que sólo se puede acceder por aproximación y recreación, por reconstrucción y montaje que va más allá del artilugio fílmico porque la búsqueda es antes sensible y filosóficia que tangible o visible. La National Gallery es más que el imponente edificio en el centro londinense, es más que las obras de los grandes artistas que vemos en pantalla alternándose con el público que puebla las salas. Y es más que ese público y que el propio director del museo, que se empeña en no cejar en la batalla perdida contra la demagogia y el mercantilismo que transforma en eventos efímeros seudo-populares a todas las manifestaciones artísticas. Ese otro algo es ese alma a la que llegamos por suma y acumulación, por inducción y exposición a las imágenes y a los discursos.

Las obras, las salas en las que se exponen y las oficinas administrativas; la explicación/divulgación para los visitantes, las disertaciones de los expertos, las discusiones en torno al presupuesto de la entidad. La National Gallery es un ente vivo distinto a la mera suma de sus partes. Su supervivencia es fruto de una voluntad algo anacrónica que se impone al presente casi como una épica cultural. Así, resultan tan interesantes las indagaciones en torno a alguna pintura en particular como la necesidad de recorrer y sortear todos los meandros burocráticos imaginables para mantener con vida a la institución. Quizás la mejor muestra de esta multiplicidad de registros y de datos que nos resultan sorprendentemente interesantes tiene que ver con una labor fundamental del museo, y es la de la restauración. Los límites del conocimiento y de la percepción, la conciencia de la finitud y el paso del tiempo, las confusiones entre originales y copias, todo remite a la imposibilidad -en sentido estricto- de siquiera poder afirmar a ciencia cierta y sin argumentos en contrario cuál es el original. ¿Es el que realizó el autor, el que luego retocó, el que fue intervenido por sus adquirentes o instituciones en que se expuso, el que obra oculto tras la superficie y fue ideado por el propio artista?

La cultura es un río mutante que escapa a la posibilidad de ser retratada en una foto o una película. Y eso es lo que comprende Wiseman en las casi 3 horas de esta película, en la que las metáforas del final (a la Mathch point, comparando las obras antes vistas con la poesía y la danza) no llegan a opacar el prodigio antes alcanzado.

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