Teoría general del movimiento: Vol 5 (Take my breath away)
Por Federico Karstulovich
Publicada originalmente en El Amante #276
Alguna vez, cuando la pose cool de tomarse en serio a los tanques cinematográficos deje de ser, para una parte de la crítica, una actividad signada por la doble moral -especulativa al menos- de salir mencionados en las publicidades de las distribuidoras, lo que asegure más visitas-lecturas-menciones en redes sociales, etc; cuando eso pase, deberemos sentarnos a pensar en serio cómo esa entelequia extraordinaria e hija de la licuadora de los géneros que es el cine de acción nos transformó el mapa perceptivo de nuestra cabeza tan siglo XX ella.
Cuando esa pose cool (que se lleva bien con los calificativos y las tautologías pero mal con las ideas, por eso tampoco acerca a un público resistente al mainstream XXXL al cine) se disipe (y quizás vuelvan las épocas de los neo-Greenaway, andá a saber) podremos sentarnos a hablar de la vanguardia cinética que el cine de acción supo inventar para nuestros ojos, porque fue, es y será una vanguardia paradójica (paradoja porque las vanguardias son siempre presente, no pueden tener pasado ni futuro) que ha montado un mundo centrado de imágenes-turbo, imágenes-Twister, imágenes-demonio de Tasmania en nuestro cerebelo (porque el proceso es precerebral, es pre-consciente).
En (el estudio de) esa vanguardia habrá especialistas en el movimiento terrestre, en el acuático, en el aéreo. En el movimiento centrado y en el descentrado. En el movimiento vertical y horizontal. Ahí estarán los John Woo, pero también los Jackie Chan, los John McTiernan, los James Cameron, los Joe Johnston aunque también los anónimos, porque será una vanguardia-antipersonalista, esta.
En esa vanguardia del movimiento (cuyo estudio tendrá menos de academizante que de revelador) la saga de las Misión: Imposible tendrá un rol central, canónico, exclusivísimo (ya no solo por ser una de las dos grandes sagas de la historia del cine en términos de calidad, sino por sus cualidades de vanguardia para la mirada), justamente por haber sabido construir a lo largo de 20 hermosos años un decálogo de las formas de la explosión del ojo vigesimónico, sacándonos del estatismo realista de ciertas formas del cine bélico, de aventuras y también del cine policial, llevándonos hacia el inexplorado conjunto de las imágenes digitales, que en combinación con el materialismo de esta vanguardia produce una fantasía: la alucinación perceptiva de un realismo sin límites.
No obstante, en la operación del ingreso de lo digital quiso verse un mero escondite de la corporalidad de los cuerpos cuando, contrariamente (al menos en las películas que realmente nos enseñaron a ver de nuevo: fantasías como Avatar hablan de eso, al fin y al cabo, de volver a ver con otros ojos, de producir experiencia sensorial donde había un límite autoimpuesto por la tecnología pero también por la pereza visual), permitía una solidez nueva: lo digital fundaba la nueva experiencia de lo físico para el ojo. Y el riesgo seguía siendo riesgo, pero en un nuevo nivel, donde el pacto XXXXL con el espectador demandaba cualquier cosa menos un real constatable.
El resultado de la digitalización, atravesando obras como todas las películas de la saga de M:I formó una suerte de tercer ojo, un ojo sensoriomotor que suspende categorías estables de movimiento y acepta condiciones que en un cine mayor a 20/22 años hubiera resultado inaudito.
Ese tercer ojo, que es un ojo háptico (un ojo ciego, acentrado, no racional) es el aparato de captura de un cerebro-rásico (lean la nota que escribí sobre Mad Max – Fury Road en el número anterior, donde desarrollo esta idea), es decir, una terminal de recepción que articula con un centro de comandos táctil sin manos. Todo ese cuerpo perceptivo-monstruoso jamás habría podido existir sin el cine de acción moderno, que nos pone a prueba sin por ello también alimentar nuestro cerebro racional (ese que nos hace entender las convenciones de un género, de un héroe, de un tema y su inscripción en el mapa de una historia bigger than life, tan pulida y arquetípica ella que parece un mito), por eso es cool hablar de lo político en Misión: Imposible antes que hablar de la revolución hormonal del campo perceptivo que la saga nos propone.
M:I 5 así como Mad Max: Fury Road así como Rápidos y furiosos 7 tiene una capacidad atemporal que vincula cosas dispersas con libertad y elegancia: conecta a los Douglas Fairbanks de la vida de las imágenes con los Bruce Willis para luego rebotar en los Buster Keaton y los Jackie Chan. Pero ya me estoy repitiendo. Porque el héroe que los reúne, que nos recuerda la historia del cine alternativa (esa que pone más peso en el cuerpo y sus acciones que en la emoción y la sentimentalidad) es el gigantesco Tom Cruise, cuya capacidad de elección de proyectos nos resulta hoy indispensable para que el monstruo perceptivo que él mismo nos alimentó alguna vez finalmente crezca (no que se haga adulto, sino que se haga gigante). Por eso en su figura se radicaliza una universalidad palpable de cinefilia humilde y que nosotros, amados espectadores, adquirimos como por arte de magia y osmosis. Y de ese modo la saga nos llena de Hitchcock como de Raoul Walsh, de Ford como de Hawks, de Fuller y de Jerry Lewis (fundamentalmente las últimas dos, que se permiten comedia donde antes había un poco de solemnidad) y varios más. Y además de darnos un paseo (en su doble acepción: nos lleva de viaje y nos pega un baile deportivo al cerebro dormido de tanto estreno industrial mediocre) nos suma nuevos ingredientes al monstruito interior que alguna vez será –como ya dije- grande-gigante, y saldrá por el cuerpo (por la boca o mejor por el culo, que es anticanónico por excelencia) y nos terminará de enseñar un nuevo modo de ver que, todavía, parece un golpe de suerte, una casualidad a lo largo del tiempo, una sucesión de accidentes dispersos, porque el cine de acción es uno de los tachos de basura de una cultura popular que se niega a pensarlo.
Ese monstruo, que nos habita y muta, viene del futuro. Y cada tres a seis años se alimenta de una nueva parte de la saga. Démosle de comer. Y que cuando nazca, nos destroce desde adentro.