Por Maia Debowicz.
Mi amiga del parque
Argentina, 2015, 84′
Dirección: Ana Katz
Publicada originalmente en El Amante #277
Probablemente tenga más conocimientos sobre las condiciones climáticas de Marte que sobre la maternidad. La maternidad hecha carne, hueso y músculo. La maternidad hacia afuera y hacia adentro. La maternidad como hecho concreto y como concepto abstracto. La nueva película de Ana Katz, una de las cineastas más valiosas de la industria cinematográfica argentina, teje una historia donde los pañales y las mamaderas son los latidos del relato. Lo sorprendente de Mi amiga del parque es que no busca un espectador que tenga doctorado en la materia. No importa lo mucho o poco que uno sepa, o crea saber, sobre el tema. La directora, quien también actúa en la película poniéndose en la piel de Rosa, no pretende definir la maternidad: simplemente la expone con crudeza. Como si fuera la obstetra que saca al bebé del interior del cuerpo de su madre envuelto en todos los líquidos que lo abrigan. De esta manera, nos invita a dudar de todo. A empezar de cero junto a una madre primeriza que se siente obesa de tantos miedos. De tanta incertidumbre. Tener un hijo por fin se parece más a tratar de mantener con vida a un extraterrestre que acaba de aterrizar en el planeta Tierra que a la culminación del deseo más trascendental de una mujer. Liz llora a la par de su bebé, Nicanor, porque a veces no puede deducir lo que quiere y necesita la criatura que depende de ella para sobrevivir. Y a veces tampoco sabe lo que ella misma quiere y necesita para sobrevivir. La reciente madre se encuentra arrastrando sus pantuflas por el camino de la inseguridad, como si un signo de pregunta del tamaño de una nave espacial le aplastara la cabeza provocando que todos los interrogantes escapen por las orejas y los orificios de la nariz. Esa confusión que siente la protagonista ante su nueva rutina es la emoción que nos permite introducirnos adentro de su cuerpo. Nuestra vida se detiene durante 84 minutos. Dejamos a un costado los lentes de contacto para mirar un mundo en plena etapa de reconstrucción a través de los ojos de Liz, porque el punto de vista del relato le pertenece a la dama que tiene el corazón patas para arriba. Mi amiga del parque marca una posible cronología entre las cuatro películas de la directora: la ópera prima, El juego de la silla (2002), habla de ser hijo, Una novia errante (2006) de ser pareja, Los Marziano (2011) de ser hermano. La nueva película, por primera vez, no pone el foco en pertenecer a una familia sino en gestarla.
Al igual que Una novia errante, película que comparte el mismo dúo de guionistas (Katz e Inés Bortagaray), la narración persigue (incluso con una cámara en mano) el proceso de un personaje en crisis. En el segundo largometraje de Katz el apocalipsis estallaba por una pérdida: la protagonista desfilaba como una zombi despechada por la arena y los pasillos del hotel luego de haber sido abandonada por su novio. En Mi amiga del parque el cataclismo detona por una llegada más que por una partida, pero toda bienvenida siempre implica levantar el pañuelo para decir adiós a muchas cosas. El presente de Liz que se hizo pasado, la vida de mujer pre-maternidad a la que renunció, se pone en evidencia cuando el personaje se siente más familiarizada con el desconcierto que con el terreno de las certezas. Además de pérdidas, hay ausencias: la figura materna de Liz, el padre que solo está representado por una voz en el contestador (el mismo recurso de Una novia errante pero esta vez con mensajes constructivos en vez de venenosos), y el padre de Nicanor, Gustavo (Daniel Hendler), quien solo marca tarjeta a través de llamadas por Skype. El sentimiento de abandono de los protagonistas de las películas de Ana Katz es uno de sus grandes temas: en El juego de la silla era la familia de Víctor, la madre y una de las hermanas en particular, la que sentía orfandad del afecto y la presencia del muchacho que se fue a vivir al exterior como una posibilidad de huida; En Una novia errante el desamparo nacía de un rompimiento amoroso; en Los Marziano es Juan (Guillermo Francella) quien se siente desolado en medio de una enfermedad que le impide leer bien, pero que a la vez lo ayudará a pelear por algunas relaciones que anhela recuperar (con su hija y con su hermano Luis). Porque las crisis en el universo de Ana Katz siempre son oportunidades. En Mi novia del parque Liz respira tanta soledad que pide ayuda a desconocidos: a Rosa (una aparente madre que encuentra en la plaza) y a Yasmina (la señora que contrata para que convierta a su casa en un hogar). Sin embargo, no confía en ninguna de ellas; tal vez porque tampoco confía en ella misma. Es en ese punto donde se separa, como una madre de su hijo luego de un parto, del tono que presentaba Una novia errante. La nueva película de Ana Katz, quizás la más desconcertante de toda su filmografía, está más cerca de un thriller que de una comedia, porque la cabeza de Liz siente a la maternidad, y al vínculo con sus nuevas amigas (las hermanas R), como una película de terror donde los escarpines pueden devorar su salud mental de un solo bocado. Ve monstruos por todos lados porque es ella quien, de alguna manera, se refleja en esa imagen. Una persona que mutó en otra, como si fuera una mujer lobo que a partir de la novena luna debe exhibir sus garras para proteger a su cría del peligro que existe fuera de su cuerpo. Un estado de alerta permanente que convierte a una tarea doméstica en una escena de suspenso donde puede acontecer cualquier clase de calamidad. Los segundos de comedia afloran para equilibrar el pánico, porque, como decía Kurt Vonnegut: «El humor es una respuesta fisiológica al miedo».
Ana Katz tiene, entre tantas, dos características meritorias como directora y guionista: la primera es que siempre construye historias donde los problemas existenciales no excluyen a los problemas socioeconómicos. Vienen unidos. Agarrados de la mano. El dinero siempre es un tema en sus películas: la madre de Víctor que averigua el mejor precio del remis (El juego de la silla); Inés peleando para que le devuelvan parte del dinero de la reserva del hotel, y gritándole al dueño del locutorio porque la llamada le come las fichas demasiado rápido (Una novia errante); y Juan y Luis alejados nada más y nada menos que por plata (Los Marziano). Los personajes de Ana Katz hablan de dinero, preguntan cuánto sale lo que quieren poseer y cuentan los billetes antes de pagar. En Mi amiga del parque la plata, y la diferencia de clases sociales, también es protagonista del objeto cinematográfico. Rosa y Liz repiten el contraste social que coexistía entre Luis y Juan en Los Marziano. Las posibilidades que tiene uno y las limitaciones que tiene el otro. Esa desigualdad es la que genera los mayores problemas cuando Liz, al igual que Luis, pretende que Rosa le devuelva la plata que le prestó en dos ocasiones. «¿Cuánto te debo? ¿100 pesos?», le pregunta Rosa a Liz de manera retórica, con un tono irritado. Rosa no le va a restituir jamás esa plata, como tampoco lo hizo Juan con Luis. Katz plantea esas relaciones dispares (¿acaso existe alguna que no lo sea?) como vínculos torpes, ruidosos, donde hay lugar para la riña, pero también para el perdón. Nexos que nunca dejarán de ser conflictivos, la cuestión reside en si los personajes optan por seguirse tolerando pese a las disconformidades que los alejan. Como la enfermedad que azotaba la (extrema) tranquilidad de Juan, tropezarse con Rosa puede ser para Liz una gran oportunidad. La oportunidad de parirse a ella misma para ver el orbe con los ojos de una persona que vive en otra galaxia. Tal como lo hacemos nosotros como espectadores cuando aceptamos poseer como fantasmas el cuerpo estilizado de Liz. La experiencia sublime que nos obsequia la ficción. Gracias a Rosa, y a Renata, la protagonista se anima a tomar el volante y manejar por la ruta, 180 km. Mi amiga del parque es una road movie mental: el viaje (otro eje que se reitera en todas las películas de Katz) ocurre dentro de la cabeza de Liz: el desenlace es la representación concreta de esa odisea. La sonrisa introvertida que expresa en el último segundo de metraje simboliza que la mutación vuelve a comenzar. La segunda característica de Katz que merece una ovación de pie consiste en su manera de utilizar el espacio en sus películas. En Mi amiga del parque las acciones suceden en dos lugares centrales: la casa y el parque. Este último es tan relevante en el relato que lo primero que hace la directora al comienzo de la película es presentar ese ambiente: planos fijos de una plaza totalmente vacía, como si ese espacio fuera el personaje principal. «Las películas nacen de los paisajes», explicó una vez Wim Wenders. La historia más asfixiante y compleja que filmó Ana Katz nace a partir de ese paisaje donde la naturaleza puede ser un paraíso, pero también el peor infierno. Al igual que la maternidad.