Un poco de magia
Por Emiliano Andrés Cappiello

A favor

En 1980, Woody Allen estrenó Stardust Memories. En 1982, fue A Midsummer Night’s Sex Comedy. No hubo ningún estreno de Allen en 1981 y, hasta ahora, fue el último año en que no pasó una película suya por cartel. Tanto se ha acostumbrado el público a esta asiduidad, que es común escucharlos refiriéndose a sus películas como “la de Woody Allen de este año”.

Tras tomarse un descanso de las comedias románticas con Blue Jasmine (2013), Magic in the Moonlight vuelve al género al que más se había dedicado en los últimos años. Colin Firth y Emma Stone componen protagonistas arquetípicos de Allen: el galán neurótico, intelectual y verborrágico, la chica encantadora y, como le dicen ellos, quirky (cuya traducción literal sería peculiar, pero que vendría a significar una especie de rareza adorable). Cuando Woody eligió a Scarlett Johansson para Match Point (2005), muchos salieron a celebrar que había encontrado su nueva musa. No sólo no fue así, sino que la película terminó siendo la peor de toda su carrera (aunque no por culpa de ella). Creo que con Emma Stone, que ya nos viene fascinando desde hace unos años, Woody ahora sí ha encontrado una musa inspiradora como supo encontrar en Keaton y Farrow. Allen sabe cómo filmarla y Stone, en una interpretación excelente de lo caricaturescamente místico de su dulce personaje, brilla en cada escena. Ser el protagonista de una película de Allen es difícil: muchas veces se nota que los actores intentan imitar el estilo del particular actor/director sin lograr hacerlo propio. Firth puede unirse al grupo de los que han salido triunfantes del desafío (grupo que en mi opinión lidera el Owen Wilson de Midnight in Paris del 2011). Su personaje sube el escepticismo de Allen a 11 y agrega altas dosis de misantropía y egolatría al conjunto, pero sin perder lo entrañable. El elenco secundario no se queda atrás y completan un mundo de personajes cautivantes, particularmente la tía Vanessa (Eileen Atkins) y el niño rico que el personaje de Stone enamora (Hamish Linklater, que bien podría ser un futuro protagonista de Allen si su carrera continúa en alza).

Magic in the Moonlight es un pequeño relato encantador sobre la dicotomía entre la lógica y la fe. Allen ambienta la película en una idealizada Francia en los veinte que le da un aire de fantasía al relato y facilita que el espectador sea engañado junto a su protagonista. El viaje que recorre Stanley desde el cinismo hacia la fe y luego el amor reafirma a Allen como el más romántico de los escépticos. Que no existan las brujas no niega la existencia de la magia, solo hay que buscarla en otro lado. Como el Alvy Singer de Annie Hall (1977), Stanley descubre que un poco de irracionalidad es necesaria, particularmente en el amor.

La famosa Política de los Autores nos dejó consecuencias positivas y negativas, pero quizás la peor sea la idea de que todo gran director, o “autor”, debe expedir obras maestras constantes cual gallina de los huevos de oro. Bazin, cuando la revisaba en De la política de los autores, proponía una respuesta a por qué esto no es la regla: el cine avanza muy rápido, mucho más que cualquier arte previo, y es fácil que el artista se quede atrás. “Los que no saben envejecer con (el cine) se dejan sobrepasar por su evolución”, decía Bazin. No intento con esto excusar a Allen, sino celebrarlo. Durante un tiempo pareció que el cine lo había dejado atrás, pero eventualmente se recuperó y ahora parece haber encontrado su voz y lugar en los tiempos que corren. Con 79 años y 44 largometrajes encima, Woody sigue creando con una energía incomparable. Hizo una carrera sin concesiones, jamás se fue a un proyecto impersonal por un buen sueldo, y cuando no pudo continuar filmando en su ciudad natal se llevó su estilo a Europa. A veces acierta, a veces no, pero no deja de hacer lo que quiere. Con varias obras maestras en su filmografía, él lo va a seguir intentando. Y disfrutaremos cada vez que, como ahora, su magia funcione.