Jersey Boys

A su manera
Por Emiliano Andrés Cappiello

La llegada de “la nueva de Eastwood” es siempre una ocasión especial. Sus películas no son un estreno semanal más, del montón: generan una expectativa mayor, son el reencuentro con un viejo amigo. Y, por suerte, esto sucede con cierta regularidad. De la camada de directores de los setenta, solo Woody Allen es más prolífico. Y a pesar de sus 84 años, no parece que Eastwood vaya detenerse por voluntad propia. Pero también es consciente de que ya no le queda mucho tiempo, y por eso entre el 2008 y el 2010 aprovechó para dejar su testamento en forma de trilogía con Gran Torino, Invictus y Hereafter. Con eso sacado de encima, con esa secuencia de obras maestras finalizada, Eastwood entró en su tiempo suplementario.

 

Como J. Edgar, la película que dio inicio a esta coda de su filmografía, Jersey Boys es una película que mira hacia el pasado y le permite a Eastwood hacer lo que más le gusta: narrar. La historia de Frankie Valli y los Four Seasons abarca un período extenso, desde sus comienzos en la década del cincuenta hasta su entrada al Hall of Fame en 1990, pero Eastwood, heredero del clasicismo, se las arregla para comprimir toda esta historia en 134 minutos con envidiable fluidez narrativa y sin puntos muertos. Adaptada de un musical de Broadway pero sin ser estrictamente un musical (las canciones son diegéticas, los personajes no van cantando espontáneamente por la vida), la película aprovecha la rica historia de los Four Seasons para construir un relato complejo que habla tanto del precio de la fama y la ambición por “escapar del barrio” como de la amistad y del mundo del espectáculo.

 

Jersey Boys es un recordatorio constante de la capacidad de Eastwood para aprovechar los temas y los personajes que la historia elegida le provee para desarrollar una gran narración. El viejo Clint sabe que para el personaje de Tommy DeVito, el tránsfuga del grupo, necesita de un actor experimentado, que posea el carisma para comprar a la audiencia como el personaje lo hace con sus amistades, pero sin perder su lado oscuro, y por eso elige a un actor de cine y tv como Vincent Piazza (el Lucky Luciano de Boardwalk Empire), mientras que el resto de los miembros de la banda están a cargo de quienes los interpretan en la obra teatral original. Otro gran acierto de la película es la presencia de Christopher Walken en el rol de Gyp DeCarlo. Walken, actor de enorme expresividad, compone un mafioso tan amenazante como encantador. Eastwood logra sacar lo mejor de sus actores y establecerlos con gran naturalidad en el mundo que plantea. El personaje de Bob Crewe, un productor abiertamente homosexual en los cincuenta, evita todo trazo grueso en una gran interpretación de Mike Doyle. No solo eso, Eastwood también se da cuenta de cómo evitar los posibles golpes bajos en ciertos eventos de la historia. Cuando Frankie Valli sufre una tragedia familiar, Eastwood lo aborda con madurez y realiza una secuencia que emociona con los elementos justos y no le permite que detenga la progresión del relato. Lo mismo sucede con la trama del matrimonio de Valli. La relación de Valli con Mary (Renée Marino), desde que se conocen hasta su separación, es narrada en pocas pero claras escenas a lo largo del film.

 

En los créditos finales de la película, los personajes escapan de las cadenas de la realidad y dan una última (y única) escena musical afuera de la narrativa. Es un momento hermoso, de alegría y celebración, en el que se dan el lujo de un agregado final a pura pasión. Eso es Jersey Boys para Eastwood: una posibilidad de hacer lo que más le gusta hasta el final, con la excelencia con la que sólo él sabe hacerlo. Y nosotros somos los privilegiados que podemos presenciarlo.

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