Jersey Boys

El secreto
Por Marcos Rodríguez

Algún día vamos a tener que pensar si los méritos de Clint Eastwood no son, en definitiva, los méritos del cine mismo.

Se sabe: Eastwood es uno de los directores más viejos en actividad, pero su edad no sería un dato relevante si no fuera por la evidencia de que no solo es uno de los directores que filman hace más tiempo sino, fundamentalmente, es el último director de cine que trae consigo la memoria viva (se podría decir la herencia) de un cine hoy ya extinto. Su singularidad es la de seguir siendo algo que en los setenta era simplemente una forma de narrar, que en los ochenta todavía alcanzaba a regir el gran espectáculo, pero que en los noventa entró en decadencia y hoy es prácticamente imposible encontrar en cualquier otro lugar que no sea una película de Clint Eastwood.

Si en 1992 (hace más de 20 años) se podía hablar de un “cine crepuscular” con Los imperdonables, del cierre de un ciclo, desde entonces el ahora octogenario se dedicó a recorrer el cine de arriba abajo, desde los viajes al espacio hasta más allá de la muerte, desde el cine de deporte hasta el cine bélico, pasando, ahora, por la comedia musical. La vitalidad es su clave. No por la cantidad y calidad de películas que produce, ni siquiera por la enorme variedad de sus proyectos, sino porque en estas últimas décadas su cine se ha ido preñando lentamente de una fuerza vital enorme (que incluye, por supuesto, la muerte) que desborda todo marco genérico, toda lógica narrativa clásica para construir, desde la narración más pura, películas que se quiebran, que se desvían, que van y vuelven, que se pueblan de pequeño rincones, de millones de personajes, de gestos mínimos que le dan el verdadero tono a su cine. ¿Podemos decir, honestamente, que Jersey Boys es una película sobre los Four Seasons? ¿No es, acaso, una película sobre Christopher Walken? ¿No es una película sobre un padre y su hija? ¿No es una película sobre el barrio y el pasado que nos atrapa? ¿No es, también, una película sobre y con música? ¿No es una comedia sobre criminales de poca monta? ¿No es una película sobre fidelidades? ¿No es, en definitiva, una película sobre personas que aman lo que hacen y saben hacerlo bien?

Desde lo puramente estructural, Jersey Boys es por lo menos cuatro películas, que se corresponden con los cuatro narradores que hablan a cámara uno detrás de otro (four seasons, cuatro miembros de la banda, cuatro etapas que podrían haber sido cuatro obras independientes). La primera se parece a una película de Scorsese: los chicos del barrio, el crimen como forma de vida/espejo del capitalismo. La segunda es la más biopic de una banda: cómo se conocieron, cómo surgió todo, el ascenso al estrellato, los grandes éxitos; es la sección más pop, más ligera. La tercera corresponde a la decadencia: las peleas internas, los psicologismos, los divorcios, las deudas, las garras del pasado que no nos sueltan. La cuarta, posiblemente la más conmovedora, renuncia voluntariamente a la posibilidad de hacer que su protagonista (Frankie Valli) nos hable y, en su lugar, coloca un par de miradas a cámara desgarradoras, cargadas de la sobriedad simple y directa con la que Eastwood sabe manejar los sentimientos, en este caso conjugados con la música como espacio y vehículo perfecto para decir lo que no puede ser dicho.

El hermoso cierre, sobre los créditos (en realidad, ya desde la escena en los noventa) retoma todo el artificio de esta estructura múltiple y le sume, además, el artificio del musical clásico como manifestación definitiva de la conciencia que tiene Eastwood a la hora de manejar sus materiales.

 

¿Hay algo verdaderamente “eastwoodeano” en la historia de los Four Seasons? ¿Hay recursos y puntos de vista, cosas que se repitan de una película a la siguiente de Clint? Posiblemente sí, pero eso no es lo interesante. ¿Cómo sabemos (y lo sabemos al instante) que estamos frente a una película de Clint Eastwood?  Hay algo en el tono, en la precisión impecable, en la narración perfecta que sabe encontrar los tiempos y el centro de cada escena. El toque Eastwood se encuentra no en una mirada particular (crepuscular) sobre el mundo, sino en el ojo que sabe encontrar el centro de cualquier historia y el camino perfecto para llegar a él. No importa si es un biopic o si está filmando en Japón, no importa si los personajes cantan o flotan en la estratósfera. Toda historia puede ser una historia de Clint Eastwood porque él sabe encontrar el cine.

Jersey Boys podría haber sido una película horrible o, en el mejor de los casos, simplemente una película mala. Tenía todos los ingredientes para el desastre. ¿Cómo es que logra ser otra cosa?

¿Que esa maestría casi inverosímil se debe a la experiencia que supo acumular en su larga carrera? Es posible, pero no suficiente. ¿Que hay algo en la mirada de un hombre ya cerca de la muerte que le permite ver más y mejor que otros? Es creíble, pero en el fondo tampoco explica nada.

De alguna forma, Eastwood descubrió el secreto de la narración perfecta: tan dolorosamente simple que se escurre entre nuestras manos. ¿Qué hace con esa habilidad? Lo que quiera. No se trata ya de buscar mensajes, de construir “obra”, de querer decir algo. ¿Cómo es, por ejemplo, que el hombre más seco y gruñón del cine pudo adaptar un musical de Broadway y lograr una obra maestra? Es tan sencillo que parece fácil: sabiendo encontrar el momento exacto para cada canción, la forma de darle todo el peso que merece y (la obviedad más grande de todas, aquella que está obstruida en el cine contemporáneo) permitiendo que las canciones suenen completas, sin interrupciones, que se desplieguen en la pantalla. ¿Eran realmente tan buenos los Four Seasons como los hace aparecer Clint Eastwood? Probablemente sus canciones nunca tuvieron tanto sentido como en el marco de esta película. ¿Es, en realidad, esta banda una ficción creada a partir de la película que cuenta su historia? Por supuesto que no, pero todo lo que esta historia tenía para contar, todo lo que esas canciones podían llegar a significar alcanzan su máximo potencial en esa concentración infinita que es el cine bien narrado, ese artificio (aquí perfecto) que nos permite acceder al centro de las cosas. La mirada de Eastwood es la que sabe exactamente qué es lo que quiere decir.

Ver una película de Eastwood es como tomar agua de un manantial: nada se interpone entre nosotros y la esencia misma de lo que nuestra sed nos pide. ¿Boxeadores en un gimnasio venido a menos? ¿Inmigrantes chinos? ¿Una madre de familia aburrida en una granja? No importa dónde surja la fuente, Eastwood es el cine.

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