Grace Of Monaco

Curiosa elección de película de apertura del festival más grande del mundo, que es también el más francés. Digamos curiosa para no decir patética, teniendo en mente que la culpa no es del chancho (y el chancho acá es, cuanto menos, culpable de vender plástico brilloso como si fuera diamantes) sino del que le da de comer. ¿En qué estaban pensando? Se nos dice desde el comienzo que vamos a presenciar una fábula, o la puesta en escena de una fábula que el mundo creyó pero que Grace padeció, para que ahora Dahan pueda reconstruir, devolviéndole el velo de fábula. Demasiada operación discursiva, poca profundidad. ¿Tenemos derecho a pedirle profundidad a esta TV movie insuflada de altos presupuestos y aires de grandeza? ¿Bastan algunos planos coreográficos que pasean entre columnas doradas y espejos detallados que reflejan el cuerpo dormido de Grace para que la película escape a su espíritu telenovelesco? Nada parece funcionar en Grace of Monaco, todo está corrido de lugar, caricaturizado pero sin una mínima distancia cómica. Llamarla camp es hacerle un favor que no merece: aquí no hay cándido fallo inintencionado, hay simplemente una idea de lo que es la diplomacia y la política de estado cercanas a la completa idiotez. Grace predica el amor frente al odio como una Evita desubicada, se propone – y casi podemos decir que logra – frenar a De Gaulle y a McNamara con un largo monólogo rivotrilizado donde dice que todos debemos ser, más o menos, unas chicas rubias de Filadelfia, jugando en el jardín. Es hasta un poco enternecedor lo mal que está Nicole Kidman, su actuación desvariada y completamente desatinada: el papel simplemente no le queda bien, por mucho que se note que ella movilizó toda la absurda empresa. Está pasada en años, pasada de operaciones y de sobreactuaciones para darle el toque de glamour y calidez que el papel pide; hay ecos lejanos y deformados de la Satine de Moulin Rouge!, pero Dahan no es Luhrmann, y sus luces saturadas y su cámara ansiosa no dice nada. Solo se mueve, y abusa de unos primeros planos parkinsonianos, nebulosos con el aire turbio y hueco de un cigarrillo electrónico. Luz y movimiento que no dicen nada. Una diva obnubilada que desea jugar a ser princesa, aunque ya tiene facciones de reina cansada. Un director kistch en el peor sentido, un intento de humanizar a la realeza que sólo apila escenas risibles que anhelaban ser tomadas en serio. Pero más llamativo de todo resulta la elección del festival más grande del mundo para su función de apertura. ¿Mero interés comercial, ánimo de alentar más coproducciones entre Francia y Estados Unidos? ¿Voluntad de pinchar a la realeza, de ensalzar a los viejos buenos tiempos del cine clásico, deseo de sumar más evidencia de que la gran y orgullosa Francia ha terminado de entregarse por completo a la cultura popular norteamericana? No se entiende, se lo mire por donde se lo mire es incomprensible.  Lo hermoso es que el festival recién empieza, que hay una abundancia de maravillas que se vienen en los próximas días y que seguramente no tengamos que ver a ningún otro actor inglés imitando groseramente a Hitchcock en el resto de la programación de esta maravillosa gala en la Riviera francesa.

Guido Segal

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