Monster Inc.
Por Nazareno Brega
Sesenta años pasaron de la creación de Godzilla, el monstruo más grande que nos regaló el cine de clase B. Por más que su origen haya sido industrial y de muy alto perfil con la japonesa Gojira http://youtu.be/d1Rm3bnFxKs, con el correr de las secuelas (lleva veintipico oficiales) el dinosaurio radioactivo, como si fuera el recién ascendido Defensa y Justicia, se convirtió en una figura emblemática de la segunda categoría. Los trailers de este segundo desembarco en tierras americanas crearon grandes expectativas por su advenimiento. Pero los trailers suelen mentir y aquí no es sólo a partir de planos engañosos (se ve la Estatua de la Libertad con el brazo que supo alzar destruido, pero la acción de la película jamás se acerca a Nueva York y la imagen en cuestión pertenece al hotel y casino New York New York de Las Vegas) o por haber dado a entender que buena parte de la película transcurrirá con el monstruo demoliendo medio Estados Unidos (hecho restringido a la costa oeste durante el tercer acto), sino porque los avances insinúan demasiadas ideas visuales que el director Gareth Edwards no consigue rematar en la película. La insinuación es un recurso efectivo en el cine de bajo presupuesto y Edwards llegó a esta franquicia emblemática de la clase B gracias a una (“dicen”) efectiva película barata de hace unos años, la postapocalíptica Monsters.
Edwards decide esconder al monstruo tanto tiempo como le resulta posible y desde este lado, cuando se siente que es la hora de que Godzilla haga su irrupción triunfal, uno se encuentra con otro monstruo, que parece una mala cruza entre una araña y un alien de Giger o, como bien cuenta Javier Porta Fouz http://www.lanacion.com.ar/1690569-godzilla, una deformación de la juguera de Philippe Starck http://industrial.design.iastate.edu/501/files/2012/08/juicy-salif-philippe-starck2.jpg . ¿Cuál habrá sido la necesidad de esconder una hora y media a un monstruo computarizado en una película que costó más de 160 millones de dólares?
Con la nugatoria aparición de los monstruos llamados MUTO, nos enteramos el peor de los engaños del tráiler de la película: el dinosaurio mutante Godzilla no está acá para tratar de borrar a la humanidad de la faz de la Tierra sino para protegerla de estos monstruos que tienen la peculiaridad de usar ojivas nucleares como consoladores fértiles –tal vez el mejor momento de la película. La decepción es doble porque todo esto recién se revela promediando una película que seguía sin cumplir ninguna de sus promesas.
No tiene nada de malo que Godzilla no sea el villano. No siempre fue el malo de la película, sino que, como Terminator, mutó de villano a héroe gracias a su popularidad. En este caso da igual que Godzilla sea el bueno porque a diferencia del mejor personaje de Schwarzenegger, que había aprendido que no podía andar por ahí intentando salvar al mundo mientras mataba a todos los que se le cruzaban en el camino, el bicho no tiene empacho en pasear derribando edificios mientras busca salvar el mundo (por más que no se vea cuerpo alguno después de un centenar de derrumbes). Esa torpeza que avasalla las buenas intenciones es trasladable a un film repleto de ideas visuales fallidas. Como si la película replicara la impresión que deja el mismísimo monstruo, uno adivina nobleza en Godzilla pero sólo percibe cómo se va arruinando todo a medida que pasa el tiempo.
La única excepción tal vez sea el estilizado salto en paracaídas desde un avión de un grupo de militares que llevan una bengala roja en el talón izquierdo. Después Edwards desperdicia ideas (a priori) brillantes como una lluvia de aviones de guerra, en el ejemplo más exasperante de incompetencia visual. Ni siquiera la escena del tsunami le sale bien a Edwards. No se le puede exigir que filme como Clint Eastwood en Más allá de la vida http://youtu.be/2t0zQ9RmYSc, pero aunque sea que esté a la altura de Juan Antonio Bayona en Lo imposible http://youtu.be/v4oWUFH19Fs o de Roland Emmerich, uno que ya sabía lo que era hacer una mala Godzilla, en El día después de mañana http://youtu.be/w_1VnGp8Lls –tal vez su mejor película.
El problema de Godzilla es su tamaño. Y no porque el monstruo sea tan gordo. Es muy placentero ver a un monstruo antropomorfo que respeta las proporciones del proverbial tipo vestido con un traje de dinosaurio hecho de goma, aunque sean sólo CGI y no se trate más que de un simpático gesto vacío. Esos pequeños guiños no deberían taparnos el desastre monstruoso de Godzilla, que en pos de justificar un presupuesto bestial nos tiran por la cabeza una hora y media de actuaciones de cartón (¿homenaje a los escenarios del Gojira original?), una puesta al día impostada donde Fukushima y las Torres Gemelas (sí, 2014, y otra vez el World Trade Center) son los miedos que actualizan las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki –algo que podría interpretarse como un insulto a la humanidad entera. Ni siquiera la avejentada Doctor Insólito, que anda festejando ya el medio siglo desde su estreno, era tan torpe a la hora de meterse con la paranoia atómica. Y eso que esa película, invadida por las particulares payasadas de Peter Sellers, ni siquiera se tomaba tan en serio el miedo nuclear de la Crisis de los misiles como esta simbólica Godzilla, que parece más un producto de los intereses económicos de Hollywood que de la radiación nuclear.