Festival de Cannes 2016. Día 7.

Por Fernando E. Juan Lima

Ayer hacíamos referencia a Marguerite et Julien, de Valérie Donzelli, presentada en la Competencia Oficial, que fue recibida con bastante desconfianza por la prensa local. La actriz que pasó a la dirección y que había sorprendido hace unos años en la Semana de la crítica con La guerre est déclarée (2011, estrenada en nuestro país como Declaración de vida) llega a la sección considerada más importante de la muestra, pese al paso en falso de Mains dans la main. Esta vez el relato no tiene que ver directamente con experiencias de su propia vida, sino que -junto con su co-guionista habitual y actor fetiche Jérémie Elkaïm- retoma la idea y el guión original que Jean Groualt había escrito para Francois Truffaut. Aun así queda en claro que los intereses y temas de la directora siguen siendo los mismos ya que, una vez más, la historia tiene que ver con el amor como una fuerza irreductible, algo así como un fenómeno  natural contra el que nada se puede hacer. Basándose en una historia real que culminó con la ejecución de los amantes allá por el año 1607, Donzelli sigue a Julien (el citado Jérémie Elkaïm) y Marguerite (la muy bella Anaïs Demoustier), dos hermanos pertenecientes a la burguesía acomodada que simplemente no pueden sino llevar adelante aquel sino impuesto por la naturaleza. Se agradece a la directora la habitual energía y falta de límites para encarar sus proyectos; sus decisiones de puesta en escena no temen al riesgo y lo cierto es que, incluso cuando no son pocos los momentos en que el exceso linda con el ridículo, el resultado es tan honesto y vital que puede lo mismo disfrutarse. En las películas de Donzellli todos corren todo el tiempo, con la certeza de que la vida es corta (y así es) y de que hay que abrazarse al amor, cuando se lo encuentra, y donde se lo encuentre. Hay cambios de ritmo, aceleraciones, clips musicales, anacronismos en la inclusión de determinados elementos (de micrófonos a un helicóptero), así como en la banda musical. Por lo demás, el hecho de meterse con un tema tan tabú como el incesto, y hacerlo de una manera tan claramente desprejuiciada y militante, no deja de llamar la atención.

Fuera de competencia, entre las películas seleccionadas para las galas de trasnoche vemos (al día siguiente de su première, ya que la trasnoche la pasamos con A touch of Zen de King Hu) Office, de Won-Chan Hong. Ya sabemos lo bien que se les dan los géneros al cine coreano, e incluso este supercomercial y menor producto no carece en modo alguno de puntos de interés. De por sí, la propia idea de llevar la competencia dentro del lugar de trabajo al límite del crimen y el terror da para mucho. Por lo demás, el modo de contarla (que arranca cuando el protagonista mata con un martillo a su madre, a su mujer y a su hijito) tiene el gran mérito de construir la narración con elipsis y aliteraciones temporales que siempre nos tienen en la duda de si el relato terminará como slasher film o como película de terrror fantástico.

En Un certain regard vemos Taklub, de Brillante Mendoza, cuya Captive con Isabelle Huppert (pasada en el reciente BAFICI) nos había parecido por lejos lo más flojo de su filmografía. Takleb entrecruza las historias de (sobre) vida de los habitantes de un asentamiento precario conformado por quienes lo perdieron casi todo por la violencia del tifón Hayan. La infatigable búsqueda de los desaparecidos y el acecho constante de la muerte, la pobreza y el peso de la religión, dan lugar a un universo que -de no tenerse algo de información sobre Filipinas- pareciera más propio de la ficción. Así, es ese componente documental, más allá de las lecturas religiosas y la cita que tiende a la resignación y al olvido con que se cierra la película, lo más llamativo de una vuelta a los inicios, a Tirador, que deja de lado el componente de shock y explotación que tenía, por ejemplo, Kinatay.

Luego, también en Un certain regard, Masaan de Neeraj Ghaywan. Precedido el realizador de cierto prestigio como director de la segunda unidad de varias películas que ya tuvieron su paso por estas tierras, esta coproducción franco-india es un buen ejemplo de cómo el modelo Cannes contamina y corroe las esencias locales por más que en la superficie siempre otorgue apariencia de relevancia al supuesto reflejo de la realidad del país co-productor. Historias de amor que se cruzan que tienen como denominador común la frustración que en ellas provocan los mandatos de las antiguas costumbres que siguen reinando en India (hay también un simpático niño solitario que busca una familia, en fin…). La represió sexual, el rol subalterno de las mujeres y la diferencia entre las castas son algunos de los temas que recorren una construcción coral un tanto deshilachada. También, claro está, la tensión entre tradición y modernidad. Y volvemos a preguntarnos: ¿por qué no se programa alguna vez cine auténticamente indio? Bollywood expresa la forma en que India ha decidido verse. Y si ese reflejo tiene poco que ver con la realidad (los rostros, las relaciones, los lugares distan mucho de lo que sucede en ese país), lo cierto es que estas películas pensadas desde Europa suelen quedarse en la mirada seudo-documental del territorio, pero imponen su discurso y su mirada en relación con los conflictos. ¿Cómo defender que puedan penarse las relaciones sexuales previas al matrimonio o que no se permita a dos enamorados casarse por pertenecer a distintas castas? Ese no es el punto. Lo que no deja de molestar es la condescendencia y el punto de vista eurocéntrico que se esconde detrás de estos pretendidos filmes de denuncia. Aquí también, como en la ganadora del BAFICI, Court, hay una referencia a una causa penal por el suicidio de una persona; pero las películas no pueden ser más diferentes. Por si bastaba alguna confirmación, la horrible música (en su mayoría occidental, por cierto) que subraya y comenta toda la narración despeja cualquier tipo de duda que hubiera podido existir.

El día termina (hoy temprano, habrá que empezar a dormir algo) con Mountains may depart, de Jia Zhang-ke. Sin dudas entre lo mejor de la competencia oficial, Jia confirma que es un narrador formidable con esta saga familiar que sigue la historia de China, centrándose en 3 momentos fechados en 1999, 2014 y 2025. El film comienza y termina con una coreografía al ritmo de Go West en la versión de los Petshop boys, y utiliza la pantalla con el formato 1:1,33, 1:1,60 y 1:1,85, para cada uno de los períodos referidos. El devenir narrado tiene que ver con los cambios ocurridos en China y en el mundo, los nuevos ricos en su país (que serán los nuevos ricos del mundo, etc.). Hay algo en esa linealidad (el crecimiento chino que se refleja en la pantalla, el último tramo hablado en inglés y situado en Australia que opera casi como moraleja) que llama la atención en el cine de Jia. Es efectivamente el episodio final el que más molesta en ese sentido (eso, y la música incidental que acompaña toda la película en situaciones puntuales). Aun así, y no siendo la película más lograda de este realizador, le basta -como dijimos- para ingresar al podio en la Competencia Oficial de  este año (con Moretti y Haynes). Pero acabamos de salir del cine, la seguimos pensando.

Publicada el 19/05/15

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