Festival de Cannes 2015. Día 6.

PorFernando E. Juan Lima

 

El día comienza temprano en la Quincena de los realizadores, tras una hora de cola, pero con la sala finalmente no totalmente llena (y sin que se habilitara el pullman). Hay algo de «camino obligado» marcado por las pasadas de las películas en competencia y en Un certain regard que hace que alejarse de Palacio del Festival durante la mañana no sea tan mala idea. Y la ocasión es la segunda entrega de As mil e uma noites (volume 2, o desolado), de Miguel Gomes. Esta segunda parte deja de lado lo que podía ser algo fallido de la primera y, para utilizar un término que le cabe a este título, resulta absolutamente encantadora. Pero ya lo dijimos, intentaremos pensarla (aun dentro del ritmo acelerado y el poco sueño que impone la muestra) cuando terminemos de verla completa.

El salirse del sendero impuesto por la competencia oficial y Un certain regard implica no llegar a los horarios pensados para ese devenir. Pero no nos vamos a quejar, es la excusa perfecta para una pasada por Cannes Classics y acercarse a Zangiku monogatari (La historia del último crisantemo) de Kenji Mizoguchi. No tememos confesar que no recordamos si la habíamos visto. No sabemos si el asunto tiene que ver con la pérdida de la memoria o con el hecho de que verla en estas condiciones suma al film un disfrute estético incomparable, que nos hace sentir el placer de un descubrimiento.

Hoy es aquí la première de la última producción de Pixar, Inside out. Ya lo dijimos, que hace tiempo que en Cannes no hay sólo «cine de autor»; el festival también es la plataforma promocional para el lanzamiento planetario de las producciones mainstream más costosas (de hecho, ya pasó por la alfombra roja Mad Max este año). Pero, a lo nuestro: más allá de algún chiste que puede dar en el blanco (y que apunta claramente al público adulto), el psicologismo más ramplón inunda más que contamina toda la película. Con la profundidad de una columna de psicología de una revista femenina (compartiendo la página con el horóscopo, por cierto), Inside out se mete con (y arruina) lo más bello y feliz de la infancia, que es la libertad que implica y que tan bien le hace al cine cuando él comparte esa impronta. Ok, las chicas crecen. Y tienen crisis. Y son muy distintas a los chicos. Ya lo sabemos, después de todo no quedamos tan afectados por algunas bestiales animaciones que acompañaron nuestra infancia, tanto más disfrutables en su sana ignorancia de estas seudo-ciencias de la auto-ayuda.

Vueltos a la salita rosa (tal el color de nuestra acreditación, no hay otro tipo de referencia), vemos Las elegidas, de David Pablos. Quizás la baja expectativa frente a otra película mexicana de explotación de sexo y/o violencia (venimos de Después de Lucía, Heli y un largo etcétera) nos permitió sobrellevar esta historia ligada a la trata de blancas con cierto interés. En ese mundo absolutamente al margen de la ley que nos enseña siempre el cine que es México, se hace foco en un emprendimiento familiar que tiene que ver con raptar a adolescentes para obligarlas a prostituirse. El padre lidera las casas donde trabajan las chicas mientras sus hijos se dedican al oficio de «levantarlas», haciéndose pasar por novios ideales. Eso y el hecho de que todos (sobre todo los jóvenes) estén tan increíblemente atinados en sus roles hacen que esta película algo menor y con algunas decisiones de puesta en escena bastante discutibles (por ejemplo, las escenas sexuales se evitan con las imágenes de los protagonistas en primer plano mientras se escuchan los sonidos del acto en cuestión) termine despertándonos cierto interés.

También en Un certain regard  (no fuera cosa de que  el establishment del festival se tuviera que tragar otro sapo como el de la palma de oro otorgada a El hombre que podía recordar sus vidas pasadas) vemos la última película de Apichatpong Weerasethakul. Una vez más el territorio es el del cine fantástico, con sus cruces de muertos y vivos, vidas pasadas, dioses y, por supuesto, militares. En Cemetery of splendour la tía Jen (Jenjira Pongpas Widner; a esta altura uno duda si se trata de una «actriz» fetiche o del alter ego de Weerasethakul) trabaja como voluntaria en un hospital donde unos cuantos soldados simplemente duermen sin poder despertarse (o se despiertan solo por algunos momentos). En ese hospital, donde antes funcionaba una escuela, en el pasado habría estado edificado el palacio de un rey guerrero que en el más allá se alimentaría de la energía de los soldados en coma, de allí su imposibilidad de recuperarse. Imposible (e innecesario) apuntar más detalles porque es el tempo, la cadencia y la belleza de las imágenes lo que nos hace ir entrando en ese mundo paralelo que es Thailandia (o, al menos, la Thailandia de Weerasethakul). Los diálogos aparentemente más disparatados se cargan de múltiples sentidos que están muy lejos de la obviedad o la referencia inmediata al presente; las imágenes y la luz acompañan la narración de manera elegantemente sincrónica (quizás el fundido entre la sala en la que los soldados descansan en coma y un shopping center tienen una unidireccionalidad ajena usualmente a este director), y hasta los breves momentos musicales poseen una magia inusitada. Con una carga de erotismo que no veíamos desde Blissfully yours y con bastante más humor, estamos ante una nueva gran película de este indispensable director del cine del presente, del pasado y del futuro.

Vemos también Marguerite & Julien de Valérie Donzelli (Declaración de vida). Pero de ella hablamos mañana, que también vemos A touch of Zen, de King Hu, en una hermosa copia restaurada por la Cinemateca de Taiwan en 2014. Se trata de tres horas de placer garantizado (las copias que estaban dando vueltas no eran completas). Hasta mañana.

Publicada el 19/05/15

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