Festival de Cannes 2015. Día 3

Por Fernando E. Juan Lima

 

The lobster, de Yorgos Lanthimos (Canino) es otro de los exponentes de esta tendencia de directores internacionales ligados al «autorismo» (¿?) que participan de coproducciones filmadas en idioma inglés con la presencia de estrellas internacionales. En este caso, el realizador griego dirige a Colin Farrel, Rachel Weisz, John C. Reilly y Léa Seydoux en algo que pretende ser una reflexión en torno al amor y la empatía en las relaciones humanas. Demasiado extensa en sus  casi dos horas para conformarse con dos o tres observaciones o chistes que valen la pena; demasiado banal para pasar por una búsqueda filosófica. En un futuro, al llegar a cierta edad tendríamos que elegir entre formar pareja o, en caso de no conseguirlo, seleccionar en qué animal querríamos convertirnos. Sí, referencias a la compatibilidad entre los integrantes de la pareja humana, los hijos como tabla de salvación ante el desamor, la creciente animalidad de hombres y mujeres, conforman una sucesión cruel de situaciones, que en la mayor parte del extenso metraje carecen tanto de gracia como de filo, sin tener siquiera la suficiente dosis de maldad o misantropía como para que podamos tomarnos en serio la película y enojarnos con ella.

Primera aproximación a la Semana de la Crítica, La patota de Santiago Mitre interesa, incomoda y nos deja pensando. La reversión de la obra de Danie Tinayre de 1960 transporta la acción al presente, al noreste argentino, y suma espacio para la figura del padre de la protagonista, juez, para más datos. Si en La tête en haute, la película de apertura, quedaba claro que Francia pretende confiar en sus instituciones y en particular en la justicia para salir de la crisis, Mitre entiende que «la justicia no le sirve a nadie» (más allá de que el magistrado citado, interpretado por Oscar Martínez, diga que lo mismo hay que hacer lo que Ella indica). El acento puesto en la protagonista, a la que Dolores Fonzi presta su cuerpo y compromete inteligencia y emoción, tiene que ver con la indagación acerca de hasta dónde se puede llegar en la defensa de las convicciones. Esta vez el título internacional (Paulina) tiene más que  ver con la película que el local, nacido del encargo de la remake de la película que protagonizó Mirtha Legrand. Es que en esta versión de la Patota pesa mucho más Paulina que la patota. El filme, además, hace centro en el punto de vista: la protagonista estira hasta el límite del verosímil eso de ponerse en el lugar del otro (no sólo en lo que tiene que ver con la política y  la lucha de clases). Y ello se condice con el desarrollo formal que en varios momentos vuelve sobre eventos ya contados, para recomenzar y reversionar conforme a la mirada de otro personaje.

En la competencia oficial se presentó ayer Son of Saul, opera prima del húngaro László Nemes. La vemos al día siguiente porque temíamos que fuera una de esas elecciones que a Cannes tanto le gustan, al tener como personaje principal a un Sonderkommando, un prisionero de un campo de concentración que colabora con los nazis (los límites de la voluntad son otro tema). En la encuesta que el crítico argentino Diego Lererr realiza para Todas las críticas sobre las películas del Festival de  Cannes advertimos las excelentes calificaciones otorgadas y nos atrevimos… Seguimos pensando en torno a cómo puede realizarse hoy una película sobre un campo de concentración. La excusa argumental esta vez tiene que ver con un plan de fuga y la férrea voluntad del protagonista de enterrar a un niño que podría ser su hijo (sobre este punto es mejor no avanzar). Desde el inicio, cuando vemos a un grupo de hombres y mujeres desvertirse y al cerrarse unas pesadas puertas escuchamos sus gritos dentro de lo que  sabemos es una cámara de gas, el film juega con el fuera de campo y el fuera de foco. Tan cuidadoso es el realizador en evitar el lugar común de la abyección para explotar mejor una temática comprometida, que la película resulta más opresiva por esa tensión interna que por las durísimas escenas que muestra o sugiere en el de por sí restringido espacio de la pantalla cuadrada. Con la cámara pegada a la nuca del  protagonista nos metemos en esta pesadilla de una noche, siguiendo esa subjetiva que sólo en algún momento deja ver en primer plano los pechos de  una mujer asesinada para acentuar la profundidad y recordarnos que debemos indignarnos ante la barbarie.

Nos quejábamos ayer del desvío en las carreras de Kore-eda y Kawase. Pero The sea of trees, de Gus Van Sant nos lleva a re-pensar lo dicho. Hay algo mucho peor que el animismo for export y la new age oriental: la versión estadounidense de esa movida. Mathew-ahora-soy-un actor-serio-Mc Conaughey viaja a un bosque de Japón para suicidarse, así se encuentra con otro suicida (Ken Watanabe) y, charla va flashback viene, vemos cómo llegó ahí. Todos los lugares comunes se quedan cortos, cada escena anticipa su resolución y sabemos qué ha de pasarle a él y a su mujer (Naomi Watts), más allá de que el nivel de subrayado y  cursilería superan lo imaginado y lo apto para cualquier espíritu con algún tipo de límite ético o estético. Esto nos lleva a temer que si los booms editoriales cada vez más tienen que ver con libros de autoyuda, por qué el cine habría de ser ajeno a esta deleznable moda. Hagámonos cargo de lo aprendido y veamos el lado positivo: frente a esta película casi cualquier otra parecerá buena, sutil y disfrutable.

 

Publicado el 15/05/15

SUSCRIPCIÓN
Si querés recibir semanalmente las novedades de elamante.com, dejanos tus datos acá:
ENCUESTA

¿Qué serie de Netflix te gusta más?

Cargando ... Cargando ...