Fernando E. Juan Lima
Tras una entrega bastante decepcionante como fue la de 2014, esta 68ª edición del Festival Internacional de cine de Cannes promete mejorar ese escenario. Sumando las distintas secciones (la oficial y las paralelas), los nombres no llevan menos que a ilusionarse: Nanni Moretti, Paolo Sorrentino, Todd Haynes, Jacques Audiard, Hirokazu Kore-eda, Gus Van Sant, Paolo Sorrentino, Naomi Kawase, Kiyoshi Kurosawa, Corneliu Porumboiu, Apichatpong Weerasethakul, Miguel Gomes, Philippe Garrel, Takashi Miike, por nombrar solo algunos de los realizadores que presentarán sus películas este año. Sin embargo, el primer día no ha sido especialmente auspicioso…
En un camino que tiende a profundizarse, las búsquedas más radicales y los riesgos formales tendrán su presencia por fuera de la Competencia Oficial; pero en un anuncio de las películas que -como nunca- se distribuyó en homeopáticas noticias casi hasta la fecha de inicio de la muestra, las incorporaciones de último momento tienden a confirmar que este año habría cine para todos los gustos. En ese contexto, el film de apertura (Fuera de competencia), La tête en haute, de Emmanuelle Bercot aparece como una elección de manual para el momento que vive Francia. La vida de un niño con algún tipo de transtorno de atención entre los 6 y los 18 años de edad, su ingreso a cierta criminalidad y el reflejo de la deriva de una familia white trash francesa perdida, sin rumbo, son el doloroso espejo en el que la sociedad francesa no puede dejar de mirarse si no quiere que la descomposición y la decadencia sean irrecuperables. Lejos de los golpes bajos (aunque con una música que molesta en su linealidad), la actualidad parece llevar a esta vuelta a las instituciones, a los valores de la república. En particular, es difícil pensar en estos días en otras películas que reflejen como esta una confianza tan potente en el sistema judicial (veamos si no la ganadora del BAFICI, Court, por ejemplo). Catherine Deneuve como la jueza especializada en asuntos de violencia juvenil encarna la fe en la república francesa, la idea de que el Estado podrá encontrarle la vuelta a una situación tan difícil como la del presente. Verla compartir un almuerzo con delincuentes juveniles es efectivamente una declaración de principios que no por bienintencionada y directa resulta superficial o desdeñable. Sin el vuelo de El chico de la bicicleta, de los hermanos Dardenne (ni su luminosidad, extraña en su filmografìa), la mujer que abraza, contiene y -en cierta medida- redime al pequeño delincuente es una jueza al borde de su jubilación.
La primera película de la competencia ha sido Our little sister, de Hirokazu Kore-eda. Tres hermanas jóvenes que viven solas, dejadas de lado por los adultos de su familia (como en La tete en haute), incorporan al grupo a una media hermana, hija del padre que -fuera de campo- fallece al inicio del film. Las relaciones entre las cuatro mujeres y su entorno son relatadas con empatía, cariño y bastante humor. Pero hace tiempo que Kore-eda parece ir difuminando su estilo personal para quedarse en superficies más vendibles en el mercado global. No es que la película no sea disfrutable (más allá de la insufrible música, marca de fábrica de las películas de este realizador). El problema es que esa corriente subterránea que discurría bajo las películas de Kore-eda (como en las de Naruse) está ahora ausente: no se advierte demasiado bajo esa pátina simpática y amable incluso en su costado dramático. Hacia dónde va el cine del director que descubrimos allá por el primer BAFICI con After life es una pregunta que deberíamos hacernos. Y se vislumbra una respuesta decepcionante para ese interrogante.
También en una competencia oficial con mucha presencia italiana, la segunda película presentada fue Tale of tales, de Matteo Garrone. Basada en los relatos de Giambattista Basile, este acercamiento a tres historias fantásticas que unen a tres reyes vecinos, se acerca a un tiempo mítico de hechiceras, ogros y animales sobrenaturales. La caprichosa manera que se entrelazan las historias y la lengua inglesa (¿para la venta en el mercado global?) terminan por conformar una extraña mutación eurotrash (es una coproducción entre Italia, Francia y el Reino Unido). Más allá de algunos momentos visualmente logrados que homenajean a Fellini y Pasolini, Salma Hayek, Vincent Cassel y Toby Jones pasean entre intrigados y perdidos por este pastiche no exento de cierto disfrute esperpéntico.
Publicado el 14/5/2015