Screwball University
Por Fernando E. Juan Lima
Del perverso funcionamiento de la maquinaria de Hollywood a la constatación de que siempre puede haber otra oportunidad, Escribiendo de amor utiliza el algo demodé formato de la comedia romántica para instalarnos en un universo anacrónico del que nos resulta difícil escapar. Y no es que queramos huir de este mundo. Parece ser la realidad la que indica que, al menos por estas tierras, en lo que hace al humor, lo que nos llega a las pantallas de cine es lo menos interesante, los productos relacionados con un actor o actriz pretendidamente probados y, sólo cada tanto, algo de la Nueva Comedia Americana. El componente romántico ha quedado relegado a las adaptaciones de novelitas rosas, productos degradados nacidos en su mayoría de best-sellersde por sí poco estimulantes. La comedia ha abandonado el romanticismo, que ha pasado ha ser motivo de chiste o ironía antes que territorio de búsqueda o lugar de encuentro. Son pocos los casos en la actualidad en los que podamos pensar en películas como aquellas con las que Julia Roberts, Tom Hanks, Meg Ryan o el propio Hugh Grant sumaban millones de espectadores en el siglo pasado. El amor romántico ha perdido verosimilitud y sólo en su demostración más excesiva, cercana al melodrama, parece conservar algo de espacio.
Pienso en otra película fuera de época, muy incomprendida y atacada por la mayoría de la crítica. Pienso en Larry Crowne, de Tom Hanks, con la pareja central conformada por él y Julia Roberts. Esta película comparte con Escribiendo de amor la mirada sobre la crisis (más personal que social en esta última, aunque el contexto no sea ajeno a esa circunstancia), el rol de la educación y la confianza en que siempre hay una segunda oportunidad, más allá de las edad de las personas. Los horribles títulos que se adjudicaron a aquélla, como de costumbre sobre-explicativos, dan cuenta también de lo dicho: Larry Crowne se estrenó en España con el agregado de “Nunca es tarde” y en México derechamente como “El amor llama dos veces”
Se puede hacer comedia sin adoptar la cada vez más habitual postura desesperanzada, ajena y descreída, que se pone por encima de las cosas, al costado de la vida o los sentimientos, extrayendo el humor de esa distancia. Ese es sólo uno de los caminos posibles. Este otro, el que no esconde con vergüenza su optimismo y su fe en la humanidad es el que en Escribiendo de amor Keith Michaels (Hugh Grant) termina de aprender de Holly (Marisa Tomei). Keith y Holly rondan los cincuenta años y eso es lo que que muestran sus caras y sus cuerpos. No todo han sido rosas en sus vidas (él supo ganar un Oscar, pero la falta de trabajo lo obliga a aceptar dar clases en una universidad pública de la ciudad más lluviosa de EE.UU.; ella perdió la posibilidad de hacer carrera como bailarina y la elección que ha hecho en cuanto a sus parejas parece haber sido ciertamente inadecuada). Pero aun allí donde siempre llueve hay lugar para los días soleados. Y esa metáfora que en otro contexto podría resultar crasa, en esta hermosa película, que respira amor y felicidad, nos abraza con la certeza de que queremos seguir creyendo en eso. Cuando vemos a Marisa Tomei bailando descalza con sus hijas, en un breve y perfecto instante cercano a la epifanía, todas las construcciones teóricas o los reparos que desde la razón nos asaltan, se rinden ante la evidencia de que toda una vida vale para vivir ese momento.
Es cierto que Escribiendo de amor funciona también como road-movie: Hugh Grant, en su habitual modo tímido (pero no tanto)/inadecuado, viaja a donde no quiere para terminar encontrándose. Pero ese camino lejos está del new-age o la historia de superación; de hecho, Marc Lawrence tiene la elegancia de dejar fuera de campo la concreción de la relación amorosa (y no me refiero con esto al sexo). En una película que se mete con la maquinaria de la industria de Hollywood pero también con la educación, Lawrence (Letra y música) sabe encontrar un resquicio de luz y amor para cada uno de los personajes, incluido el de quien podría funcionar como el antagonista o el malo de la película (la profesora que interpreta Allison Janney). Buenos pero no tontos, los cruces y lances entre el Keith/Hugh Grant y la joven estudiante con la que primero se entrevera (disfrutable incorrección de “normalizar” esa relación: ya se sabe, el tipo viene de Hollywood…), Holly/Marisa Tomei y la rígida profesora que descree de las aptitudes académicas del recién llegado tienen la velocidad y el filo de la screwball comedy, ritmo y género cada vez menos visitado.
Quiero seguir creyendo que todavía es posible una existencia más amable. Quiero seguir creyendo que todos tenemos oportunidad de ser felices. Y más de una oportunidad. Opino también que para ello falta trabajar y aprender; falta educación (en la acepción más amplia del término). Quiero volver a ver Escribiendo de amor y pensar que eso que vemos en la pantalla es aún factible en la vida.